José M. Tojeira
Independientemente de lo que se está haciendo en el país para contener la epidemia (pandemia en cuanto que es mundial) del coronavirus, es importante reflexionar sobre las enseñanzas que nos deja una amenaza como esta, que esperamos no se convierta en catástrofe. Y tal vez la primera enseñanza que nos comienza ya a dejar el modo concreto de prepararse para frenar la llegada de la epidemia es que necesitamos en el país un tipo de organización que nos ayude a dar respuestas colectivas. El poder central ejecutivo debe jugar -por supuesto- un importante papel. Pero hacer depender toda decisión del poder central lleva siempre a formas de desorganización y de sufrimiento inútil. La cultura individualista y consumista que domina una buena parte de nuestra sociedad lleva al final a depender totalmente del poder central del Estado, que nunca estará adecuadamente preparado sino cuenta con formas de solidaridad organizadas dentro de la sociedad. El modo inicial de organizar las cuarentenas muestra una imagen de la desorganización que puede darse cuando todo se hace desde arriba y no hay formas organizadas de solidaridad desde la base social.
Un segundo aspecto a considerar es el de la necesidad de un desarrollo social básico. Si todos los salvadoreños tuvieran agua potable en sus hogares tanto para consumo como para saneamiento, cualquier epidemia o catástrofe se puede enfrentar mejor. El acceso limitado al agua potable afecta directamente las condiciones de salud de las personas, que se agrava ante riesgos de epidemia. La pobreza, la carencia de servicios básicos, la ausencia de recursos comunes hacen más difícil y dolorosa cualquier situación de calamidad generalizada. Un sistema de salud único, bien organizado, abierto a todos los que viven en el país, es una necesidad desde hace tiempo deseada en el país. Pero las carencias en el servicio de salud, la inequidad de los diferentes sistemas y las limitaciones generales nos vuelven débiles a la hora de enfrentar incluso enfermedades como la insuficiencia renal crónica, que no debiera ser causa importante de muerte como en realidad lo es en El Salvador.
La salud está definida por la Organización Mundial de la Salud como el “estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente (como) la ausencia de afecciones o enfermedades”. En los seres humanos se combinan siempre la realidad biológica, la psicológica y la social. Ante las epidemias no solamente se produce sufrimiento y daño biológico. La angustia y la preocupación de mucha gente podía verse en las colas de los supermercados en días pasados, convertidos más en mercados del miedo que en centros de consumo responsable e informado. Y eso se daba en sectores pudientes o con una economía holgada. Quienes permanecen excluidos del consumo quedan solamente golpeados por una información que recalca y reproduce la alarma y los peligros de muerte más que la orientación y la invitación a enfrentar el problema de la epidemia desde la solidaridad social y el conocimiento.
Si algo nos deja clara la experiencia de esta pandemia, vivida en El Salvador todavía solamente en calidad de amenaza, es que nuestro país necesita construir una verdadera política de seguridad humana. Tenemos epidemia de homicidios, aunque haya bajado su intensidad en los últimos años. Tenemos epidemia de muertes en tráfico. Sufrimos verdaderas epidemias en el campo de la salud como lo son las neumonías y enfermedades pulmonares o la insuficiencia crónica renal. La mujeres jóvenes y adolescentes sufren una verdadera epidemia de violaciones y abusos sexuales. Y ahora nos llega la epidemia del coronavirus. Con frecuencia respondemos a una de las epidemias, la que más sale en los medios, en vez de buscar una seguridad humana generalizada. Hoy, en ausencia de gobernadores departamentales y con escasa o nula preparación para el desastre en los departamentos, los militares han asumido algunos de los aspectos que debían estar en manos gubernamentales civiles. Frente a todos estos problemas recordemos las palabras de Kofi Annan: “La seguridad humana no puede ser entendida en términos puramente militares, sino que debe ir acompañada de desarrollo económico, justicia social, protección medioambiental, democratización, desarme y respeto de los Derechos Humanos y del imperio de la ley”. Diseñar una política de seguridad humana que nos proteja de las epidemias locales y de las pandemias de origen internacional, es uno de los grandes desafíos que nos deja el tensionante y amedrentador coronavirus COVID-19.