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Ladinos, encomenderos y encomendados (3)

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René Martínez Pineda
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Para avivar la condición de encomendado, patient medical durante las elecciones todo pasa como si todo fuera bueno, clinic como en las fiestas patronales, tadalafil y entonces el pobre piensa que “qué rico que todo fuera bueno siempre”. La gente se burla del cura colorado y del pastor tricolor, de la autoridad, del ejército y del guanaco que cree en las promesas de los ricos, porque en serio las cree… las cree porque piensa que a la tierra se ha venido a sufrir y a creer. Así, las elecciones se pueden comparar, en lo simbólico, con el día de los muertos porque se le hace una ofrenda a la promesa muerta esperando su resurrección al tercer día, o sea en el escrutinio final. Desde antes del arribo de los españoles los indígenas creían que la muerte era la vida en silencio en un plano superior. Nada más privilegiado en vida que ser sacrificado para los dioses, por eso en la actualidad el pobre busca ser sacrificado al dios de la riqueza en el altar de las urnas o el sopor de las maquilas. En ese sentido la historia nacional –desde su prehistoria- es una repetición constante de sacrificios y de traiciones, por eso muchos se sacrifican en las urnas y otros más traicionan a su pueblo con la punta del cuchillo que son los primeros en sacar, con lo cual reniegan de su identidad.

El salvadoreño no quiere, no se atreve o no puede ser él mismo y por eso es el mismo encomendado de siempre. Demasiados demonios lo sitian: la conquista; la colonia; la independencia; las masacres de 1833, 1932, años 70 y 80; la guerra contra Honduras; el canto de sirena de la frontera del norte; la guerra civil contra los militares y la oligarquía; las expropiaciones del XIX y el XX… demasiados desamparos de parte de los dioses y demasiadas traiciones de parte del ladino y de los otros encomendados como él. Sin embargo, los salvadoreños tienen de cuando en cuando una forma de exorcizar sus demonios. Un grito revolucionario o machista es suficiente para afirmarse ante lo exterior, ante lo desconocido o ante los demás: ¡Viva el Mayor y la Virgen santísima, cabrones! ¡Vivan los programas sociales para los ricos, pendejos! ¡Revolución o muerte, culeros! ¡Viva El Salvador hijos de puta! Y ¿quién es la puta? ¿Quién es el destinatario asignado de tales gritos de machista guerra?

No es casual que cada 15 de septiembre El Salvador lo grite embriagado de seguridad, orgullo y olvido; no es casual que ese día cívico vitoree los fusiles que hace tan sólo unas décadas se usaron para reprimir al pueblo. Tampoco es casual que la figura materna, tan espuriamente idolatrada, sea la receptora de los dicterios, porque “la puta” es la mujer sodomizada, humillada, de hinojos… lo que es, en términos de la relación oprimido-opresor, reproducir desde el lado del victimario el acto de penetración inconsulta realizado por el conquistador. No obstante, los hijos de puta son los que están peor que nosotros; los aculerados; los otros que tienen un imaginario diferente aunque se imaginen lo mismo que nosotros; los vende-patria; los traidores a las costumbres; los vendidos; los malos; los feos, con lo cual el encomendado le cierra los ojos al pasado y entonces pierde su futuro. Quizá por eso El Salvador que nace en el siglo XIX nunca pasó de 1899 y nunca dejó de ser un pepenador, salvo ciertos períodos en los cuales se podía trastocar el calendario.

La independencia de 1821 fue ambigua, pues no se tenía juicios, ni postulados, ni ideas universales como referentes de lo inmediato. Por eso el orden español que se funda con la conquista es el mismo orden español que se hereda sin la visión futura de una sociedad moderna, lo cual explica la continuidad de la cultura política de súbdito y la vigencia de los ladinos y la encomienda. Por eso, también, fue fácil que surgiera la imagen del dictador latino con su única impresión: la del filibustero. Y es por eso que la nueva sociedad se forma por militares ansiosos de repartirse el botín y, para cubrirse las espaldas, redactan una Constitución llena de falsas promesas que dibujan un país irreal. Esa Constitución ligeramente liberal y levemente democrática –para los letrados, al menos- era inaplicable y ocultaba la realidad histórica. De esa forma y bajo esa premisa perversa -sostenida por la cultura de súbdito y el perfil psicológico de encomendado- la mentira política se instaló para siempre en nuestros pueblos y en el imaginario de los políticos casi constitucionalmente (un para siempre que se empezó a vivir como si fuese un desde siempre) y, con ello, la corrupción se convirtió en el gendarme local de la gobernabilidad. Entonces es del todo comprensible que, por ignorancia o apatía, todos esperen que con un simple cambio de leyes la situación de miseria cambie sin que cambie el sistema, pues esa es la estrategia de dominación oligárquica.

Lo anterior habla muy mal de la inteligencia y la democracia del salvadoreño, quien ha hecho del pensamiento crítico una actividad marginal y tutelada desde que la educación de los encomendados y ladinos del sistema capitalista entró con sangre, dolor y sudor, pues era una extensión más de la represión. De ahí que no sea raro que el himno de ARENA diga: “unamos sudor y sangre”, o sea “unamos explotación y represión para mantener el poder y sus privilegios” en un país que había que mantener carente de un “algo” que pudiese ser llamado alma nacional.

Exceptuando la guerra civil de los años 80 –y, tal vez, las insurrecciones de 1833 y 1932- como salvadoreños hemos vivido la historia nacional como un capítulo de la de EE.UU. Nuestras ideas sobre la democracia y la Constitución, también, nunca han sido nuestras del todo (desde que la bandera nacional era una copia degradada de la bandera gringa) sino una herencia mal aplicada de las generadas en Europa, primero, y en EE.UU. después. La diferencia histórica de unas regiones que se desarrollaron como vanguardia de las artes, las guerras, las dictaduras, las ideas, la cultura y el pensamiento filosófico, con un El Salvador nacido de -y criado en- la violencia y cursando un tiempo histórico distinto con un retraso de siglos, fue lo que sucedió. Pero a partir de la guerra civil, el país trata de vivir al día con un futuro por inventar en las urnas.

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