Por Leonel Herrera*
Una semana de lluvias ha desnudado al país real. Es decir, ha mostrado el país vulnerable, empobrecido, desigual y trágico, que la dictadura bukelista intenta esconder con la falaz idea del “nuevo país”, “país de primer mundo” y otros eslóganes baratos de la propaganda oficial.
En el país donde se organiza el concurso Miss Universo y viene a jugar Lionel Messi, el “más seguro del hemisferio occidental” y donde se gastan millones de dólares arreglando el palacio para que el nuevo dictador con chaqueta napoleónica hable desde el balcón, murió una decena de personas pobres y humildes en los primeros tres días de lluvia.
Una familia de Tacuba, una joven de Santos Tomás y dos menores de edad en Soyapango son -al momento de escribir esta columna- algunos de los ya casi veinte que han muerto soterrados por deslaves y derrumbes provocados por las lluvias que azotan al país.
Cinco años después de la llegada de Nayib Bukele al poder, El Salvador es aún más vulnerable ante los fenómenos naturales. A los problemas estructurales y las condiciones históricas de vulnerabilidad, se suma la desarticulación del sistema de protección civil y el desmantelamiento de alcaldías, que fueron desfinanciadas y después eliminadas por interés electoral del oficialismo.
En el primer gobierno de Bukele y sus hermanos no hubo políticas reales de prevención de desastres, saneamiento y protección ambiental. Lo que sí hubo fue una ofensiva brutal contra los ecosistemas, mediante la aprobación exprés de proyectos turísticos y urbanísticos que han aumentado las vulnerabilidades socioambientales.
El mejoramiento de las viviendas populares, la reubicación de comunidades en riesgo y la realización de obras de protección no han sido la prioridad de un gobernante narcisista empeñado únicamente en la propaganda y la concentración de poder.
El país maravilloso del clan Bukele ni siquiera tiene una política de tratamiento de desechos sólidos y el territorio nacional es una basurero de 20 mil kilómetros cuadrados. Las alcaldías que pueden recogen la basura, mientras el propio gobierno la tira en barrancos, como evidenciaron las baldosas del palacio nacional lanzadas al río Las Cañas por personal del Ministerio de Obras Públicas.
Entre las pérdidas materiales más graves están las siembras de maíz y frijol, lo cual impactará en la soberanía alimentaria de la población, especialmente de las familias pobres que podrían caer en hambruna, como probablemente ya estén muchos vendedores informales que -por la lluvia- no han podido salir a ganerse el sustento diario.
En medio de toda esta angustia y precariedad, ojalá que la población esté atenta; no vaya a ser que el presidente inconstitucional y sus secuaces legislativos aprovechen esta situación para aplicar alguna “medicina amarga”.
Los manuales del capitalismo de shock sugieren aprovechar los desastres para imponer draconianos ajustes fiscales, pues en esas condiciones difícilmente la gente reacciona. Siguiendo esa doctrina y con el pretexto de obtener fondos para la emergencia, el gobierno podría subir el IVA y aplicar otras medidas que afecten principalmente a los sectores populares y capas medias.
Por lo demás, la realidad mostrada por las lluvias debería recordarnos la urgencia de luchar por un país realmente democrático, justo, incluyente, equitativo, pacífico y sustentable. Un verdadero “nuevo país” no lo va a construir ninguna autocracia propagandística, con un presidente ilegal e ilegitimo que le pide a la gente no quejarse por las “medicinas amargas”; sino el pueblo informado, despierto, crítico, digno y activo.
*Periodista y activista social.