EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Las respuestas a muchas preguntas que se le hacían regularmente, Stephen Hawking, abriendo los contenidos de su archivo personal, nos las revela ahora en una publicación póstuma, un excelente libro, “Breves respuestas a las grandes preguntas”, publicado en “Crítica”, Editorial Planeta, S. A., Barcelona, España, en 2018. El gran científico y filósofo británico responde efectivamente a estas grandes preguntas: ¿Hay un Dios?, ¿Podemos predecir el futuro?, ¿Qué hay dentro de un agujero negro?, ¿Nos superará la inteligencia artificial?, ¿Hay más vida inteligente en el universo?, ¿Deberíamos colonizar el espacio?, ¿Cómo damos forma al futuro?, ¿Es posible viajar en el tiempo?, ¿Sobreviviremos en la Tierra?, ¿Cómo empezó todo? Enfoca cada una de ellas separadamente, pero en su conjunto, se puede ver sin dificultad que tiene él una posición unificada en un todo que podría resumirse en: ¿Qué hace el hombre en la Tierra?, ¿Cuál es su papel?, ¿Cómo debe reaccionar ante el futuro? En el fondo, una sola pregunta, una sola preocupación. Hawking trata de responder bajo el manto de la ciencia, que siempre le ha sabido cobijar, pero no puede marginarse que hay en él una búsqueda de carácter filosófico, y teológico incluso, por más que siempre haya tratado de expresar su rechazo, aunque moderado, a estas dos formas de conocer.
Su amigo y colega Kip S. Thorne, que prologa el libro, expresa al final de este que Hawking siempre se sintió atraído por las grandes preguntas, al margen de si eran cosa de la ciencia o no. Y puntualiza muy sintéticamente las respuestas que él da.
En primer lugar, su afirmación y muy defendida posición de que el universo tuvo un comienzo, que debió haber comenzado en un tiempo finito, con lo cual no puede ser infinitamente viejo. Es en las singularidades donde comenzó el espacio-tiempo, dice. Aquí confronta con Einstein, aunque al final, pareciera haber un acuerdo, más porque este último modificara su posición inicial de un universo estable e invariable, que porque Hawking cambiara la suya. Recordemos que ambos genios nunca se conocieron personalmente, pues Einstein murió cuando Hawking era solo un niño. En opinión de Hawking, el universo debió haber comenzado en algún tipo de estado singular, hace aproximadamente unos 10,000 millones de años. Sus trabajos con su amigo y colega Roger Penrose concluyeron en que en el centro de un agujero negro se aloja una singularidad en la que el tiempo termina, aunque, como ya he citado, es en las singularidades en donde también comenzó el espacio-tiempo. Es importante reseñar esto porque debemos recordar que la ciencia reconoce que para las singularidades, ella no tiene una explicación válida. Esta es una limitación que siempre encuentro en las posiciones de Hawking cuando trata de sostener que sólo la ciencia es capaz de explicarse las grandes preguntas, a pesar de que concluye también de que hoy por hoy dichas explicaciones fallan.
Hay un enfoque también muy pronunciado en sostener sus dos famosas teorías de ”la Temperatura de Hawking” y de “la Radiación de Hawking”, verdaderamente radicales, y que, dice Thorne, “abrieron los ojos a conexiones profundas entre la realidad general, (agujeros negros), la termodinámica, (la física del calor), y la física cuántica, (la creación de partículas donde antes no había ninguna). Con ello, Hawking llegó a su demostración de que en los agujeros negros hay entropía, su famosa “entropía residual”, con lo cual estos son seres aleatorios, aleatoriedad que debe ser proporcional al área de la superficie del agujero. Cita Thorne que en la lápida mortuoria de Hawking en la Abadía de Westminster en Londres, donde yacen sus cenizas entre las de Isaac Newton y Charles Darwin, está grabada la fórmula para calcular la “Temperatura de Hawking”, y que pronto, la fórmula para calcular la entropía residual de un agujero negro será grabada también en la piedra memorial de Hawking en el College Gonville and Caius Cambridge, Inglaterra, donde trabajaba. Los científicos son muy dados en grabar esos recuerdos en lápidas y otros monumentos: Solamente deseo recordar aquí que en la lápida mortuoria de Werner Heisenberg se ha grabado una frase que refleja su famoso Principio de Incertidumbre, que más o menos dice que allí reposan, “en algún lado”, no en uno preciso, los restos del gran científico alemán; y también, que en la lápida de otro gran científico germano, Ludwig Boltzmann , se dejó grabada su fórmula inicial para el cálculo de la Entropía Absoluta, S = k log W, transformada luego a la forma S = k ln W. Hawking, sobre la base, aunque no sólo de ello, de sus estudios sobre los agujeros negros, siempre razonó que si se llegaba a un punto de unión y complementación entre la física cuántica y la relatividad general, ello debía dar como resultado la destrucción de la información. Ello, pienso yo, detendría el avance del universo. Einstein también sostuvo una posición similar, aunque expresada en términos diferentes. Decía él que “algo faltaba en la física cuántica” que la hacía científicamente incompleta, lo que le llevó a las profundas y ahora muy convenientes discusiones con su gran amigo y colega Niels Bohr. A pesar de ello, Hawking sostiene al final, matizando su posición, que “la información no se pierde, pero no se recupera de manera útil”. Es, dice, como “quemar una enciclopedia, pero reteniendo el humo y las cenizas”.
La preocupación de Stephen Hawking sobre las grandes preguntas fue siempre permanente y manifiesta. Él mismo afirma que la ciencia se encuentra cerca de algunas de las respuestas, pero todavía estas respuestas no se tienen. En algunas ocasiones, afirma que la filosofía y la teología no sólo no son referentes adecuados y oportunos al caso, sino que más bien estos enfoques son limitados y hasta perjudiciales. En “Agujeros negros y pequeños universos (y otros ensayos)”, (Tribuna, Plaza y Janes Editores, 1993, Barcelona), ya nos lo va diciendo. Los científicos son muy dados en reconocer sus errores, y en cambiar sus posiciones, con lo cual revelan y confirman el carácter no dogmático de la ciencia. En esta oportunidad, Hawking nos afirma, (VI. Mi posición), que “Quienes deberían estudiar y debatir tales cuestiones, los filósofos, carecen en su mayor parte de preparación matemática suficiente para estar al tanto de las últimas evoluciones registradas en la física teórica….”, y es hasta cáustico cuando continúa a renglón seguido: “….Existe una subespecie, la de los llamados filósofos de la ciencia, que tendría que hallarse mejor equipada al respecto…..”. Ahora, en este nuevo libro póstumo, ha dejado dicho que “…mientras haya vida, hay esperanza”, esperanza que, sin temor a equivocarme, él la cifra en la ciencia, aunque en un lugar muy recóndito de su mente acepte que alguna probabilidad existe de que no sea la ciencia sino la filosofía y la religión quienes puedan llegar a una respuesta, aunque sea sólo más cercana. Hawking es, sin duda alguna, un hombre de fe, pero un hombre de una fe no convencional, sino una fe en un ser superior, no personal. Einstein también participaba de una fe similar; baste recordar su pensamiento cuando hablaba del eterno retorno y del sentimiento cósmico religioso.
Creo que Hawking reconoció que no hay hoy por hoy respuestas a las grandes preguntas. No es su culpa. Mientras la ciencia no entre en el conocimiento de lo que sucedió antes de los tiempos, de los espacios y de las masas de Planck, no habrá respuesta sobre el universo; mientras no se logre descifrar el misterio del primer coacervado, no habrá respuesta para la vida; mientras no se encuentre el sentido último del hombre en la vida, no habrá respuesta para la humanidad.
Pero el universo es un enigma. Stephen Hawking intentó descifrarlo, no lo logró, aunque siempre creyó que alguien más lo lograría, y ese alguien tendría que apoyarse, sin duda para él, en los brazos de la ciencia.