Ética y Política
José M. Tojeira
Nada mejor para vivir cristianamente esta Semana Santa que recordar las palabras del Cardenal Rosa Chávez en el 43 aniversario de la muerte martirial de San Óscar Romero. Nuestro obispo san Óscar actualizó el sacrificio de Cristo con su propia palabra, vida y muerte. Nuestro Cardenal nos lo recuerda con una frase fundamental del santo: El cristiano debe “estar donde está el sufrimiento”.
Dado que los cristianos, al igual que todos los seres humanos, estamos hechos de frágil barro, tendemos a evitar el sufrimiento de tal manera que con fácilmente nos alejamos de quienes sufren. O incluso en determinadas ocasiones acabamos pensando que algunas personas merecen sufrir lo más posible. El cristiano no puede ser así. Debe tener un corazón de carne y no de piedra, ser sensible ante el sufrimiento ajeno y tratar, al menos, de consolar a quienes sufren.
Dentro de la cultura individualista y consumista, no faltan quienes consideran la Semana Santa como un tiempo para descansar, gastar dinero y divertirse, a veces de modos no muy convenientes. Los accidentes de carretera en estas épocas tienden a aumentar, así como las muertes por ahogamiento. Y aunque todos tenemos necesidad de descansar sanamente, olvidar la reflexión coherente con lo que celebramos en la Semana nos aleja con frecuencia del descanso que genera vida y cordialidad.
En todo momento la reflexión es necesaria para el ser humano. Pero en este tiempo en el que recordamos la muerte por amor del Señor Jesús conviene pensar un poco más en el sentido de la vida, en la solidaridad como virtud fundamental de la existencia y en el camino personal y social que queremos recorrer a lo largo de nuestra vida.
El Cardenal Rosa Chávez nos decía que “muchos de nosotros nos hemos acobardado, nos hemos quedado mudos, nos hemos hundido en la indiferencia. Parecemos un pueblo anestesiado, acomodado en su pequeño mundo, gozando de una paz muy semejante a la paz de los cementerios”. La Semana Santa es tiempo de reflexión, de conversión y de cambio a la luz de la generosidad del Crucificado y con la fuerza que nos da el Espíritu a partir del Resucitado.
Mantenernos en la indiferencia, buscar la huida de la realidad desde la diversión superficial y egoísta ni nos hace sentir como cristianos ni nos hace crecer en humanos. La semana santa, desde el sufrimiento de Jesús a causa de la injusticia de los poderes de este mundo, nos ayuda a tomar conciencia crítica de lo injusta que es la pobreza, la violencia o la desigualdad económica o social.
Nuestro buen obispo y cardenal nos recuerda el único camino para superar las injusticias y los problemas sociales: Un diálogo que nos lleve a construir formas de convivencia y leyes que conduzcan a la fraternidad. Sus palabras en favor del diálogo se centraron en la situación de los privados de libertad durante el régimen de excepción, por ser su situación actual la que con mayor visibilidad viola derechos básicos de las personas. Pedía en efecto “Buscar el diálogo para revertir los efectos negativos que ha generado el régimen de excepción en un sector de la población”.
Pero la ausencia del diálogo se extiende a demasiados campos de la vida social y política. El Salvador necesita dialogar sobre el desarrollo, sobre cómo combatir la pobreza, sobre cómo ampliar la protección social a través de un sistema de salud y pensiones universal, progresivo y con calidad. La violencia, la educación, el desarrollo cultural, la migración, la situación de la mujer oprimida todavía por el machismo, son temas indispensables de diálogo.
Creer que desde el poder se pueden arreglar las cosas sin necesidad de diálogo es equivocarse. O como diría Monseñor Romero, caer en la idolatría del poder. Semana Santa con descanso, reflexión, conversión personal y social a la solidaridad y a la sensibilidad humana, continúa siendo una necesidad urgente para El Salvador. La Semana Santa es una oportunidad para reflexionar sobre la realidad. Y también para cobrar energías que nos lleven a ser agentes de solidaridad, justicia y paz.
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