Roberto Savio/Alai
En pocos días, París envió al mundo dos lecciones fundamentales sobre la democracia y el clima, que los medios han tratado como temas separados, pese a que en realidad, no podemos seguir ignorando el común denominador que vincula los dos temas: la democracia está en decadencia.
Si bien todos los medios de comunicación han informado de la derrota del Frente Nacional (FN) en las elecciones administrativas francesas, pocos han recordado la vieja observación de que ganar una batalla no significa ganar la guerra.
No hay duda de que el FN se está convirtiendo en un partido importante. En estas elecciones, el sistema político tradicional, representado por el centro-derecha de Nicolas Sarkozy y el socialista, bajo la guía de François Hollande, han unido sus fuerzas de nuevo, dejando fuera a Marine Le Pen.
Sin embargo, llegó el momento de considerar que la derecha en Europa, así como en Estados Unidos, va más allá de ser nostálgica y xenófoba. Su crecimiento en todos los países europeos se debe a un número creciente de ciudadanos descontentos, muchos de los cuales provienen de la clase obrera y de los sectores más pobres de la sociedad.
Ciudadanos que antes votaron izquierda y que ahora se confiesan frustrados con la decadencia de las estructuras de bienestar social, por el desempleo de ellos y de sus hijos, por un Estado que se repliega en favor del mercado, con la creciente injusticia social, con la inmigración, que sienten como una amenaza, por la pérdida de su identidad nacional y por una corrupción escandalosa.
Esto crea una nueva categoría, que podríamos llamar «economía del nacionalismo», que quiere retirarse de cualquier intrusión extranjera, ya sea de la Unión Europea, de los inmigrantes, de la OTAN o de las multinacionales. Miran a los partidos tradicionales como un mecanismo auto-referente de las élites, que no rinden cuentas, que están interesadas en perpetuarse en el poder, sin ofrecer a los ciudadanos lo que necesitan.
Una mezcla de xenofobia, nacionalismo, nostalgia de un pasado mejor, el llamamiento a una economía para mejorar la nación sin dar espacio a las fuerzas e instituciones extranjeras, es un techo lo suficientemente grande como para dar cabida a una parte creciente del electorado.
Los partidos tradicionales han hecho todo lo posible para hacer posible esos sentimientos. Se basan cada vez más en las figuras y menos en las ideas y en una visión para el futuro. Han perdido la estructura clásica de la afiliación partidaria, para convertirse cada vez más en movimientos de opinión pública, con la campaña más proclive a lanzar imágenes de marca que programas.
Mientras escribo, el primer ministro italiano Matteo Renzi estaba diciendo a sus seguidores lo que muchos de la elite política están pensando. Ya no hay una izquierda y una derecha, dijo, explicando que su partido (Partido Demócrata) se convertiría en un partido de la nación, en sustitución del partido de centro-izquierda con el que asumió el cargo en diciembre de 2013.
Esta falta de identidad de la izquierda se ha traducido en un éxito de los políticos de derecha, primero en Hungría y después en Polonia, cuyos líderes afirman actuar en nombre de la Nación, e insisten en que no hay más una opción de izquierda.
En las próximas elecciones presidenciales francesas de 2017, no es tan claro que Marine Le Pen será de nuevo puesta fuera por el sistema. Si bien el truco de los dos partidos tradicionales al erigir un dique uniendo fuerzas cumplió su función hasta ahora, pero que puede convencer a mucha gente que el FN es en realidad víctima del sistema.
Hollande logró subir en las encuestas gracias a una muy costosa guerra que ha emprendido contra el ISIS. Esto reducirá aún más los recursos financieros necesarios para abordar los problemas, lo que hace que ciudadanos descontentos abandonen el Partido Socialista y apoyen al FN, a lo que hay que añadir los jóvenes árabes excluidos de segunda y tercera generación que se van al ISIS.
No podemos darnos el lujo de ignorar que desde la crisis económica de 2008, la derecha está creciendo en todos los países europeos. La política de la izquierda, de imitar la derecha, afirma una tendencia que de hecho, ha fortalecido la carrera hacia la derecha.
Si hoy se celebrasen elecciones para crear la Unión Europea, en gran parte faltaría el amplio consenso que acompañó su fundación. ¿Sería posible hoy en día, adoptar la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
La última Encuesta Mundial de Valores determinó que la democracia como concepto es cada vez frágil. Un número cada vez mayor de ciudadanos estaría dispuesto a aceptar un sistema no democrático, si este fuese más eficiente para satisfacer lo que ellos consideran sus necesidades vitales.
Basta pensar que en Estados Unidos, donde en 1956 sólo uno de cada 15 estaba de acuerdo en «tener el imposiciones militares «, ahora se ha elevado a uno de cada seis. Entre los nacidos desde 1980, sólo 30% dio máxima importancia al hecho de vivir en una democracia. Otro tercio de estadounidenses piensa que no viven en un país democrático.
Las próximas elecciones en Estados Unidos tendrán un costo estimado de al menos 4.000 millones de dólares, en comparación con los aproximadamente 468 millones de dólares que se gastaban hasta ahora. Menos de 400 familias han contribuido con cerca de la mitad de ese dinero. Los hermanos Koch, magnates del petróleo, han anunciado que van a donar cerca de 1.000 millones de dólares.
No es de extrañar un ciudadano crea que su voto no tiene el mismo peso, mientras que Donald Trump, el tipo que lucha contra el sistema, es visto como una nueva voz que no hace parte de la vieja pandilla política que ha causado la contracción de la clase media.
Y esto nos lleva a la Cumbre del Clima. Una de las limitaciones más graves del Pacto Climático es que no es un tratado y por lo tanto no es vinculante. Esto se debe al hecho de que el congreso republicano estadounidense liquidaría de inmediato cualquier tratado sobre el clima.
La posición oficial es que el cambio climático no existe, sino que se trata de una conspiración internacional contra el sector energético de Estados Unidos.
Mitch McConnel, el dirigente republicano que ha encabezado la arremetida contra la agenda del cambio climático del presidente Barack Obama, ha declarado: «Antes de que nuestros asociados internacionales destapen el champán, hay que recordar que esta es una oferta inalcanzable en base a un plan nacional de energía probablemente ilegal, que la mitad de los Estados han presentado una demanda para detener y que el Congreso ya ha votado rechazándolo».
Como evidentemente es imposible pensar que los senadores republicanos desconocen que el 66 por ciento de los estadounidenses apoyan un tratado climático vinculante y el hecho de que la mayor contribución para elegirles viene de Koch, las preferencias de los legisladores de la cámara alta constituyen un claro ejemplo de cómo los políticos pueden aislarse de la realidad si es en su interés.
¿Es aceptable que 54 senadores estadounidenses –la mayoría republicana en la cámara del Senado de 100 escaños– puedan bloquear lo que sea que quieran 7.500 millones de personas que componen la humanidad?
Esto significa que el objetivo de que cada país decide por su propia voluntad no tiene aplicación práctica. La primera evaluación de la situación se llevará a cabo en 2018 y una vez más el mundo dependerá de la persona que sea Presidente de Estados Unidos. Cualquier republicano, cambiará completamente la posición de Estados Unidos y varios países estarán felices de secundarles.
El hecho es que probablemente ya es demasiado tarde para revertir el desastre que hemos creado. Si hace 20 años, en la primera Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU en Berlín el tema del cambio climático se hubiese tomado en serio, habríamos tenido tiempo para hacerlo. Pero ahora, ya estamos 1 grado centígrado por encima de la temperatura de la revolución industrial.
Los compromisos asumidos por los países, conducirán a un aumento de al menos 3,7 grados centígrados. El objetivo era de no ir más allá de los 2 grados. Este objetivo fue ampliamente conocido como un recurso político, para dar cabida a todas las personas a bordo, pero de hecho ya un aumento del 1,5 traería serios problemas.
La organización de investigación Centro Climático ha descubierto recientemente que un aumento de 2 grados va a anegar a 280 millones de personas y que con 1,5 grados «sólo» 137 millones serían sumergidas. Pero si ya hemos utilizado 1 de los dos grados centígrados, antes de llegar a un acuerdo, ¿cómo vamos a ser capaces de permanecer dentro de 1,5, si empezamos tan tarde?
Lo que es increíble es que el cambio climático se ha tratado básicamente como un asunto técnico con implicaciones políticas. De hecho, el verdadero problema del cambio climático es una cuestión de justicia, como la encíclica Laudato si’ (en dialecto umbro; Loado seas, en español) ha tratado de afirmar.
Los naciones industrializadas se han convertido en ricas por la quema combustibles fósiles durante los últimos 200 años: países que sólo constituyen el 10% de la población mundial son los responsables de alrededor del 60% de los gases de efecto invernadero que ahora está en la atmósfera.
Por lo tanto, tienen una «deuda ecológica» con los países que están ahora vías de industrialización. La Agencia Internacional de Energía estima que para colocar el clima bajo control (a los 2 grados), se requerirán 1.000 miles de millones hacia el año 2020.
Sin embargo, el Pacto de París se compromete únicamente a movilizar a 100.000 millones de dólares de aquí a 2020, lo que es sólo un décimo de lo que es requiere, sin que exista ningún compromiso para aumentar esta cifra, sino solamente una aspiración para revisarla en 2025.
Por supuesto que 100.000 millones de dólares es una gran cantidad. Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional, que no es un campeón de la justicia social, sino del rigor monetario, acaba de publicar un estudio en el que informa que los subsidios energéticos globales después de impuestos aumentaron 3.000 millones anuales de 2011 a 2015 y se llega a la asombrosa cantidad de 5.3 billones de dólares este año, es decir aproximadamente el 6,5 por ciento del producto interno bruto mundial, lo que, de acuerdo con el FMI, es significativamente más de lo que los países emergentes y de bajos ingresos gastan en salud pública y otras prioridades sociales y económicas básicas.
Los países industrializados han gastado 14.000 miles de millones para rescatar a los bancos, más de lo que los países industrializados gastaron en salud y educación desde la crisis de 2008.
La cumbre de Paris ha ignorado una serie de cuestiones relevantes: los derechos humanos, los fondos para las personas de los países pobres, las víctimas del cambio climático, ya que la ONU estima que en 2050 podríamos tener más de 250 millones de refugiados climáticos, una categoría simplemente inexistente en el derecho internacional.
Y así podríamos seguir mencionando las muchas incongruencias y agujeros en el Pacto. Pero lo que está claro es que no tenemos en absoluto un sistema mínimo de gobernanza global.
El cambio climático se sumará a la sensación de inseguridad que tienen muchos ciudadanos del mundo. Los países pobres, por supuesto, van a sufrir una parte desproporcionada de los desastres. Pero los países industrializados tendrán que cambiar algo en su estilo de vida. Sin eso, tan sólo la acción de los gobiernos será en gran medida incapaz de mantener el planeta, tal como lo conocemos hoy en día.
Es interesante observar cómo los actores políticos en París han visto esto. Ellos han hecho varias declaraciones que reconocen que el Pacto Climático no resuelve el problema de la estabilización de nuestro clima.
Por supuesto, las declaraciones alegres han hecho que esto sea sólo el comienzo de un proceso y el progreso continuado se hará en el futuro, por lo que debemos ser optimistas.
Esto se debe a que están seguros de que los mercados tendrán un papel contundente, mediante la inversión en nuevas tecnologías, que acelerará el proceso. Por supuesto que los mercados no tienen relación alguna con el tema de la justicia.
Poco se ha dicho sobre la fuerza real para el cambio: los ciudadanos que en todas partes del mundo, han realizado acciones en el espacio público para exigir que los gobiernos actúen antes de que sea demasiado tarde.
Todas estas acciones de los ciudadanos comenzaron con la declaración Límite para el Crecimiento, del Club de Roma, en 1972. Se ha tardado casi 50 años para que los líderes políticos a acepten que el problema existe.
En ese entonces teníamos datos innegables de olas récord de calor, derretimiento de glaciares, desiertos en expansión, intensificación de huracanes. Pero eso no fue suficiente para contar con la atención de esos líderes políticos para escuchar a la realidad y a las personas, para así alcanzar un acuerdo. En 2009, esto era todavía objeto de debate en Copenhague. Tuvimos que esperar hasta 2015…
París abre ahora un camino para la humanidad. En 2050 podremos saber en cuántos grados habremos sobrepasado nuestro clima normal. Lo que si ya se puede afirmar con seguridad es que el deterioro creciente del planeta aumentará la sensación de inseguridad en la que ya vivimos: el terrorismo es sólo el último golpe.
Mientras los gobiernos sigan esperando que el mercado haga su trabajo, la desafección de los ciudadanos sólo crecerá. El premio Nobel Paul Krugman ha escrito una columna, «Empoderar la fealdad», donde reflexiona sobre los Trumps y los Le Pen, que están aumentando. «Esta fealdad ha sido posible debido a la clase dirigente tradicional, que ahora reacciona tan horrorizada por la apariencia que están tomando los acontecimientos… ahora se enfrentan al monstruo que ayudaron a crear».
Pero no debemos olvidar que se trata de salir de un proceso similar que los «Hombres de la Providencia» han creado y del que se han hecho cargo los gobiernos democráticos. Hemos vivido durante los últimos 20 años, tras la caída del Muro de Berlín, en una era de codicia descontrolada.
Ahora estamos entrando en un período de temor e inseguridad, que en nuestra vida se han añadido a la codicia ya arraigada.
Debemos estar de acuerdo en que el miedo y la codicia no son pilares de la democracia…
Roberto Savio es Periodista italo-argentino. Co-fundador y ex Director General de Inter Press Service (IPS). En los últimos años también fundó Other News, un servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”. Other News.