José M. Tojeira
Comisiones especiales es normal que las haya en todo cuerpo legislativo. Especialmente cuando la capacidad técnica de los diputados es limitada, cuando es necesario legislar sobre un tema complejo y cuando el grupo de colaboradores legislativos permanentes es profesionalmente débil e insuficientemente formado.
Una Asamblea Legislativa con altura profesional y política, y con un cuerpo permanente de asesores técnica e intelectualmente bien formado, no necesita comisiones especiales, salvo en situaciones muy extraordinarias. Entre nosotros las comisiones especiales se han convertido últimamente, más en espectáculo que en mecanismo legislativo.
La exhibición de ataques y discursos muchas veces vacíos de los legisladores, los insultos en las redes a quienes son llamados a declarar ante las comisiones y la incapacidad de entrar en serio en los problemas y en sus soluciones, convierten en feria y mercado lo que debería, en todo caso, ser un lugar de reflexión seria sobre el país.
Se habla de sobre sueldos, y por supuesto está muy bien que se erradique esa hipócrita costumbre y su implicación en la evasión de impuestos, como muchos hemos venido diciendo desde los días en que algunos diputados de Nuevas Ideas todavía andaban a gatas. Pero no se toca el monto de los salarios de los funcionarios públicos ni, mucho menos, la relación que sus salarios debería tener con el salario mínimo establecido por ley.
Desde su ignorancia y su falta de lectura, piensan muchos de estos legisladores que están haciendo algo novedoso que a nadie se le había ocurrido antes que a ellos.
Pero no salen del insulto repetitivo al pasado y no tocan el tema de que muchos funcionarios actuales sigan ganado cantidades parecidas a las que ganaban los que cobraban sobresueldos. Regañan al pasado pero no construyen futuro. Al contrario, crean una dinámica de insultos, amenazas e incapacidad de diálogo que a nada conduce.
Si se quisiera hacer comisiones de verdad, que superaran la inutilidad clásica de las comisiones ya establecidas, podrían hacer una comisión de reforma fiscal. El famoso impuesto predial, un impuesto directo a la riqueza, revisar a fondo el impuesto sobre la renta tanto personal como empresarial, un IVA diferenciado que golpee con mayor fuerza el lujo y se reduzca en algunos productos más necesarios para la gente, son pasos posibles y que deben ser estudiados con la colaboración tanto de la empresa como de la academia.
Más recursos son necesarios para este estado quebrado, acostumbrado a pedir préstamos hasta que nadie confíe en él. Y sobre todo son necesarios para invertir más en las franjas de población que vive en pobreza o en vulnerabilidad. Y si se preocuparan por el futuro de todos, deberían crear una comisión de estudio del envejecimiento de la población y de la necesidad de reformar el sistema de pensiones para hacerlo más universal y más equitativo. Las diputadas acostumbradas a decir que tienen principios deberían en el caso de las pensiones preocuparse por el hecho de que hay menos mujeres con pensión que hombres, y que las pensiones de las mujeres son en promedio inferiores a las de los hombres.
El P. Antonio Vieira, jesuita portugués del siglo XVII, evangelizador y defensor de los indios en el Brasil, al tiempo que crítico de los colonizadores portugueses, decía que cuando predicaba al rey de Portugal denunciando la dura situación de los indios, en realidad predicaba en el desierto, por elegante que fuera la Corte y las Iglesias a las que el rey acudía.
Las comisiones actuales de la Asamblea pueden crear en mucha gente la sensación de que los diputados, además de tener un salario escandaloso respecto al salario mínimo, pierden el tiempo y nos lo hacen perder a los ciudadanos con su propaganda recortada de como han puesto a temblar al enemigo citado.
Legislar es algo muy serio para que los diputados pierdan el tiempo exhibiendo su ignorancia o su mala voluntad. Ciertamente, si se trata de descubrir supuestos delitos, no le van a añadir nada a lo que pudiera investigar la fiscalía o la Policía. Trabajar un poco más por el bien del país planificando un futuro mejor sería más conveniente para todos.