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Las páginas del mimeógrafo

 

Por Mauricio Vallejo Márquez

 

No había electricidad. La oscuridad había desvanecido todo. De pronto la luz de un cerillo se posó en el pabilo y la habitación quedó iluminada. Mirna seguía girando la manivela del mimeógrafo. Aquel aparato hacía parir las libretas de Edisal que construía mi familia. Mi tío Tony hacía los dibujos y mi papá junto al resto de hermanos se dedicaban a investigar y colaborar en aquella empresa familiar de la que nadie salía ileso. Hasta yo llegué a compaginar y engrapar aquellas libretas de Estudios Sociales, Lenguaje y literatura, Ciencias Naturales y Matemáticas.

 

Aunque yo llegué en el ocaso, solo alcancé a producir las de estudios sociales. Sin embargo aquella dedicación de mi abuela María Julia Marroquín de Vallejo me fascinaba. Aquella mujer dirigía todo y era partícipe. Con ella recorrí muchas librerías y centros educativos proponiendo el producto familiar hasta el día en que ella decidió dejar que todo se convirtiera en un recuerdo.

 

Con los años aparecían cuadernos y otros productos que mi papá y mi tía Marlya habían diseñado además de la libreta. Cuando estudiaba el sexto grado recuerdo llevar uno de estos al colegio y los profesores quedaron impresionados, al punto que querían elaborar cuadernos con estos diseños. Pero mi mamá Yuly, así le llamé siempre, me dijo que ella ya no iba a volver a hacer nada de eso. Guarde silencio deseando que fuera lo contrario, pero además de ser una mujer con un gran tesón y determinación también era de decisión firme. Así que al día siguiente esas palabras que no querían salir dejaron desilusión. Yo me quedé con aquello. Extrañaba los días en que la casa se convertía en imprenta, pero así es la vida, todo cambia en su momento.

 

Con los años y el amor a la poesía, y al deseo de darnos a conocer, junto a Rafael Mendoza López recordé esos esfuerzos y volvimos a compaginar. Rafael se encargó de diseñar el plaquette que nos abrió camino por la literatura y yo compaginé junto a él, cortamos y nos repartimos el producto para después obsequiarlo y venderlo. Estabamos emocionados. Creo que el impulso nos lo dieron Carlos Clará y Danilo Villalta con su poemario Montaje Invernal. El nuestro no era un librito, era un cuadernillo, pero eso le bastó a Jorge Ortiz Espinoza para darnos cancha en la Biblioteca Nacional y que comenzáramos nuestra ruta en las letras.

 

Después las cosas nos llevaron por nuestros propios rumbos y yo seguí con el proyecto editorial aprendiendo a diseñar, diagramar y hacer lo que iniciamos en Edisal, con la única diferencia que lo hacía solo. Pretendía que la cosa era sostenible y podía hacerlo todo el tiempo sin usar las maquinarias que facilitaban la vida.

 

Imprimía con Edgar de Pérez y luego compaginaba en casa, ahí engrapaba o cosía, encuadernaba y luego cortaba con regla de acero y navaja los bordes, tras eso los empaquetaba y a vender. Así le dimos vida a esa aventura hasta que terminó por cansarme. Al final no le vi el sentido comercial sino al instrumento de un sueño para compartir mi alma que se vestía de palabra.

 

Ahora que los días se disuelven y ya no son tan comunes esas noches sin electricidad, vivo la cotidianidad a la espera de volver a esos días en que esa generosidad de alma me hacía escribir y gritar mi alma por medio de la tinta solo esperando un par de meses más para volver a publicar un libro, con ese entusiasmo con el que Mirna hacía emerger las páginas del mimeógrafo.

 

 

Mtro. Mauricio Vallejo Márquez

Licenciado en Ciencias Jurídicas

Maestro en Docencia Universitaria

Escritor y editor

Coordinador Suplemento Cultural 3000

 

Categories: Suplemento Tres Mil | 3000
Tags: Bitácora
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