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Las contradicciones del sistema económico actual: hambre y sobreproducción de alimentos

Carla Arias Orozco

El subsecretario general de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, Stephen O’Brien, informó recientemente, al Consejo de Seguridad, que se está viviendo una de las crisis humanitarias más grandes de todos los tiempos, una situación devastadora y triste para el siglo XXI, porque 20 millones de personas podrían morir de hambre, en el corto plazo, si no se realiza “un esfuerzo global colectivo y coordinado”.

Estamos viviendo un momento de cambio. La coyuntura geopolítica esta reconfigurándose. El modelo económico que supuestamente traería riquezas y prosperidad creciente ha demostrado que es fuente de desigualdad. Estamos viviendo un mundo globalizado donde  los principales beneficiarios son las grandes empresas trasnacionales, en detrimento de la gran mayoría de los habitantes del mundo. Se privilegia el individualismo y no el interés colectivo basado en la solidaridad.

En este contexto, es aún más preocupante si no se dimensiona la gravedad de lo advertido en la declaración hecha por O´Brien. Mientras 20 millones de personas, en el continente africano, tienen que caminar días enteros para encontrar alimento o esperar a que milagrosamente le permitan a un avión de Naciones Unidas llevar comida a los campamentos, Jim Walton, uno de los propietarios de Wall Mart,  acumuló, para el 2016, una fortuna de 33,600 millones de dólares, que lo coloca en el puesto número 15 de las personas más ricas del mundo, según la revista FORBES.

Esta disparidad, no se resuelve solamente con la indignación y la buena voluntad de la comunidad internacional para que se provean 4,400 millones de dólares antes de julio próximo. Se debe reconocer que el problema es estructural, es decir debido a un sistema económico que ha estado vigente por muchos años y que  ha permitido la acumulación y concentración de la riqueza en unos pocos y a costa de la exclusión de muchos.

El hambre no es solo un problema de conflictos internos. Amartyan Sen lo dijo en su libro “Pobreza y Hambruna: un ensayo sobre derechos y privaciones (1981)”; los mercados constituyen un factor fundamental en la lucha contra el hambre, tanto por su disponibilidad como por el acceso a ellos. El mercado de alimentos tiene grandes problemas como son las limitaciones de capital e infraestructura, los elevados costos de transacciones, el sesgo en la distribución que imponen los grupos de interés, la poca diversificación, el difícil acceso a tierras de cultivo para la subsistencia y a servicios financieros, las dificultades de acceder a nuevas tecnologías, entre otros.

Prevalecen los intereses económicos de países poderosos a costa de países subdesarrollados; hay competencia desleal y, últimamente, el cambio climático y los fenómenos naturales derivados han afectado grandes terrenos dedicados a producir  alimentos, todo lo cual deja ver que la mano invisible no funcionó y que el rol del Estado es cada vez más importante.

El sistema económico actual descansa en la idea de brindar libertad de elegir por medio del mercado; pero esta libertad siempre estará condicionada a nuestra capacidad de compra. Es decir, uno puede escoger libremente entre una manzana verde o roja, un colegio u otro; pero de nada sirve tener esa libertad de elección si no se tienen los recursos para comprarla, los medios para llegar a ella, y la posibilidad de adquirirla.

Por tanto, el mercado sin control  dejará a muchos rezagados, a los que no tienen ni tendrán los medios. La marginación y la exclusión aumentarán y continuará lo que el modelo concentrador de riquezas ha causado culturalmente: la pérdida de  la idea de comunidad solidaría, de sociedad como un todo, preocupada  con el sufrimiento y las necesidades del  otro. Según datos de la FAO, en su publicación de mazo del 2017, la oferta mundial de cereales sigue siendo abundante. Se prevé que la producción mundial de cereales en 2016 ascienda a 2, 600 millones de toneladas. Asimismo, las existencias mundiales de cereales serán superiores al año pasado, el monto asciende a 678 millones de toneladas. Se estima que esas cantidades son más que suficientes para alimentar a la población mundial de la actualidad. No obstante, gran parte de esta producción está destinada a alimentar ganado para el consumo de carnes, existe un alto desperdicio en países desarrollados y la utilización de los biocombustibles permite que, a pesar de la abundancia, no se puedan alimentar más personas, porque la dinámica del mercado es llegar a donde se pueda pagar. Parte de las contradicciones y de las injusticias de este sistema nos lleva a preguntarnos ¿cómo es posible que tengamos tanta capacidad de producción de alimento y dejemos que las nuevas generaciones en África y aquellos países olvidados vivan desnutrición y abandono o que permitamos que haya gente que se muere literalmente de hambre? No podemos ni debemos ser indiferentes a esta tragedia humana, sobre todo si se prevé que, para el año 2030, alrededor de 440 millones de personas seguirán padeciendo de subnutrición crónica, como lo explicó Jelle Bruinsma, en la publicación de la FAO “Agricultura mundial: hacia los años 2015/2030”.

El escenario se torna cada vez más complejo si, además, consideramos la situación de los refugiados y de los migrantes. Es necesaria la integración regional, la toma de decisiones certeras que orienten a los más desfavorecidos y, sobre todo, educar a las nuevas generaciones para que tengan pensamiento crítico ante un sistema económico que es parte del problema y posiblemente no es parte de la solución. FIN

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