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Las conversaciones íntimas de febrero (2)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

A partir de las conversaciones íntimas de febrero, la actitud del pueblo debe ser la actitud de la sociología: comprometida con la premisa de que el pensamiento y el cambio social vienen de los sujetos, aunque a veces parezcan milagros. Rezar no es suficiente, así como no es suficiente bañarse en libros inocuos ni en coartadas fascistas para tapar la cobardía. Los milagros sociales no se esperan, se fundan día a día poniendo todo de nuestra parte para construir la patria común sobre la base de los imaginarios plurales como signo de unidad. El pueblo ha comido con la ilusión en la misma mesa baldía; la ha tocado, aunque sea de forma efímera; la ha conocido; sabe que existe en la historia frustrada y en la no dada; la ha visto esta mañana en los ojos de los hijos entrando a la escuela con una mariposa blanca en la mano para conjurar el anti-signo de la corrupción.

Urgido por la epistemología mundana de la sociología y por tanta violencia que se ha comido comunidades enteras, estoy obligado a hacer un llamado al ciudadano honesto para que analice la coyuntura de la nación y actúe valientemente para salvarla de caer en la anomia. Nadie debería quedarse callado y con las manos abajo porque, en el caso de los ciudadanos ¿de qué sirve que vayan a votar si no exigen lo que les prometieron?; y en el caso de los sociólogos ¿de qué sirven los cientos de conceptos y palabras raras que memorizan, sin respirar, si no tienen el valor de aplicarlos en la realidad y ponerse del lado de las víctimas de las que hablan los muchos libros que han leído?

Yo creo que, considerando la corrupción de los partidos políticos, el Gobierno debe fortalecer un proyecto amplio de nación retomando el espíritu del gobierno de amplia participación que soñaban las organizaciones populares y los sectores progresistas, y trazar el itinerario de cambios y justicia social como revolución democrática, y para eso debe fijarse bien en el talante de sus funcionarios y no debe caer en la corrupción, porque el pueblo estará vigilante y sabiendo que tiene poder. Cada dólar robado es una marca de odio contra el pueblo, pero en la actual correlación de fuerzas lo mejor que pueden hacer los políticos acostumbrados al abuso es deponer la oscura saña contra el pueblo. Los funcionarios deben demostrar que están en favor de la mayoría y que el proceso social es popular. Ciertamente, casi todos los políticos son de cuna humilde, pero han sido mordidos por la maldición del ladino que provoca que ataquen a sus hermanos. No ataquen al pueblo, no lo expropien, no promuevan con su corrupción el estallido social del hastío con el que, con justa razón, responden los pueblos explotados que se llenan de luz. La gestión actual, si quiere salvarse de ser lo mismo que las otras, debe amputar de inmediato y sin misericordia las partes que estén podridas y fortalecer las partes sanas que son las que le permitirán una buena relación con el pueblo.

Como sociólogo utopista, yo veo con ilusión los esfuerzos de trabajo en función de las mayorías, sobre todo cuando se suman los sectores democráticos del país para construir una vasta y vigorosa unidad. Las bases populares de todos los partidos son honestas y hay que acercarse a ellas para idear un plan económico-político que les satisfaga y garantice sus derechos. En un plan económico-político hay que representar los sentimientos del pueblo; hay que dar a los proyectos el rostro del pueblo; hay que tener como referente el imaginario popular. Por tal razón, el proyecto popular que yo imagino desde el lado que llamo “pre-izquierda” y para el cual llamo a la unidad, debe tener muy en cuenta -y como sociólogo lo voy a gritar siempre- el acceso a la justicia social en todas sus formas.

Para concretar un proyecto popular de nuevo tipo -lo digo como lo vengo diciendo desde hace treinta años- no bastan las palabras bonitas y las promesas enormes, porque estamos transitando en una coyuntura en la que ya se rompió el cántaro de la demagogia y la corrupción. Como nunca antes en la historia se necesitan hechos; por mi parte -como sociólogo- estaré atento para ver si -a pesar de todo el lastre que por el momento no se puede evadir en su totalidad- esos hechos reivindican las necesidades y sueños del pueblo, sueños que van desde la seguridad ciudadana hasta mejores salarios y pensiones dignas. A la luz de lo anterior estoy comprometido a denunciar todo aquello que atente contra el pueblo, y a aplaudir todo lo que le beneficie.

En este momento en que la unidad popular debe consolidarse más allá de partidos específicos, la actitud perversa de los políticos que ven en peligro sus privilegios es un paso en falso que en nada beneficia a la cultura política democrática. Yo espero que en este momento de las conversaciones íntimas de febrero el guión de la charla sea la unidad del pueblo y la depuración radical de los líderes de las organizaciones populares. Consecuente con ello, quiero hacer un llamado a todos los sectores del país para que evitemos el tener que llegar a una nueva guerra civil que vuelva a ser el negocio de algunos viejos conocidos. Para ello, es urgente que estemos dispuestos a compartir nuestras manos con los demás y a aceptar que el imaginario popular es muy diverso; es urgente que estemos dispuestos a participar, en la medida de nuestras medidas, a construir ese plan económico-político que, fiel al constructo teórico crítico de la sociología, favorezca de forma equitativa y sostenida a todos los salvadoreños.

En especial, mis delirios de utopistas van dirigidos a los sectores no organizados del pueblo que, por desilusión, se mantienen al margen de los hechos políticos y las afrentas económicas, aunque sufren sus efectos negativos. Eso no debe seguir así, los sectores no organizados deben pedir la palabra y actuar en favor de la justicia social; no deben seguir siendo sectores pasivos por temor a los sacrificios de toda lucha y a los riesgos personales que implica toda acción histórica. Si no se manifiestan de forma militante serán cómplices de lo que no se haga y de las desilusiones que se puedan generar. Debo aclarar que al hacer este llamado a la participación del pueblo no estoy pidiendo que se afilien a este o a aquel partido, sino que solo les pido que usen su sentido común, su espíritu crítico, su memoria histórica, su rebeldía y sus deseos de dignidad para que se pongan al servicio del bien común, no importa quiénes lo abanderen, con tal de que no sean los cínicos corruptos que siempre andan en busca del río revuelto.

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