Miguel Ángel Dueñas Góchez*
El día viernes de la semana vacacional (llamada semana santa, healing semana mayor, etc.), sobre la calle donde vivo, algunas jóvenes mujeres y hombres feligreses de una Parroquia cerraron calles principales y alternas, obstaculizando el paso para dedicarse a hacer alfombras, generando el descontento de quienes transitaban en vehículo camino a sus hogares. Un conductor ya molesto porque no pudo pasar, les dijo: “déjenme pasar porque vivo en esta zona y yo no tengo nada que ver con sus creencias religiosas”; al final, al no tener resultado alguno, tuvo que bajarse y retirar los obstáculos colocados sobre la calle para dirigirse a su destino.
A pocos minutos de este incidente apareció una persona en un carro, tipo taxi pirata, que traía colocado sobre la parrilla un megáfono, se ubicó frente a las alfombras sobre la calle principal y comenzó su sermón con un sonido suficiente para llamar la atención; aunque el vecindario dialogara con esta persona para aminorar los decibeles, esta ignoraba todo por contrariar e imponer su criterio. El hombre vestía camisa blanca manga larga y a la par de él una señora (supuestamente su esposa) usando una mantellina sobre su cabeza, quien solamente contestaba “amén” a lo que él decía.
Al cabo de media hora de obligar a escucharlo, hizo una llamada de arrepentimiento a personas pecadoras y dio gracias a Dios por haberle indicado venir a este lugar; mientras tanto, quienes tenían llamadas telefónicas no podían escucharlas, tampoco escuchar lo que veían en televisión, escuchar música o seguir tomando su merecido descanso, solamente porque a esta persona se le ocurrió violentar la paz de cada hogar y quitarle un tiempo prudencial al pronunciar discursos trillados de más de 2000 años, repitiendo como algo autómata los mismos textos de la biblia (interpretados por diversas personas de distinta manera), los cuales la mayoría ya no tienen vigencia o son muy evidentes sus fallos al tratar de ubicarlos en la actualidad.
Es en este contexto donde no podemos generalizar ni imponer nuestras creencias sobre quienes no las tienen o piensan diferente, fomentando así el respeto, el cual es fundamento práctico de la laicidad.
*Lic. en Relaciones Internacionales