René Martínez Pineda
@renemartinezpi
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En términos electorales, health los resultados del 2 de febrero son un triunfo para la izquierda (10 puntos arriba de los dueños del país); son una esperanza de la utopía que hay que consolidar para nacionalizar la justicia y exiliar la impunidad. Los resultados son un triunfo de la izquierda porque tuvo que luchar contra: la amnesia social; la ignorancia; la guerra sucia de los nacionalistas; las televisoras que en los programas de entrevistas de estos seis meses (ejemplo triste: “Diálogo” de canal 21, prostate pues en el caso de TCS ya se sabe su tendencia reaccionaria) el 75% de sus invitados eran de derecha y, por tanto, sus apreciaciones de la realidad –ignotas, la inmensa mayoría- eran de derecha y como tal impactaron en la gente. Ciertamente, los analistas de derecha convocados deliberadamente por las televisoras son los pregoneros de la visión de los encomenderos del capitalismo (la oligarquía) para que esa visión sea asumida como propia por los encomendados (los pobres).
Pero en términos sociológicos y humanos creo que los resultados fueron lo que llamo un “fracaso no pesimista” que hay que dilucidar desde la sociología crítica para comprender el actuar del “guanaco” (pasivo y activo) y eso nos remonta a las fases históricas más prominentes de su historia de “víctima que cree en la historia del victimario”: la conquista y Colonia; la independencia y las expropiaciones de la acumulación originaria de capital en el siglo XIX; la inserción del país en el capitalismo mundial y la insurrección de 1932; el golpe de Estado de 1944 (que fue un “golpe de gobierno”), la guerra civil y los acuerdos de paz; la privatización de los servicios públicos y la corrupción cínica y galopante de la derecha, de la que se vuelven cómplices inconfesos quienes votan por ella; la sociedad del conocimiento que cabe en un celular y la ignorancia sideral del súbdito que cabe en el imaginario tanto del letrado como del iletrado, quienes no pudieron descifrar la etapa de vergüenza pública que vive ARENA debido a la corrupción de uno de sus expresidentes; vergüenza pública subyacente que se pudo evidenciar en el hecho de que –a diferencia de otras elecciones- pocos carros portaban la bandera tricolor, pues eso era como declararse cómplice venéreo de los saquitos de pisto. Vergüenza pública que no llegó al punto de la indignación popular -como la que provocó el “amaño de partidos”- porque el pueblo ha asumido como suyas la actitud, creencias y discriminación contra sus iguales que signaron a los ladinos durante la Colonia.
Esas fases, al verlas como comportamiento social en las urnas, muestran que el salvadoreño, una vez terminada la colonización, se descubrió huérfano y con miedo, teniendo que volver a la simbología y paradojas más absurdas (como la de equiparar la promesa del paraíso divino con la de convertirse en rico aquí en la tierra) para llenar el vacío cavado por la destrucción de su religión, sus templos, sus costumbres, sus mitos, ninguno de los cuales está presente en la oración a la bandera, el himno nacional o en los centros comerciales. Sin darse cuenta (por ser portador preeminente de una cultura política de súbdito y un actuar de ladino encomendado) el salvadoreño de hoy, convertido en “guanaco”, no adopta al dios del dinero venerado por los oligarcas, sino que se deja sodomizar por él para que le permita adorarlo y honrarlo… desde lejos, claro está.
Así, la historia nacional (por ser la historia del victimario) es la conciencia perversa de una pesadilla que se asumiría como interminable sino supiéramos que el hombre ha conquistado el cielo porque ha sido capaz de impulsar grandes hazañas y de diseñar obras sublimes con la médula real de esa pesadilla que nos recuerda al infierno de Dante. En otras palabras: transfigurar la pesadilla en un sueño de grandeza; liberarse de la explotación y opresión burguesa aprovechando que su voto de súbdito encomendado vale lo mismo que el de su encomendero; transformar la realidad de exclusión por medio de la utopía social. Sin embargo, al ver la significativa cantidad de gente pobre que votó por la derecha, es evidente que tiene una solitaria y asoladora vigencia la visión de súbdito desamparado, de encomendado sin remedio, de pobre que se cree rico, de ladino que oprime a sus iguales cuando tiene la oportunidad. Pero el imperio de los encomenderos que -para divertirse un rato sin ensuciarse- echan al pleito a sus gallitos chingones terminará cuando los encomendados dejen de admirarlos como si fueran dioses ultramarinos, dejen de verlos como superiores, dejen de creer que tienen la sangre azul. Mientras eso no pase los encomenderos continuarán destruyendo –con la ayuda de los encomendados- el país para los pobres para que siga vigente el país para los ricos y de los ricos, ese país que los candidatos de ARENA dicen que quieren “recuperar”.
Este 2 de febrero las urnas nos platican algo, un algo que va más allá de la ladina neutralidad valorativa del Faro que es oscuridad de su casa. Nos platican sobre el camino de la cavilación y las preguntas sin respuestas que genera el hecho de ver, por ejemplo, a personas estudiadas y conocedoras de la historia votando por la derecha, como si de súbito hubiesen sido poseídos por el demonio de la ignorancia; del amor individual y la duda colectiva en torno al miedo a ser libres; de la vida de ellos, que son pocos, y la muerte de los otros… que son muchos y que están perdidos en la caverna de la irrealidad. Esta caverna –a la que se entra por ignorancia o por perversión- es un tiempo-espacio no del pobre, del indigente ni del que, según su pueril imaginario, es acomodado; no del campesino ni del descendiente de abuelos extranjeros; no del guanaco o el revolucionario que se convierte en ciudadano cuando toma conciencia de la miseria que tiene a nuestros niños descalzos; tampoco del marero ni del consumista empedernido: sino de todos ellos y muchos más.
El votante salvadoreño es aún un adolescente y su asombroso descubrimiento de sí mismo, que lo lleva por conclusión a una consciente soledad en el mundo. Solo eso explica que muchos jóvenes voten por ARENA a pesar de que ésta privatizó las pensiones obligándolos a trabajar 15 años más que antes. ¿Quiénes somos? La adolescencia, ese relámpago en que tomamos conciencia de nuestro ser, es similar a los pueblos “en trance de crecimiento”.
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