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Las dos caras opuestas del fútbol

Iosu Perales

Dice Ángel Cappa (Bahía Blanca, 1946), entrenador argentino, que el fútbol es un bien común, un derecho o una necesidad que siempre perteneció al pueblo. Pero el capitalismo se lo ha arrebatado a la gente y lo ha convertido en un negocio, en una herramienta para ganar la mayor cantidad de dinero posible.

Su libro “También nos roban el fútbol” (AKAL 2019) escrito con su hija, la periodista María Cappa, es una lúcida denuncia, bien documentada, del fenómeno extremadamente comercial y lucrativo en que se ha convertido el fútbol, como consecuencia de la oleada neoliberal iniciada en los años setenta, cuando el poder económico optó por la aplicación salvaje de las medidas dictadas por la que se conoce como Escuela de Chicago. Adalides de las mismas fueron Reagan en USA y Thatcher en el Reino Unido.

Es en esos años setenta cuando las grandes empresas descubrieron el fútbol como un gran y substancioso mercado.

El escritor y futbolero uruguayo Mario Benedetti dejó escrito: “La clásica noción de juego sigue existiendo, pero solo como condición subsidiaria. Ahora la prioridad es claramente mercantil. El jugador ha pasado a ser una pieza de consumo y de especulación”. Ya lo anunció Jean-Paul Sartre, “El fútbol es una metáfora de la vida”. Y acertó. Como en la vida misma, en el actual escenario neoliberal el fútbol tiene todas las características de una mercancía. Lo denunció abiertamente el gran Manuel Vázquez Montalbán, seguidor del Barsa: “Aquí se ha consagrado una economía de mercado, y se ha otorgado al fútbol el mismo papel de válvula de escape que tuvo en el franquismo. Se ha facilitado que llegue a la dirección de los clubes una parte de la nómina más impresentable de los empresarios de este país”. Claro que Vázquez Montalbán apenas llegó a ver el desembarco del petrodólar de manos de jeques que acaban de descubrir el fútbol.

Los jeques, ciertamente, entienden poco o nada del fútbol, pero tienen dinero para comprarlo. De hecho, el mundial 2022 de Qatar solo puede explicarse porque ha pagado montañas de dólares. Según el diario The Sunday Times, en 2010 Qatar abonó a la FIFA 400 millones de dólares, 21 días antes de que se eligiera a Qatar como sede del mundial. Tres años después otros 480 millones. A ello habría que sumar las cifras pagadas por Al Jazeera y el abono de otras cantidades según cláusulas. Un país de apenas dos millones de habitantes, donde solo 250.000 tienen derecho de ciudadanía, sin ninguna tradición de fútbol que para ellos es un deporte exótico y ahora destino de inversiones, no tiene ningún sentido que sea sede de un Mundial. Además, el marco climático es muy hostil y peligroso para la integridad de los deportistas.

Qatar es parte de la locura de una elite mundial que ha hecho del fútbol un instrumento de poder en pocas manos.

Pero, dinero aparte, ya es público que la construcción de siete estadios y la renovación de un octavo, además de nuevos rascacielos en la capital Doha, se han cobrado ya, desde 2010, la vida de 6.500 migrantes, según cifras publicadas por el diario británico The Guardian. Los trabajadores son mayoritariamente de Nepal, Blangladesh, India, Pakistan, contratados en régimen de esclavitud denunciado por las confederaciones mundiales de sindicatos y la OIT. Son trabajadores asiáticos y de otros países árabes sin derechos y con bajísimos salarios, a los que se les quita el pasaporte para que no puedan escapar. Trabajan a 50 grados de calor bajo riesgos cardiovasculares y en condiciones de extrema inseguridad laboral.

El robo del fútbol tiene como gran cómplice a la televisión. La retransmisión de partidos ha impuesto nuevos días de partido y horarios a los que no estábamos acostumbrados. Los futbolistas pagan el peaje de una sobredosis de esfuerzo, y los clubes son comprados por el reparto de ingresos televisivos, ingresando en una dinámica de la que no pueden salir si no es empobreciendo sus plantillas con el riesgo que ello supone. El poder del dinero es tal que las ligas española e italiana montan torneos tipo supercopa para jugar en emiratos a cambio de mucho dinero, blanqueando de este modo a dictaduras. Claro que, para Javier Tebas -presidente de la Liga Profesional Española- hacer negocios con Arabia Saudí y Qatar, es estar en la buena línea. Por algo ha sido miembro activo de Fuerza Nueva y simpatizante público del partido de extrema derecha VOX. Como es un buen conseguidor de dinero los clubes de primera división le votan. Tan solo Eibar, Athletic y Real Madrid le han negado su apoyo.

Sin embargo, todavía hay un fútbol digno. Recientemente las selecciones de Noruega y Alemania han aprovechado sus partidos clasificatorios para el mundial, para romper con la distancia social que con frecuencia se reprocha a los futbolistas profesionales. El equipo alemán vistiendo al comienzo del encuentro, una camiseta con la frase “Derechos Humanos” y el noruego con una camiseta blanca con letras negras que decía “Derechos Humanos dentro y fuera del campo”, mientras sonaban los himnos, dan cierta dignidad al fútbol. La selección noruega en el Victoria Stadium de Gibraltar estaba capitaneada por Martín Odegaard quien al final del encuentro explicó que muchos jugadores están sensibilizados con el tema. Varios clubes noruegos defienden el boicot al mundial. Entre los futbolistas famosos, León Goretzka, Earling Haaland y Leroy Sané, se han atrevido a denunciar…

Para estos futbolistas, seguro que son un alivio las palabras del intelectual italiano Antonio Gramsci: “El fútbol es el reino de la lealtad al aire libre”. Pero hay que reconocer que esta frase recoge hoy el sentir de una minoría en el mundo del fútbol. En todo caso, un buen ejemplo es el mítico club chileno Colo Colo. Un club que destaca por su compromiso en la lucha contra la pobreza, por la justicia social y la democracia. La Fundación creada por este club para llevar alimentos y protección a la población vulnerable y para impulsar proyectos de desarrollo, pone a su fútbol en un lugar alto de la pirámide humanitaria.

Decir Colo Colo es decir Carlos Caszely, aquel jugador que involuntariamente se convirtió en héroe cuando negó el saludo al dictador Augusto Pinochet. Aquel fantástico delantero lo tenía decidido antes de ingresar con toda la plantilla en el edifico de gobierno de la Junta Militar, horas antes de su partida al mundial de Alemania en 1974.   

El general avanza saludando a los mejores futbolistas del país. Carlos Caszely siente que un sudor frío de gotas gruesas avanza por su espalda. Trata de respirar profundo, de mantener la compostura, aprisionando la mano derecha con la izquierda, para que no vaya a escaparse. Percibe que viene, que el general se aproxima, hasta que lo tiene frente a él. Deja las manos inmóviles detrás de su espalda. Nota la ira del dictador que retira su mano, humillado. El futbolista resiste el momento de gran tensión, sus manos siguen quietas a la espalda y mantiene los ojos cerrados. Cuando los abre, Augusto Pinochet ha pasado. El dictador sigue avanzando hasta que a saluda al último crac. Se rompen filas y Carlos Caszely suspira al fin.

Carlos Caszely, uno de los mejores jugadores de la historia de Chile y símbolo del gobierno socialista de Salvador Allende, recibió todo el apoyo de su club Colo Colo que supo estar a la altura del gesto. Un club comprometido con la democracia, representante del otro fútbol.

Pero el General es vengativo. Y ocurre que mientras se juega el mundial en Alemania, una mujer tumbada en una acera es auxiliada cerca de su casa. Es evidente que ha sido torturada. Afortunadamente vive. Es Olga, la madre de Carlos Caszely.

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