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LAS COSTUMBRES

Dra. Sofía Villalta Delgado

Hay una serie de prácticas que forman parte de las costumbres y no son vistas como acciones que transgreden derechos universales. Es una visión dual: por un lado, están la legalidad y los derechos, y, por otro, “lo que se acostumbra hacer”. Las prácticas discriminatorias pueden estar afianzadas en el tiempo, y la transición a otros modelos más equitativos y solidarios solo son posibles cuando en las sociedades se escuchan con respeto las opiniones que son diferentes a las costumbres enraizadas a lo largo del tiempo.

La subordinación de las mujeres a las decisiones patriarcales, las limitaciones dentro del espacio público y las obediencias impuestas dentro del espacio doméstico, son ejemplos claros de costumbres arraigadas que se vuelven transgresoras de los derechos individuales fundamentales y que vulneran la autonomía y las decisiones personales.

En India, las viudas (generalmente jóvenes) tenían que tirarse a la pira ardiendo del esposo muerto (generalmente viejo); en China, la belleza de las mujeres dependía del tamaño minúsculo de su pie, lo que obligaba a muchas a doblarse las articulaciones y terminar con un pie parecido a un casco de caballo; la circuncisión faraónica (que mutila los genitales femeninos) todavía se practica en muchos países; la obediencia incuestionable a las decisiones masculinas dentro de las relaciones de pareja y muchas otras cosas más continúan siendo costumbre en la vida cotidiana de las mujeres.

El orden tutelar limita la posibilidad de libre expresión, de libre decisión, de libre pensamiento, imposibilita el debate público, controla los medios de comunicación masiva y condena cualquier pensamiento diferente al orden establecido; así, la crítica social que disiente está debilitada. Quienes ejercen tutelaje dentro de las sociedades sabotean cualquier esfuerzo o destello de cuestionar acciones y prácticas que vayan en contra de sus discursos.

Abrir espacio a las opiniones de quienes se someten a las costumbres sin tener opción de disentir, es una forma de promover cambios en aquellas prácticas anacrónicas que se respetan para favorecer las jerarquías establecidas de quienes ejecutan el poder bajo el lema “de defender la cultura”.

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