Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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El futuro será nuestro en la medida que seamos capaces de cohesionar este mundo dividido, que precisa converger en todos los campos, también en el de la investigación y la innovación. Urge, por tanto, reintegrarnos a un orbe en el que impere la solidaridad y la cooperación. Por ello, hemos de crear fondos y activos ilusionantes que beneficien directamente a grupos vulnerables, entre los que también estarían los trabajadores poco cualificados, si en verdad queremos salvaguardar la dignidad de todo ser humano. Hoy los países tienen problemas para proteger los logros alcanzados, sobre todo en materia de protección social, en parte por esa falta de voluntad y amparo a los derechos humanos. No es de recibo que sigamos excluyéndonos unos a otros y cada día aumente el número de personas sin hogar y desempleados, obviando que todos tenemos el derecho y el deber a un trabajo decente. Bajo este contexto de concurrencias es esencial escucharnos más, ofreciendo oportunidades reales, con políticas económicas justas que favorezcan a la familia, sin dejarse llevar por esta vergonzosa y arcaica cultura del borrego, o sea, del derroche consumista que nos hace trizas hasta el mismísimo corazón. Repudiemos este cultivo que nos deja sin alma.
Qué pena que aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos, se impregne de mil escarchas. Para empezar, son muchas las barreras de injusticias que a diario sembramos por doquier. De ahí que las futuras gobernanzas del mundo, a la vez que han de poner fin a la desigualdad generalizada de género, han de apostar por una tecnología puesta al servicio de la humanidad, con políticas de naturaleza estratégicamente universalistas, orientadas a la acción conjunta y no a la privilegiada de unos pocos. Sabemos que el camino es intenso y largo, pero el papel del trabajo para los individuos y las diversas sociedades requiere de un verdadero empuje global. Al respecto, considero una esperanzadora noticia que durante el primer semestre de 2019 se invite a los 187 Estados miembros de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a emprender programas para celebrar el primer centenario de la única agencia tripartita de la ONU, puesto que reúne a gobiernos, empleadores y trabajadores. Naturalmente el punto culminante de la iniciativa: “El futuro del trabajo”, será la Conferencia Internacional del Trabajo 2019, con la posible adopción de una Declaración del Centenario, algo que sin duda nos hará reflexionar y, tal vez, tomar un nuevo rumbo organizativo y de producción. Ojalá sea así.
Sea como fuere, por mucho que las futuras gobernanzas muestren estampas que no corresponden a la realidad, no podrán permanecer pasivas ante el dolor de millones de personas cuya dignidad está herida, pues el porvenir nos pertenece a todos por igual. Ha llegado el momento de las decisiones valientes, y los gobiernos han de mejorar en ejemplaridad y en contribuir a progresos inclusivos. Ya está bien de hacer partidismo, de activar promesas que después no se llevan a cabo, cuando lo que hay que promover de manera eficaz es la justicia social, con una distribución justa y equitativa de los beneficios, a través de valerosas actitudes que fomenten un cambio sustancial, con tolerancia cero en corrupción y crimen organizado. Indudablemente, la visión armónica del mundo no es posible por más que intenten adoctrinarnos en el delirio, mientras los gobiernos no se centren en prácticas concretas, y además consensuadas, que activen los principios de derechos humanos, igualdad y sostenibilidad. Las carencias de gobernabilidad democrática, que han de basarse en el Estado de derecho, el cumplimiento de leyes internacionales, y en los principios de inclusión y participación, para un mundo globalizado son tan manifiestas, que las personas apenas contamos nada.
Por consiguiente, hemos de superar viejas costumbres destructivas impulsadas por gobernanzas usureras, tanto para la población actual como para las generaciones futuras, lo que requiere con apremio una mundialización ciudadana, centrada más en el planeta y en sus moradores que en intereses particulares o productivos, lo que requiere ocupación y dignidad del individuo en la era digital, con incentivos al espíritu copartícipe y a esta virtud cívica. Al fin y al cabo, no nos interesa un desarrollo económico insolidario y depredador, sino más bien un crecimiento humanista ciudadano, en respuesta al histórico llamamiento del secretario general de la ONU en la Cumbre del Milenio 2000 por un mundo “sin miseria y sin miedo”, en el que se fomente una auténtica concordia como derecho humano fundamental. En consecuencia, las futuras gobernanzas planetarias han de ser de servicio y colaboración para toda la humanidad, puesto que han de propiciar ser una familia, tan unida como indivisible. Por eso, nada de lo que le ocurra a alguien nos debe dejar indiferentes. Tampoco cabe la resignación, máxime cuando sabemos que el amor lo transforma todo. Luego, amémonos sin etiquetas.
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