DE AZTLÁN A CUZCATLÁN
Advertencia
Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
Desde Comala siempre…
Las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia. Si digo “agua” no colmo la sed. A. P.
Ahora que los espectros despiertan inquietos, transcribo el rumor de su presencia. No la anoto tal cual me la dictan. Su nublado susurro apenas resulta perceptible a dos horas claves del día. Al alba y al ocaso. En ese instante furtivo, una estrella se disipa y alumbra. Luego el rumor se opaca hasta extinguirse. Por esa fuga constante, las voces componen un contrapunto cuyo canon organiza la huida hacia la lejanía. El regreso cíclico en motete. Su presencia y ausencia, noche y día, se suceden en una revolución sinódica en alternancia. No hay una, sino existen varias maneras de entrever su retorno. Una primera tradición unifica el nombre de la estrella, Venus. Otra segunda leyenda lo separa: Nextamallani y Xolotl. En paradoja, la unidad disgrega, al hacer a los opuestos irreconciliables. En contraste, la dualidad los reúne en su armonía complementaria y cambiante. El día y la noche, la vida y la muerte, yo y el otro, el hecho y la palabra, se suceden en un círculo de conversiones entre las antípodas.
Por un juego especular, en su ausencia, los espectros le otorgan vida a un mundo que recrean en símbolos. Esa reproducción hace de lo real una apariencia. Una aparición fugaz como el habla nacida del aliento. Permanente como el glifo de su envoltura. El soplo huye perfumado de olvido, luego de enunciarse, mientras la huella lo retiene quisquillosa. Más le vale emigrar como las aves que sólo anidan letras los meses de invierno. Las otras temporadas despegan hacia la humedad tibia y remota. Tal es la memoria flexible, esquiva. Se fuga ansiosa del pasado al vivir la presencia, el instante supremo. Su ofrenda de vivencia fluida. Tan líquida como el sonido que se disipa. Sólo se detiene al advertir la constancia de lo efímero.
De su bivalencia en rescate de la ausencia. Tan vivaz como el presente. Vive en el sueño, en las sensaciones y en el nombre. En la lengua adquirida por herencia de los espectros. El legado de los fantasmas se llama idioma. El idioma describe y, al referir el mundo, prescribe los nombres que la memoria le atribuye a las cosas. Los nombres establecen convenciones que, de transgredirse, afectan tanto la comunicación como la cohesión del grupo. Tal es el cometido de este libro, disfrazar la memoria de palabras.
El nombre propio de ese disimulo lo transcriben las iniciales F. T. Sus vivencias abolidas las encubre la palabra que transforma los hechos en idioma; el sentimiento en vocablo. Por tradición milenaria, F. T. recuerda lo siguiente. “El cuerpo es el envoltorio del alma. La ropa es el envoltorio del cuerpo. A diario se me niega mudar el traje del alma. Por tal razón, cambio de traje para renovar el envoltorio del cuerpo. La moda es la ilusión de muda constante del envoltorio del cuerpo. El que envuelve el alma durante su breve transcurso por el mundo”.
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Los siguientes escritos transcriben un estado de ánimo cercano al delirio, más particularmente, al ensueño. No anhelan veracidad histórica alguna, ni se empeñan en su arraigo factual. Los breves relatos se componen de párrafos, oraciones, sílabas, etc., sin referencia a otros hechos que los evocados por la ilusión. El espejismo de la palabra florece en el infinito desierto de Aztlán. De confundir su exigencia ficticia con la historia, se mezclarían dos niveles distantes que, a veces se entrelazan, aun si a menudo se juzgan equivalentes. En un sentido clásico, se identifica “el nombre de la rosa” con “la rosa”; en el coloquial, se piensa que “la palabra perro muerde”. S
in perturbar esas series paralelas —ficción e historia— se insiste que “las palabras “ no son “cosas”, de igual manera que la referencia estricta de la narración se llama letra. Al pie de la letra… significa que Astillas de la memoria. De Aztlán a Cuzcatlán no recolecta hechos —encomienda del historiador— sólo tapisca palabras (logos). Vuelca los hechos en palabras; los especula en escritura. Cosecha oraciones en párrafos. Por un antiguo postulado, “la realidad comunica con el ensueño” por la lengua y la imagen, antes que por los hechos. En su ficción, la palabra tapiza las cosas, los hechos y lo Real en sí. Sin un poder político que los ampare, los micro-relatos cultivan un Logos performativo en el olvido. Causa del su-jeto y anterior al ob-jeto. La clave de esa pre-dicción la transcribe el nombre propio F. T., el cual varios lectores interrogan por su identidad. Se trata de una contraseña atávica que prescribe la cronología auto-biográfica y familiar de los relatos. Sus iniciales dibujan la fortuna (F.) terrena (T.) cuyo legado proviene del don humano al nacer.
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El orden de los relatos prosigue la disposición cíclica del almanaque, aun si los años dicten lo contrario. Lo único cierto —además del de–sierto— lo expresa la dualidad de Venus que recorre esta serie de escritos breves. En náhuatl-mexicano, su nombre y figura —Nextamallani y Xolotl— se desdoblan. En la faz positiva, se alza la cenicienta, nextli, quien al verter su nombre propio en un pan, tamalli, incita el descubrimiento y la revelación luminosos, nextia. En la negativa, se derrumba el joven paje esclavo, perro deforme, que incita la dualidad balbuciente, xolopitli, y lo peor de todo ser, xoloni. Por su carácter complementario, jamás se sabrá si vale comenzar por el principio, al despertar de la aurora, o en cambio, la cuenta se inicia al final, al atardecer de la estrella que guía el sol hacia su ocaso en el inframundo. Por el recuerdo o por el olvido; por la vida o por la muerte… Jamás se sabrá.
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