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Las estatuas vivientes

Santiago Vásquez

Escritor ahuachapaneco

Las cinco de la tarde, drugstore prostate el centenario reloj ubicado artísticamente en la parte más alta de aquel Kiosco, store tatuado en su carátula con unos disparos realizados por un miembro de la aristocracia del lugar, illness que mas que un anunciante de las horas, parece un oscurecido sol desvaneciendo su rutina, recibe siempre a los visitantes, entre quienes  acuden, Don Cástulo, El maestro Pineda, Don Beto, el maestro  Avilés y otros tantos personajes jubilados, quienes recuerdan con mucho entusiasmo y algunas pinceladas de nostalgia, las historias y las vivencias de sus correrías idas de juventud; aquel reloj, percudido por el olvido y restaurado de vez en cuando por el alcalde de turno, cumple siempre su faena rutinaria de desprender como manojo de vibrantes notas musicales, las campanadas, anunciando el avance inexorable del tiempo.

Los vendedores de dulces, se pasean impacientes con la esperanza de un atinado comprador;  Don Armando, el vendedor de la Leche Poleada, camina serenamente con su carretón y como vestimenta, una impecable gabacha blanca y su peculiar voz que se esparce por todo el ambiente: ¡POLIADA!, ¡POLIADA LE DOY! ofreciendo su sabroso producto, mientras tanto, uno que otro cipote corre desesperado, gritando porque lo aventaron por allá con su bicicleta y le rasparon todas las rodillas o porque lo regañó fuertemente un policía por jugar sobre la grama.

Las parejas de estudiantes de la Nocturna del Centro Escolar Isidro Menéndez, se pasean tomados de la mano, dando vueltas y vueltas como modelando algún evento de belleza.

Una que otra pareja de esposos disfrutan del concierto de la Banda musical del cuartel de la localidad, quienes esparcen verdaderos tesoros musicales como: Flores negras, Flor de Azalea, y otras más que entretienen el ambiente

Aquella algarabía y tranquilidad se iba perdiendo poco a poco, sin embargo, la pujante laboriosidad de su gente hace que el lugar sea visitado siempre en busca de un solaz esparcimiento, don Esteban, el sacristán de la Iglesia, se encarga todas las tardes de hacerles el llamado a los feligreses para recibir el alimento espiritual del alma, tan necesario en estos días.

Una tarde, la Casa de la Cultura de la localidad, ofreció un evento artístico de danza, presentando al grupo AUXOL, de lo cual, además de un evento  musical, también se ofreció un bonito espectáculo con las estatuas vivientes, quienes magistralmente se ubican en lugares estratégicos para deleite del público.

Aquella estampa parecía detener el tiempo, inmóviles totalmente, ofrecían despertar una gran curiosidad, ubicadas en diferentes posiciones, daban la impresión de estar hechas de mármol, de piedra, de yeso o yo no sé de qué extraño material de una mina milenaria y desconocida.

Ante toda aquella algarabía y entusiasmo de los presentes, sucedió algo inesperado,  Lisandro, un niño de apenas ocho años, se acerca de forma inocente a una de las estatuas para observarla de cerca, de repente, comienza a mover los ojos como queriendo sorprenderlo, aquel niño muy lleno de inocencia, al ver aquel movimiento  lento de su mirada, suelta espeluznantes y despavoridos gritos, corre a los brazos de su madre y le comenta lo sucedido, aquel episodio dejo a todos soltando sendas carcajadas, y a la estatua viviente, le entran unos grandes deseos de soltar su risa, pero lo contuvo, gracias a su magistral preparación en el arte de ser ESTATUA VIVIENTE.

El viejo reloj seguía su marcha, dando las tristes campanadas, anunciando que el tiempo es el único dueño de nuestro fugaz  paso por este mundo;  mientras las estatuas continuaban al ritmo del grupo de danza AUXOL, conteniendo su risa, ante la mirada de los curiosos.

Don Roberto, el corresponsal del periódico de la ciudad, quien le ha dado grandes glorias a su gente con sus innumerables reportajes desde hace muchas décadas, llega con su libreta, grabadora y  cámara, se dirige a ellas, les toma unas cuantas fotografías, dejando constancia en el tiempo, de la dureza y temple de su existencia, sin sospechar siquiera la enorme satisfacción que guardan en su corazón y la admiración de un pueblo que las observa con orgullo.

Las gaviotas emprenden su vuelo para buscar su descanso en las ramas de los árboles del parque, la música de la banda se diluye entre la brisa del atardecer, los jubilados ríen a carcajadas cuando ven pasar a una muchacha contorneando sus caderas, don Walter, el director de la Casa de la Cultura, anuncia que el evento cultural está por terminar, las ESTATUAS VIVIENTES comienzan a desprender su nostalgia, con el deseo de volver nuevamente por estas tierras que ofrecen al visitante una grata estadía, abrigados   en el viento, con una mezcla de un aroma tiznado de café.

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