EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
(O “Breve historia resumida en tres cuentos, que pretende ser una pequeña novela en la que se relatan las peripecias que se suceden en un pintoresco mundo de microbios”).
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Parte final.
3 Las Cacarañícaras y los Poligulígulas imponen la censura.
(Con lo cual el relato se da por terminado puesto que ya no puede verse ni escucharse nada en el microscopio, con lo que insistir sería algo así como perder el tiempo).
Aquello fue un delirio. El triunfo de Trastaramara causó una enorme conmoción en el mundo microbiano. Presagios de locura colectiva se fueron advirtiendo en el ambiente, pues el pueblo, sabiendo que Trastaramara algo les había prometido pero sin saber a ciencia cierta qué, se mostraba a la expectativa y ansioso de que iniciara el rebalse de deliciosas y frescas frutas, nutritivos jamones de cochinillo, ríos de leche con cacao y miel de abejas, y demás apetitosas viandas habidas y por haber, a grado tal que muchos microbios no dejaban de soñar despiertos pensando en que al menor chasquido de sus dedos, áureos carruajes dirigidos por cocheros de librea se plantarían ante sus asombrados ojos para mostrarles en su interior jades de la India, alfombras persas, oro de los Andes, marfil de Borneo, pieles de búfalo y demás riquezas que ellos podrían tomar a discreción cuando se les antojara.
A tal grado llegó la conmoción que las Cacarañícaras y los Poligulígulas, y los Calivobéboras y los Chumbibilicas, preocupados por los acontecimientos que se daban, decidieron reunirse en magna asamblea plena, y después que cada uno leyera su discurso, como solía acontecer, siempre con encendido patriotismo, discutieron por catorce días y catorce noches, sacrificándose hasta lo inimaginable, la conveniencia de dictar una ley en la que se regularan las actividades callejeras y las reuniones tumultuosas para evitar que aquella ya larga celebración terminara en un soberbio bacanal que ni aún los mismos Zeus y Semele pudieran controlar. Así, la ley fue dada y los microbianos volvieron a sus actividades cotidianas, pero ahora con la única diferencia de que deambulaban siempre con los brazos extendidos hacia el frente, las palmas de las manos levantadas hacia arriba y la mirada fija en el firmamento, para evitar que una decisión inesperada de Trastaramara los tomara por sorpresa, iniciándose el rebalse y encontrándose ellos descuidados, con el fatal resultado de que no pescarían nada de la lluvia de parabienes tan repetidamente anunciada por llegar.
La actividad microbiana prosiguió así ya con gran normalidad, y continuaron entonces reproduciéndose a más no poder, para lo cual eran unos verdaderos especialistas, demostrando una inusitada capacidad de división y de esporulación; producían leches y frutas agrias, pieles curtidas, quesos y cremas maduras; en fin, que el mundo microbiano pareció olvidar un poco la efervescencia producida por la elección de Trastaramara, aunque sólo en apariencia, puesto que, de repente, furtivamente, tornaban a controlarse unos a otros, desconfiando de que, a la menor oportunidad, el vecino pudiera estar usufructuando los bienes y favores prometidos pues estos en cualquier momento y sin previo aviso habrían de llegar.
Trastaramara, en tanto, se olvidó de promesas, discursos y compromisos, y comenzó a formar una áurea corte de colaboradores entre múltiples ofrecimientos que recibía de toda una legión de microbios que le aseguraban, cada quien, tener las respuestas precisas a todas las demandas y a todas las necesidades del pueblo, las cuales le iban exponiendo después de elogiarle, adularle, elevarle, exaltando sus grandes dotes de estadista, llenándole de los mejores calificativos y de los adjetivos más elocuentes, ante lo cual Trastaramara inflaba inconscientemente sus carrillos sin poder evitar que la manzanilla comenzara a vibrar incontrolablemente, haciendo temblar la papada acompasadamente con el gorgoriteo producido por la rotación de su simpática nuez de Adán. Ante la larga fila de «adulatorius hominis» que hacían antesala esperando poder ser recibidos, era usual encontrar no sólo Cararañícaras y Poligulígulas, sino también Calivobéboras y Chumbibilicas, pues muchos de estos últimos habían comprendido, por una justa revelación divina, el error en el que habían estado al no reconocer las grandes cualidades y amplias facultades de recién electo Presidente del mundo de microbios, estando por supuesto prestos a rectificar y proporcionarle a aquel su colaboración espontánea y desinteresada, y es más, a cederle sus teorías secretas, económicas, políticas, sociales, producto de tantos años de estudio y desvelo, de esfuerzos sin fin, en los que los algoritmos y las probabilidades, los chispazos de genialidad y el contacto diario con la realidad se habían orgánicamente conjugado dando como resultado síntesis casi perfectas que expresaban, sin más, las soluciones a las urgencias y calamidades de sus compatriotas.
Así, pues, los antes irreconciliables enemigos, merced al genio político de Trastaramara, ahora se conjugaban en un solo haz de patriotismo, enfrentados a su obligación única de reivindicar la vida y las libertades del pueblo de microbios, al margen de las diferencias superficiales existentes entre sus propias concepciones. Su objetivo inmediato era acelerar el rebalse de las ollas y de los tecomates, para que los pobres bacilos, las menudas estrellitas, los débiles bastoncillos, se hartaran de exquisitas viandas y se colmaran de los más encendidos placeres, para terminar, al final, arropados en calurosas y abrigadas cuevitas celulares en donde seguirían su interminable tarea de dar a luz.
Trastaramara, chasqueando sus dedos, sonreía disimuladamente mientras escuchaba tanta lisonja inútil, pues bien sabía él que su corte de honor estaba previamente definida y así designada.
Pasó el tiempo y el rebalse no llegaba. Los microbios, ya un tanto cansados de extender los brazos, de voltear las palmas de las manos hacia arriba y de permanecer viendo al sol constantemente, comenzaron a desesperar. Pareciera que un filtro, un fino tamiz del más elevado mesh imaginable, detenía todo en una estratosfera a la que sólo unos pocos privilegiados, que habían podido acceder a la adquisición de acciones de unas grandes empresas que vendían argollas de oro, podían llegar. Muchos microbios trataban en vano de volcar sus ahorros de toda la vida en construir argollas de otros materiales, pero cuando comenzaban a subir por ellas a la estratósfera áurea, a mitad del camino éstas cedían, provocando estrepitosas caídas que en muchos casos terminaban en la muerte del osado alpinista. La imaginación, por más que se esforzaba, no lograba igualar las roscas especiales de las que las argollas de oro estaban hechas, y así, latones ricos en cobre, aluminios endurecidos, bronces niquelados, aceros termorresistentes, polímeros de inmensas cadenas y de pesos moleculares multimillonarios, etc., fracasaban una y otra vez formando enormes cementerios de materiales en los que dormían los tantos microbios que habían, en alguna ocasión, tratado de acceder a las selectas latitudes a las que sólo Trastaramara y su corte de honor podían llegar a disfrutar de las mayores delicias del universo.
En vez del prometido rebalse, los ideólogos de las Cacarañícaras y los Poligulígulas, ahora reforzados con los de los Calivobéboras y los Chumbibilicas, habían ideado una especie de colador por el que apenas destilaban algunas hieles malolientes, desperdicios asquerosos, y de cuando en vez, alguna viandita que dejaban caer para mantener siempre expectativas sobre aquel mundo de hambrientos que allá abajo en la llanura, esperaban esos sobrantes para devolverlos presas del hambre y de la desesperación, con la idea de que los mismos eran signos inequívocos de que ya el rebalse habría de llegar. Trastaramara contemplaba aquello con ojos de sabio, suspiraba fuertemente y alargaba sus pensamientos, pero cuando intentaba explicar a sus protectores, apoyado en las irrefutables teorías y estudios de su corte de honor, lo inconveniente de la situación que se iba dando, aquellos, ni cortos ni perezosos, le acallaban ordenándole cumplir con sus mandatos, pues para ello le habían elegido mediante aquel soberbio evento, y para ello estaban ahora compartiendo con sus opositores de antaño, manteniéndolos así a su disposición y servicio, en forma tal que las condiciones objetivas y subjetivas para una nueva confrontación no estaban dadas ni habrían de darse, por cuanto ahora la superestructura la conformaban todos los políticos al unísono, y por lo tanto, el pueblo de microbios no tenía opción real. Más aún cuando los colores y las posiciones estaban ya absolutamente mezcladas, en forma tal que nuevas longitudes de onda y frecuencias habían sido creadas, aumentando el espectro visible hasta el ámbito del infrarrojo y del ultravioleta, con lo cual sobresalían, no ya los rojos ortodoxos, ni los verdes, ni los azules, sino los heterodoxos azul-aguado y amarillos lila, y así por el estilo, girando el mundo microbiano de una de las más puras morales autónomas a una moral absolutamente heterónoma, con la cual los imperativos de la razón práctica habían sido absolutamente relegados al olvido y al desuso. La confusión crecía aún más al ver que en las magnas asambleas plenas, ya nadie se sentaba a la derecha, o a la izquierda, o en todo caso, al centro; ahora se situaban a la derecha de la izquierda, a la izquierda de la derecha, al centro izquierda, al centro derecha, e incluso, al centro indefinido, los cuales estos últimos estaban siempre a favor de los que se pronunciaban en contra pero también en contra de los que se pronunciaban a favor. No faltaban, por supuesto, algunos residuos rojo-rojizo, que no tenían más recurso que colocarse a la esquina de la orilla, por si tenían que salir corriendo.
En las calles comenzaron a agitarse las pasiones. Los bastoncillos filamentosos comenzaban a alargarse y a retorcerse, las estrellitas desarrollaban cada vez más picos transformándose ya casi en peligrosos cactus; las esferitas se alargaban formando elipses y situando espías y francotiradores en cada uno de sus focos; se modificaban a diario los centros de gravedad, y las balanzas del poder comenzaban a inclinarse insospechada e incontroladamente. Trastaramara trató de nuevo de pendulear, volviendo a la retórica discursiva que tan buenos resultados le había dado antes. Sus compañeros de facción y sus antiguos opositores le apoyaban, pidiendo calma y prudencia al pueblo de microbios, que lo único que quería era que la canasta rebalsara para poder ellos comenzar a pescar libremente de las ollas y de los tecomates. Pero esta vez parecía que la técnica no le daría los resultados esperados.
Muchos microbios, unos despechados, otros decepcionados, comenzaron a expresarse con diferentes lenguajes en los medios de comunicación. Denuncia tras denuncia, aquello se hizo desesperante, pues la corrupción, como había sido tan enormemente grande, no se podía ocultar ya de ninguna manera, y era denunciada cotidianamente en las más variadas formas y señalando ya con nombre y apellido a las personas e instituciones responsables e involucradas, a grado tal que cuando el mismo Trastaramara comenzó a aparecer como partícipe del mal uso de los fondos públicos y demás, de nuevo su garganta comenzó a vibrar, haciendo rotar el trompo de su manzanilla y volviendo al temblor de su papada, perdiendo la ecuanimidad y el buen sentido, y con ello, predisponiéndose a perder la batalla.
Pero cuando ya todo parecía perdido, Trastaramara ejecutó de nuevo una jugada genial. De repente, furtivamente, hizo deslizar muchos propios entre los medios de comunicación, y cuando todos menos esperaban, fueron retirados de los microscopios todas las laminillas, desregulados todos los objetivos y oculares, desbalanceados los portaobjetos y retirados los botones de accionamiento y control de audio y de imagen. El pueblo de microbios se quedó envuelto en un completo y absoluto silencio. Nadie pudo escuchar más, por más que la disidencia manifestaba su descontento. No había audio, no había imagen, no había tintas, grafitos, ni siquiera sulfato de calcio en bruto para poder seguir expresándose aunque fuera en rudimentarias formas. El pueblo quedó mudo y ciego. Y aquí volvió a comprobarse que el castigo bíblico de la confusión de las lenguas hubiera resultado mejor si se hubiera dado mediante su eliminación.
Trastaramara entonces se trasladó, en su argolla de oro, a la estratosfera. Reunió en ella a sus más cercanos y selectos colaboradores, entre los que ya se encontraba el poeta Alacalufe, quien le hacía los discursos, el economista Berenguele, quien le diseñaba sus proyectos económicos, el ex-candidato Charrandinga, que se había constituido en su asesor social, y otros muy variados Calivobéboras y Chimbibilicas más o menos radicales, y con la anuencia de sus protectores y de algunos embajadores de pueblos remotos……….
…… continuó el festín.