José M. Tojeira
El lenguaje tiene las más de las veces una función orientada a la acción. Por eso alguna frases y discursos pueden resultar profundamente peligrosas. Un padre de familia machista y que ejerza como tal puede crear un seria baja autoestima en sus hijas, o convertir a su hijo en un futuro maltratador de mujeres. Todos conocemos las aberraciones brutales de los discursos racistas y antisemitas de Adolf Hitler y a dónde condujo el odio concentrado en las palabras.
Toda persona con poder, desde los estratos más sencillos a los más altos, tiene responsabilidad con su lenguaje. El odio a grupos étnicos, a grupos sociales, o simplemente a opositores, puede llevar a unas situaciones de violencia que niegan valores básicos de humanidad. Hay países en los que ese tipo de lenguaje, a veces alentados por algunas personas con cierto liderazgo ideológico, han llevado a disparar contra inocentes y a causar innumerables muertes.
Poner algunos ejemplos de frases peligrosas nos ayuda a reaccionar frente a ellas, en las últimas semanas el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y actual candidato a la Presidencia de dicho país, se ha lucido lanzando frases de contenido racista tan desaforadas como peligrosas. Afirmar, refiriéndose a inmigrantes, que Estados Unidos sufre “una invasión de salvajes criminales” puede parecer una bufonada de un fulano imbécil, pero en realidad es un acto de agresión racista con evidentes tintes de aporofobia.
Y cuando las frases se repiten diciendo que los migrantes violan a las mujeres norteamericanas, que se comen las mascotas o que vienen de países de mierda, no se puede uno contentar con que se nos diga que es lenguaje político, que no hay que hacer caso, o que al final no pasará nada. La violencia verbal, y Trump la tiene, siempre es un presagio de otras formas de violencia.
Un país como el nuestro, que le debe tanto a los migrantes, y que sabe que la inmensa mayoría de los que han ido a Estados Unidos son gente honrada, solidaria y trabajadora, no puede quedarse ni indiferente ni tranquilo ante este tipo de agresiones a la dignidad de nuestra gente.
Como sabemos que el pueblo norteamericano es en su conjunto mucho más sensato que este millonario senil y malcriado, estamos seguros que sus palabras no llegarán a desencadenar brutalidades como las que Hitler propició. Pero de lo que no hay duda es de que el lenguaje de este ex presidente se parece bastante al del genocida alemán.
Aunque en un tono no como el de Trump, hay también otras frases peligrosas que ponen en riesgo valores básico. Recientemente, en un contexto de enfrentamiento con las acusaciones de mal trato carcelario en El Salvador que vertió Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile y ex Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, nuestro presidente contestó afirmando que “estos organismos de derechos humanos en realidad sólo existen para defender los derechos de los criminales”.
La frase es peligrosa porque en primer lugar no es cierta. El sistema de Derechos Humanos de la ONU ayudó a que finalizáramos la cruel guerra civil que nos sacudió en el pasado. Y ha tenido en Centroamérica una clara actividad en favor de las víctimas de la violencia estatal en momentos de conflicto y de abuso de poder por parte de estamentos militares.
La frase es peligrosa porque indica un actitud repetitiva y hostil a un tema que es básico para la convivencia y que no se arregla simplemente con la verborrea de un comisionado asalariado, encargado de decir que todo camina bien en el campo de los derechos.
En El Salvador hay excelentes instituciones defensoras de Derechos Humanos. No escucharlas o no dialogar con ellas es un error. Atacarlas o sembrar con el lenguaje una estigmatización en perjuicio de personas que defienden derechos no hace más que dañar la democracia y generar riesgos para personas comprometidas en la defensa de la igual dignidad humana.