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LAS FORMAS DE SABER DEL HOMBRE EN LA FILOSOFÍA

 

 

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.

Por Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

“La única sabiduría es la ignorancia”,

Sócrates.

Decía Zubiri, en “Sobre el Hombre” y en sus “Cinco lecciones de filosofía”, que el hombre siempre tiene el deseo de saber, y que en cierta forma, este deseo lo comparte también con los animales. Pero el hombre manifiesta tal deseo de una forma diferente. Mientras los animales se quedan en el mero sentir, la aísthesis griega, y cuando más, en retener lo sentido, la experiencia, la empeiría girega, (en alguna forma, este retener lo sentido los hace seres inteligentes), el hombre tiene unas formas de saber que le son exclusivas y propias, aunque estén basadas en las dos anteriores. El hombre, recogiendo a Aristóteles, sabe, conoce, mediante la técnica, la techné griega, mediante la prudencia, la phrónesis griega, mediante la episteme, la ciencia, el nous, el conocimiento, y la sophía. La técnica es un arte, la capacidad de producir algo; la prudencia, el colocar ese arte entre el bien y el mal; luego la episteme, que es la ciencia en el sentido estricto; luego, el nous, esto es, la inteligencia; y finalmente, la sophía, la sabiduría.

El hombre “hace” cosas, la técnica, la techné; y las comunica, la experiencia, la empeiría; y al comunicarlas, entra en la esfera del bien y del mal, la prudencia, la phrónesis; las demuestra, haciéndolas reales, lo que constituye la ciencia, la episteme; pero la ciencia es limitada, dice el estagirita, pues no todo es sujeto de demostración, y es necesario saber el porqué de las cosas, con lo que entramos ahora en esa importante forma de saber que es el Nous, y con el Nous comienza la filosofía: La filosofía no es otra cosa más que la unión de la episteme y el nous, y esta unión constituye la sophía, la sophía aristotélica, a la que se llega cuando el hombre ha resuelto sus urgencias, ha realizado sus negocios, y entonces puede dedicarse al ocio, el famoso “ocio” aristotélico en el cual puede alcanzarse la “eudemonía”, esto es , la felicidad.

Para Aristóteles, en conclusión, el saber filosófico es el saber que recae sobre el ente. Y siguiendo lo que afirmaba que cuanto más se predica el ente, más pequeño se hace el ente, el saber sobre el ente deberá ser entonces único y preciso.

Kant, el hombre de Konigsberg, para quien la filosofía era sólo y simplemente metafísica, por lo que debe ser ciencia estricta y rigurosa, hace de esto una ciencia de los principios supremos de la razón; y estos principios son de dos órdenes: el cognoscitivo, esto es, la teoría, determinado por la intuición; y el intelectivo, determinado por la moralidad. El saber, pues, para Kant, recae siempre sobre el objeto.

Para Comte, continúa Zubiri en este hermoso viaje por las formas de saber, la filosofía, como sistema general de las concepciones humanas, ha de ser positiva. Esto quiere decir que la función de la teoría es sólo coordinar los hechos observados. Y positivo, para Comte, significa que nada tiene sentido real e inteligible si no es la enunciación de un hecho y si no se reduce en última instancia al enunciado de un hecho; es decir: Debe ser real y no quimérico; debe ser útil y no ocioso; debe ser cierto y no indeciso; debe ser preciso y no vago; debe ser opuesto a lo negativo; y finalmente debe ser constatable y no inconstatable. La razón es, para Comte, pura y simplemente la organización de la experiencia con vistas al orden y al progreso. Sólo así, la razón adquiere el carácter de ciencia. Es el famoso “empirismo filosófico” de Comte. El saber, en síntesis, para Comte, recae sobre el conocimiento de los hechos científicos.

Zubiri, en el libro que comentamos, refiere también lo que es el saber para Henri Bergson. Bergson, el genio de la intuición, (un objeto se conoce no rodeándolo, despedazándolo, analizándolo, sino entrando en él, y en un acto único e intuitivo, y llevándolo así a la conciencia), habla entonces del saber como un hecho inmediato de la conciencia.

Para Dilthey, el saber filosófico es la vida, recae sobre la vida. Para Husserl, el objeto de la filosofía es la vida entera y sus objetos reducidos a esencia fenoménica. Y finalmente, para Heidegger, el objeto de la filosofía es el ser puro.

Pareciera, concluye Zubiri, que los filósofos no se entienden entre sí; pero no es que no se entiendan entre sí. Ciertamente, no se ponen de acuerdo, pero al no ponerse de acuerdo, en el fondo se entienden entre sí. Este entenderse y no estar de acuerdo es, dice Zubiri, el conflicto, conflicto que sólo se resuelve con, termina el filósofo vasco, “el penosísimo esfuerzo de la labor filosófica”.

Pero, el hacer filosófico es una labor penosa, porque es vivencia pura, como decía el Maestro García Morente. Dedicarse a la filosofía es entrar por el camino de las doce puertas, la última de las cuales es la labor del genio que nos conduce, resolviendo dificultades que parecen no tener fin pero que al final alumbran el recorrido. Por ello, la luz siempre sucede a la oscuridad, es hija de la oscuridad, y es esta su razón de ser; puesto que sin oscuridad, ¿a qué la luz?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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