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Las malas noticias como noticia

René Martínez Pineda*

Solo existe un tiempo-espacio donde los recuerdos y los sueños se sientan a la mesa y comparten comida y sonrisas. Ese tiempo-espacio es ahora. Dos noticias motivan el tema: la denuncia hecha por el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar, en torno a la impunidad en que ha quedado el asesinato de sacerdotes, obispos, catequistas y religiosas, sobre todo las devotas a la virgen del Carmen, y el magnicidio de San Romero; y, además, la no elección de magistrados a la CSJ y del Fiscal General, alegando –quienes entrampan la cosa- que los ungidos no deben responder a líneas partidarias. Pero, vivimos en un país en el que hay más elecciones que cambios en el que se les exige a las personas participar, afiliarse, etc., o sea se les exige tener intereses partidarios porque eso fortalece el civismo. Los diputados responden a sus electores y se les exige obedecerlos; el presidente responde a sus electores, por eso es su mandatario; los ministros responden a quien los nombra. Si eso es así ¿cómo esperan que creamos que el fiscal no responderá a nadie? ¿A quien le interesa la no elección de los magistrados de la Sala de lo Constitucional como gendarmes del capital?

En una consulta hecha en la calle Gerardo Barrios, 15 de cada 10 dicen que esas elecciones frustradas no les interesan más que buscar la comida del siguiente tiempo o el resultado del partido del Barcelona. Ese dato no es más absurdo que el que afirma que “la Asamblea es otra porque ya no gasta en agendas”. Sin embargo, se le mete miedo a la gente común alegando que si no se da esa elección el país corre un grave y desconocido y tétrico peligro. Pero, si fuésemos una institucionalidad fuerte, eficiente y transparente no tendríamos miedo de eso, ya que existirían los mecanismos idóneos para prever y solventar esos impases.

Fuera de esas noticias que no son noticia, la bitácora de la realidad es la misma: las malas noticias sodomizando a las buenas noticias, como si éstas fueran un absurdo o un imposible. La cara del país es la cara del miedo impuesto por una tiranía silenciosa –política, ideológica y económica- que es más letal que la dictadura militar. Pero el miedo, como las noticias, es una construcción social de la realidad como queremos verla. Nos enseñan a qué tenerle miedo y a qué no; nos enseñan a deificar el presente para que olvidemos el pasado en una tétrica apología de lo inmediato: si ocurrió ayer, no es noticia. Le tenemos miedo a los miles de asesinados por año, pero no a los miles de niños menores de 5 años que mueren al año producto de males medievales. ¿Cuál de los datos es más patético y denunciador de la realidad en que vivimos? ¿Cuál es más noticia?

De 16 noticias en el periódico, 12 son malas; 4 son buenas; y de esas 4, 1 es una cínica promesa de derecha de beneficiar al agro. En los noticieros de televisión, las primeras 4 noticias son malas… y la quinta también. Ha sido calculado que en promedio un niño mira unas 13,000 muertes en televisión durante las edades de 5 a 15 años. Sobre ese dato hay que señalar que el cerebro trata la información positiva y negativa en hemisferios distintos. Las emociones negativas suelen implicar un mayor razonamiento y la información se procesa de forma más minuciosa que en el caso de las positivas (Clifford Nass, Universidad de Stanford). Incluso se calcula que: cinco acontecimientos positivos tienen el mismo “efecto psicológico” que uno negativo, y ya podemos sacar nuestras conclusiones cuando la proporción es a la inversa.

En ese sentido, la elección de las noticias para generar miedo no es un problema periodístico, es un problema político e ideológico ligado al control social, al igual que la distribución de la riqueza es un problema económico, no electoral ni tecnocrático; y la delincuencia es un problema político-económico, no jurídico ni carcelario. En la mañana, la televisión nos da como desayuno una ración de miedo, y con esa misma ración, envuelta como noticias, nos acostamos. La noticia, imagen del presente, es el relato de un hecho que afecta a una colectividad significativa por su novedad, imprevisibilidad y efectos futuros, sean estos reales o ficticios. Eso explica por qué los programas predilectos –según una investigación inconclusa- son: los noticieros (56%) y las telenovelas (30%) cuyas tramas de moda giran en torno a narcotraficantes.

Los medios de comunicación se han convertido en portavoces de noticias nefastas que nos hacen creer que el mundo es un caos sin lógica mundana: Desastres, asesinatos, accidentes, chantaje, corrupción, impunidad, morbosidad, escándalos, delincuencia, exclusión. ¿Es esa la cara del país o es su máscara? Eso existe, pero ¿no exageramos deliberadamente al enfatizar lo negativo y recrearnos en ello para modelarnos? Una mala noticia es de larga duración, mientras las buenas son esquivas y efímeras. Como norma, si los hechos no incluyen sexo, muertos, daños y escándalos, no son noticia porque son aburridos. Sin embargo, en nuestro país, las malas noticias son ya una lógica aburrida y patética que se vende como importante. Así, el periodista que produce noticias cumple la función socialmente legitimada de construir la realidad social como realidad pública y socialmente relevante a imagen y semejanza de los grandes empresarios. Pero, la noticia no es el hecho en sí, sino la narración, el discurso de clase que construye y relata el periodista sobre el acontecimiento –preferentemente malo- para modificar el comportamiento social, sobre todo en materia electoral. Si se ha elegido que las malas noticias son las únicas meritorias, la pregunta es: ¿cuáles son los criterios que hacen que un evento cualquiera –por repetitivo que sea- se convierta en noticia? Esos criterios (las reglas de lo noticiable) son los que permiten seleccionar el material disponible en la redacción (lo que merece ser incluido) y sirven como guía para su presentación, decidiendo qué es lo que hay que enfatizar, lo que hay que omitir, dónde dar prioridad en las noticias que se presentan al público. Los criterios son: impacto (lo que llama la atención por escandaloso o catastrófico); cercanía (es crucial la vecindad del público por el poder que tiene lo cotidiano); relevancia (la importancia de los personajes involucrados); y la competitividad (lo que reportan otros medios). En el fondo, la prensa es una industria que busca formas de estandarización periodística por razones de ganancia económica.

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