EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
LAS CACARAÑICARAS Y LOS POLIGULÍGULAS.
(O “Breve historia resumida en tres cuentos, que pretende ser una pequeña novela en la que se relatan las peripecias que se suceden en un pintoresco mundo de microbios”).
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
NOTA ACLARATORIA:
Cualquier semejanza con hechos o situaciones actuales debe ser desestimada.
PRIMERA PARTE:
1 Las cacarañícaras y los poligulígulas eligen candidato.
(En donde se plantea el problema y se hace una relación de los personajes principales y del ambiente en el que se desarrolla la historia)
Esta es una historia de un mundo microbiano. La pude conocer porque casualmente, colocando una lámina ya preparada en un potente microscopio quedó así revelada al observarse. Es una historia real, de algún no muy lejano mundo de microbios, patógenos o no, parásitos o no, yo no lo sé, aunque para comprobarlo, basta tomar la lámina, asegurarla en el portaobjetos, regular ocular y objetivo, y observar con paciencia todos los movimientos.
La historia es como sigue:
Las Cacarañícaras y los Poligulígulas se habían reunido urgentemente, pues previendo un ataque por sorpresa, querían prevenirse y prepararse de antemano. Y es que había pasado mucho tiempo desde que, aprovechando hieles misteriosas y fuertes, habían dominado a sus hermanos semejantes, los Calivobéboras y los Chumbibilicas, formando un estatuto de opresión y de engaño, de dominio, de explotación y de miseria sobre ellos. Se sentaron, adustos, alrededor de una arreglada mesa, plantearon el problema con todos los niveles de detalle, midieron posibilidades, se informaron del grado de potencia que habían adquirido sus presuntos enemigos, cambiaron impresiones, y fueron decidiendo, una por una, medidas a tomar.
En primer término, dispusieron llamar a Poliopo, el mago formidable, y le plantearon la grave situación. Hay mucho descontento entre los siervos, le dijeron. Andan todos confusos y agitados, planeando rebeliones y atentados con el pretexto de que ya no tienen que comer. Demandan más vivienda, más vestido, más alimentos, más medicamentos. Piden cosas extrañas, como libros, papel, y algunas otras novedades. Exigen que circulen los periódicos, que funcionen las radios y las televisoras. Y, para colmo, nuestra economía se encuentra francamente al borde de la quiebra. Poliopo se agitó, pidió detalles, casos concretos. Las Cacarañícaras y los Poligulígulas le mostraron sus estadísticas, actualizadas al instante; la situación era en realidad, muy grave, insuperable casi. El mago formidable movió su vara mágica, pronunció unas palabras misteriosas, se ajustó su sombrero, y luego les recomendó llamar al químico para que interpretara las posibles reacciones que se pudieran dar.
El químico, que era un ser muy extraño y pensativo, de nombre Adirondaco, escuchó acompasado la misma historia que escuchara el mago. Reposó su mentón sobre su mano izquierda, movió los ojos a uno y otro lado, se mesó los cabellos y pidió le trajeran su atanor. Le llevaron, solícitos, el depósito, que era de bronce antiguo, puso en el orden debido todos los ingredientes del problema, los calentó un poquito, los agitó con técnica de sabio, vertió el producto de la reacción sobre la mesa, y para su sorpresa, alcanzó a ver depositarse en ella tres seises cabalísticos proféticos. Como el químico era, además, supersticioso, y sabía con ello hacer algunos trucos de autoengaño, raudo invirtió las resultantes posiciones y las transformó en nueves, tres nueves cabalísticos proféticos. Pero como era honesto, prefirió anticiparles la verdad, y acercándose a ellos les sugirió llamaran al poeta para que interpretara los mensajes.
Trajeron al poeta, llamado Alacalufe. De nuevo, hicieron el relato. Alacalufe comenzó a apasionarse con la posibilidad de que surgiera un nuevo drama épico. Vislumbró, emocionado, premios nobel, medallas y laureles, si lograba atinar el desenlace. Volvió a estudiar de nuevo la Batracomiomaquia para ver si las ranas y los ratones podían para el caso iluminarle. Tomó unas pastillitas un poco aletargantes y se quedó como en un sueño lúcido: Redactó el argumento, tejió la trama, y dejó que al final, el desenlace surgiera por sí solo. Pero este fue macabro: la destrucción de las Cacarañícaras y los Poligulígulas que en él aparecía, era completa. Perdían el poder, perdían el gobierno, perdían el dinero, perdían todas sus comodidades, todos sus privilegios, todos sus bienes, muebles e inmuebles. El poeta Alacalufe creyó que un drama así sería demasiado fuerte, en extremo impactante. Y decidió aceptar que era incapaz de resolverles tal clase de conflicto. Les dio su recomendación: Con un enfermo así, hay que acudir al médico.
El médico, que también tenía nombre de microbio, si mal no lo recuerdo, Estrambacóccido, escuchó, como todos sus antecesores, la relación del mal que aquejaba a las Cacarañícaras y a los Poligulígulas. Tomó su estestoscopio y escuchó el corazón para ver si encontraba algún soplo maligno. Les midió la presión, palpó el estómago, buscó en el fondo de ojo. Confundido, ordenó unos exámenes, electrocardiogramas, scan, y algunos otros. Optó después por practicar la cirugía, los abrió en línea recta, cortó, ligó, pinzó, contó las tórulas, cerró con técnica invisible, y emitió, preocupado, su diagnóstico: Es alergia. Es alergia económica. Y les hizo la respectiva remisión hacia el especialista: Debían ir al colegio de los economistas.
Llamaron al colegio de los economistas, y estos enviaron a su presidente, de nombre Berenguele. Repitieron de nuevo su relato, ahora con mayor detalle. Berenguele escuchó pacientemente, consultó las teorías económicas de moda, hizo números, teorizó incansablemente, habló de la inflación, de los oligopolios y de los monopsonios, de las tendencias a la recesión, de las expectativas de dejar de flotar la moneda o fijar el tipo de cambio, de liberar la demanda y la oferta para que los mercados se equilibraran solos, de la necesidad de la globalización y la modernización del Estado, de la necesidad de la competitividad. Dio quince o veinte conferencias, contestó las preguntas que le hicieron, y así, rápidamente, lo arregló todo.
Pero los órganos de inteligencia de las Cacarañícaras y los Poligulígulas seguían insistiendo en la tendencia popular de descontento. Calivobéboras y Chumbibilicas se habían organizado en sindicato. Tiridimícuaro y Cucaramácuara eran sus dirigentes. Pedían prestaciones, enviaban telegramas al gobierno solicitando audiencia con el fin de de exponerle sus problemas. Salían a la calle gritando sus consignas. Se acentuaba el problema.
Cacarañícaras y Poligulígulas ya no acertaban más el cómo resolver aquel enigma. Legislaban los unos, ejecutaban los otros, mas seguía el problema.
En eso estaban cuando, de repente, estimulado por el aroma de bonanza que a futuro la situación le proyectaba, Trastaramara, el periodista y único político del pueblo de microbios, despertó de un pesado letargo que hacía años le tenía adormecido, se dejó así llevar por sus fosas nasales, frotándose las manos para darse calorcito, aguzó los oídos, abrió sus gruesos ojos, y caminó, despacio e indolente pero ansioso y preciso, siguiendo el rumbo que sus sensaciones le indicaban. Pasó entonces enfrente del palacio de gobierno, y sin que lo llamaran, penetró en él, se presentó de oficio y ofreció sus servicios. Cacarañícaras y Poligulígulas se encontraban en el momento justo de preparar su dimisión e irse al exilio. Trastaramara les pidió paciencia, y les solicitó, sin compromiso, que hicieran el relato. Como no había nada que perder, decidieron hacerlo, mas por última vez, que quede dicho.
Trastaramara los escuchó, consultó con la historia en su memoria, y decidió vender la solución.
Algún tiempo después, reinaba la armonía en aquel mundo increíble de microbios. Había hambre, es cierto, escaseaban también los alimentos básicos, no había medicinas, ni vestidos, ni vivienda. Todo seguía igual, pero Cacarañícaras, Poligulígulas, Calivobéboras y Chumbibilicas se habían olvidado de todos los problemas y se encontraban muy, muy ocupados, en sus actividades de proselitismo.
Habían acordado que habría elecciones. Trastaramara sería un candidato.
Continuará.