Por Myrna de Escobar
Su mirada expectante evoca sorpresa, es como si preguntara: ¿Qué sucede? Calza un par de botas blancas y antifaz negro. Responde al nombre de Muñeca, mueve su cola negra y da pequeños maullidos al conversar. No es tímida y a diferencia del resto de gatos, ella da la bienvenida a las visitas encorvando su columna para ser levantada en brazos.
Tiene más energía que otros gatos jóvenes del sector, juega pelota con entusiasmo y disfruta contemplar la noche a través de la ventana, espiar a otros gatitos o al perro cuyos roncos ladridos ensordecen las horas en el vecindario. Desde el edificio de apartamentos, el perro y mi gata sostienen una estrecha amistad de miradas y saludos cada vez que ella salta a la mesita al pie de la ventana.
Muñeca llegó al apartamento un 25 de diciembre del año 2019 tras sufrir un aborto, e integrarla a la familia no fue fácil. Como gata Alfa no guarda buena relación con los demás felinos ya existentes en la familia. Llegó del veterinario despidiendo un nauseabundo hedor tras el legrado al que fue sometida. ¡Cómo olvidar el día que llegó del hospital! Uno a uno, los nuestros salieron de los cuartos atraídos por la novedad, pero al verla sucia y apestosa se devolvían vomitando. Con el tratamiento Muñeca mejoró, pero Chiti, Topoyiyo y la Parda no superaban el asco. La veían de lejos, fruncían el ceño y dejaban su lastre de vómito por doquier. Al cabo de dos semanas, la naturaleza hizo lo suyo y Muñeca ya parecía una bola de nieve. Sus ojos mañaneros color azul y verdes al atardecer se tornaron los consentidos de la casa, no sólo por su carácter amable y juguetón sino por el alto costo pagado por su rescate de las calles; múltiples partos y desnutrición severa eran parte de su historial felino.
En poco tiempo Muñeca se convirtió en la favorita de mi esposo, quien cariñosamente la llamaba Bombona. Juntos veían películas o fútbol. Tras su reciente deceso, ella no solo extraña los mimos de su amo ausente, lo espera en el balcón y llora en la madrugada para llamar su atención, pero él ya no está para contemplarla. De hecho, él se levantaba cada vez que maullaba para mimarla como a una niñita.
Quizá su deseo de verlo llegar y escucharle decir cuanto la ama la llevo un lunes, o martes, a dejar el apartamento por varias horas, o un par de días. No nos percatamos de su ausencia hasta las 6:30 de la noche. Me extraño no verla pedir su pollito a las brasas.
Al notar su rara ausencia mi primogénito salió al vecindario, llamé a mi madre para reportarle la desaparición de la minina, hablamos con los vecinos, pero nadie sabía nada de nuestra mascotita. Las preguntas iban y venían: ¿Cuándo y cómo salió del apartamento? ¿Cuándo fue la última vez que la vimos? Finalmente, después de media hora de búsqueda Muñeca apareció bajo las gradas del primer nivel del edificio de apartamentos. Estaba asustada, hambrienta y sedienta sin poder emitir maullidos. Al decir su nombre varias veces, mi hijo la vio asomar tras la oscuridad. Estaba fría y temblorosa. Al llegar al apartamento bebió mucha agua y comió. Estaba lista para reintegrarse al hogar. Los demás gatos salieron a rodearla, la recibieron asombrados, y juntos entablaron un dialogo corto, a su manera. Esta vez no hubo vómitos. Mi segundo hijo fue en busca del atún de bienvenida, pero ella solo quería mimos, abrazos y narrarnos su aventura con maullidos constantes. Husmeó todo de nuevo y se acomodó finalmente en su lugar favorito, frente a la ventana, para contemplar de nuevo a los demás gatos. La aventura había llegado a su fin, mientras tanto, a nosotros nos volvió de nuevo el alma al cuerpo.
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