Álvaro Darío Lara
Varios recuerdos se agolpan en mi mente cuando pienso en 1982, es decir, hace cuarenta años. Fue el año del Mundial de Fútbol, con nuestra fallida e histórica participación. También fue el año de una Asamblea que produjo la última Constitución, la del 83. Fue el año de los crueles operativos del ejército salvadoreño, denominados “tierra arrasada”. Y, por último, fue el año en que murió mi padre, justamente un 23 de diciembre. Lo enterramos un día después, el 24 de diciembre de aquel año.
Pero 1982, lo recuerdo, especialmente, por las noticias que seguía en esa época, de la famosa guerra de las Malvinas. Unas islas diminutas, perdidas en la inmensidad del Atlántico Sur, que Argentina reclamaba (y aún reclama) como suyas, al Reino Unido.
El 2 de abril de 1982, fue la fecha fatídica del desembarco de Argentina en esas tierras insulares, con las consecuencias del caso: una casi inmediata derrota para la nación suramericana; el robustecimiento conservador de Margaret Thatcher, con la “victoria” frente a los argentinos; y el golpe final -el de gracia- a la fatídica Junta Militar de Gobierno, que entregó el poder a finales de 1983. Las cifras arrojan como saldos mortales de la conflagración: 649 argentinos, 255 británicos y 3 habitantes civiles de las islas.
A raíz de esta lamentable campaña que la dictadura argentina promovió en las Malvinas -con la finalidad de legitimarse internamente, por el alto grado de deterioro que el gobierno sufría, buscando siempre “enemigos externos”- el gran escritor, ensayista y poeta Jorge Luis Borges (1899-1986) escribió dos luminosos poemas que desnudan la realidad profundamente inhumana de las guerra; y, sobre todo, la manipulación ideológica que los bandos en contienda realizan de los jóvenes, sirviéndose de ellos como carne de cañón, bajo la justificación del patriotismo, la moral, la dignidad, e incluso la religión.
Los poemas son: “Juan López y John Ward” y “Milonga del muerto”. Dice Borges en un fragmento del primero -hablando de dos muchachos enfrentados militarmente en las Malvinas- que uno, el inglés, amaba tanto al Quijote que había aprendido castellano, para leerlo con devoción; mientras el otro, el argentino, “profesaba el amor de Conrad”, el novelista polaco que escribía en inglés: “Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara,/ en unas islas demasiado famosas, /y cada uno de los dos fue Caín,/ y cada uno, Abel./Los enterraron juntos./ La nieve y la corrupción los conocen./El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”.
Y luego, en el segundo poema, ilustrando el idealismo de un joven soldado: “Él sólo quería saber/ si era o si no era valiente. /Lo supo en aquel momento/ en que le entraba la herida. / Se dijo ´No tuve miedo´/cuando lo dejó la vida”.
Sigue creciendo en nuestro mundo de hoy, el fanatismo y la intolerancia. El terrorismo, la xenofobia, el narcotráfico y la sanguinaria guerra social. Siguen alentándola los discursos de odio, en distintos sitios del planeta, y siguen padeciéndola los jóvenes. Estos últimos, deben renunciar a ella, alzando la cabeza y reconociendo a sus verdaderos verdugos. ¡Suficiente sangre se ha derramado ya!