Ricardo Olmos
Economista
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Hace ochenta y dos años John Maynard Keynes, viagra dictó una conferencia en Oxford, y que ha sido denominada “El final del laissez-faire”. Esta expresión que se refiere al hecho de definir el final de ese paradigma de dejar en libertad a los diferentes actores y agentes económicos para realizar sus negocios haciendo desaparecer las trabas para el comercio internacional. Eso que se ha denominado por muchos años libre mercado y que fue uno de los paradigmas llevado al extremo por los estimuladores y propiciadores del Consenso de Washington. ¿Porqué este tipo de pensamiento añejo se vuelve difícil de eliminar como el paradigma esencial del pensamiento económico y que es inaplicable a la realidad?
El pensamiento económico de un contemporáneo, y que recibió el Nobel en el 2001, en su disertación ya definía los males y las consecuencias nocivas de mantener ese tipo de pensamiento en las políticas públicas; pensamiento y práctica tan arraigados en aquellos que crean opinión, y de aquellos de quienes promueven políticas económicas en el marco de asesoramiento que reciben los países de las instituciones financieras internacionales.
La evolución del pensamiento económico sobre ese mismo punto a través de Joseph E. Stiglitz (2007 p.55) se evidencia además en su libro denominado el Malestar de la Globalización cuando indica “ que la orientación Keynesiana del FMI, que subrayaba los fallos del mercado y el papel del Estado en la creación de empleo, fue reemplazada por la sacralización del libre mercado en los ochenta, como parte del nuevo «Consenso de Washington» -entre el FMI, el BM y el tesoro de los EEUU sobre las políticas correctas para los países subdesarrollados”. Y reafirma este autor que “la liberalización de los mercados de capitales fue propiciada a pesar del hecho de que no existen pruebas de que estimule el crecimiento económico”.
Los estudios más recientes en las áreas de las ciencias económicas citan la importancia de las fallas del mercado. Por ejemplo, el caso en donde se evidencia tales fallas es el caso de la reducida o falsa información. Por cierto, este tema ha generado en los años recientes consecuencias tan peligrosas para la actividad económica por parte de aquellos que se aprovechan por medios ilícitos de información, y que por cuestiones de poder, regularmente no son detectadas por el control ciudadano.
Además, esa ineficiencia que se enmarca como limitación del mercado debe ser cubierta por la participación y la actividad del Estado, tal como se evidencia por aquella institucionalidad que viene tutelando el bien público. Las instituciones gubernamentales que funcionan en El Salvador así como en otros países vienen salvaguardando tibiamente los intereses de los consumidores. Se esperaría que pronto se convierta la información en un bien público y se vuelva esencial para el mismo funcionamiento del mercado. En El Salvador, la labor de supervisión que se realiza en las diferencias instancias gubernamentales asegura que en efecto los precios sean debidamente visibles, como las tasas de interés de los créditos sean de pleno conocimiento por la ciudadanía, que se conozca la fecha de caducidad de los productos, etc. Esa información debe ser completa a fin de que los precios guíen a los mercados para que funcionen correctamente. Y por supuesto, la difusión de la información se vuelve clave para que la ciudadanía tome las mejores decisiones. Se debe avanzar para que exista una mayor información que el mercado actual no proporciona.
Otro ejemplo de ineficiencia del mercado es la existencia de la desocupación de los factores más importantes de la producción con los constantes procesos recesivos, inflacionarios y desequilibrios existentes que son expresiones de las fallas del mercado y que no pueden corregirse por sí mismos. De mantenerse estas fallas probablemente las sociedades no alcancen el crecimiento económico ni el desarrollo. ¿Cuáles son esos límites? Cito algunos ejemplos: las economías como la salvadoreña poseen mercados de capitales sumamente insuficientes, y por consiguiente, las empresas deben de recurrir a las utilidades no distribuidas como mecanismo de reinversión con impactos y alcances limitados para el crecimiento robusto de las empresas. Otro elemento que restringe los niveles de ampliación del capital y de las oportunidades de negocios es el racionamiento del crédito. La economía salvadoreña al igual que otras mantienen una atomicidad de los negocios, pues estos son en su mayoría mico empresas y pequeñas empresas siendo solamente la gran empresa menos del 1% del total del conjunto de unidades empresariales en el país. Estas últimas en su mayor parte son las que acceden al crédito para su financiamiento de nuevo capital fijo y/o ampliación del resto. De mantenerse esa morfología empresarial se genera mayor inequidad y las potencialidades para asegurar empleo y profundizar la producción son de relativo e insuficiente impacto en el país. Este tipo de morfología empresarial existente entre otros elementos limita el crecimiento económico. Tema que abordaré en otra oportunidad. ¿Es posible construir un nuevo tejido empresarial para elevar los niveles de eficiencia? ¿Puede jugar el Estado nuevos roles para eliminar los niveles de ineficiencia existentes? La historia económica reciente, como la que vivió en su momento Keynes, atestiguan que las sucesivas crisis han sido resueltas con la participación decisiva del Estado. No hay tal “laissez faire” que resuelva los problemas económicos de nuestras sociedades!! De ahí el papel estratégico de fortalecer el Estado como impulsor del crecimiento económico y desarrollo en el país, pues esas fallas son las que reducen las oportunidades de desarrollo nacional.
Las realidades económicas sobre las fallas del mercado son más que evidente en economías como la salvadoreña. Sin información como bien público que es una condición clave para el conocimiento no se tendrán niveles aceptables de propuestas tecnológicas propias. El consenso generalizado es que si a los mercados se les deja solos difícilmente serán eficientes, y por el contrario, generan inequidades sin alcanzar el bienestar deseado ni mucho menos la de mejorar la situación de un individuo sin empeorar el de ninguna otra, tal como lo argumentó en su tiempo Vilfredo Pareto.
Por último, no hay que olvidar que el final del “laissez faire” se alcanzará cuando se edifiquen políticas públicas que tengan un impacto en la sociedad. Solo así cederá el paradigma convencional que por cierto no describe, explica ni interpreta acertadamente las economías de mercado en que hoy vivimos.