Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Algunas veces, las palabras adquieren un significado que es radicalmente diferente del que inicialmente tenían. Muchas son las causas para que esto suceda, pero en su uso cotidiano, estas se usan con diferentes sentidos y en diferentes contextos. La lengua es lo que quienes la hablan hacen de ella, al margen de sus estructuras y de sus contenidos puros. Estos últimos son importantes, y un correcto equilibrio entre el uso común de la lengua y su uso científico es lo que permite que esta vaya evolucionando y enriqueciéndose en el tiempo.
Cita Don Manuel García Morente, el gran maestro español de filosofía, en su famoso libro Lecciones preliminares de Filosofía, que fue un texto de largo uso en nuestras universidades, que, por ejemplo, la palabra Trascendental, una palabra abstrusa, rara, dice, es una de las más curiosas que hay. Efectivamente, esta palabra ha tenido las más diversas acepciones a o largo de la historia del lenguaje. Pareciera ser que inicia con el mismo Platón, y sufre un cambio radical con Kant y su revolución copernicana. La especial forma en que el término ha sido utilizado por los filósofos ha terminado dándole una connotación vulgar que no le corresponde. En el uso común, el término tiene un significado completamente alejado de su significado filosófico.
Pero volviendo al maestro García Morente, dice él lo siguiente: La palabra ‘transcendental’ se usa en el sentido más absurdo que se pueda imaginar. Se usa en el sentido de ‘muy importante’. Se dice de algo que es trascendental y eso significa que es muy importante. Pero la palabra ‘transcendental’ no ha significado nunca nada que tenga que ver con la importancia y con la no importancia. Lo que ha pasado es que los que la usaron ante el gran público fueron los grandes oradores republicanos de los años 1870-75-80, en la primera República. Por ejemplo, don Nicolás Salmerón, profesor de Metafísica de la Universidad de Madrid, don Emilio Castelar, profesor de Historia de la misma universidad, pi y Margall, gran filósofo también español. Estos hombres usaron mucho esa palabra. La usaban casi siempre en un recto sentido porque conocían la filosofía kantiana, y sobre todo, las filosofías alemanas derivadas de Kant, donde esta palabra está empleada en un sentido recto. Pero el pueblo que los oía no sabía lo que ella significaba. Le parecía que sonaba bien, llenaba el oído. Y como no entendían bien lo que significaba, concluían en que debía significar algo muy importante, y poco a poco, pasó de los labios de los doctos a los labios de los menos doctos, de oradores de segunda, de tercera o de quinta categoría, y cuando ya llegó a esos mitines, la palabra había perdido por completo su significado primitivo y había pasado a significar pura y simplemente ‘muy importante’.
Pero la palabra trascendental realmente no tiene ese sentido. Tiene un específico sentido antes de Kant, en Kant y a partir de Kant, y muy especialmente ahora en Zubiri. Veamos algunos significados que le ha ido otorgando la filosofía: En Platón, trascender es, como bien se sabe, un ‘ir del objeto al sujeto’. En Aristóteles es ‘el ente en cuanto ente’. Los escolásticos entendieron el ‘trascender’ como ‘el modo peculiar de estar por encima de cualquier talidad en el sentido de convenir a todo sin ser una talidad más’. Kant le otorga al término por lo menos tres sentidos: Todo aquello que posibilita la experiencia sin provenir de la experiencia; o la condición para que algo sea objeto del conocimiento; y también, la cualidad o propiedad de lo objetivo que no es en sí mismo, pero que es el término al cual va enderezado el conocimiento. Con Descartes surgen ‘una nueva realidad, el ´yo´; una nueva trascendentalidad, el ´carácter del yo´; un ´nuevo orden trascendental, la verdad´; y una nueva primariedad, la ´primariedad del yo´.
Pero ese carácter abstruso, críptico, que va adquiriendo el término a medida que transcurre el tiempo de la cultura y del pensamiento, adquiere, en mi opinión, un máximo valor en la filosofía de Zubiri. Zubiri es, como Aristóteles, como Hegel, y como muchos otros filósofos, de difícil lectura y de muy difícil comprensión. Habla el vasco de un ‘yo trascendental’: Hay, dice, el ‘yo empírico’, que es el yo de cada cual, el no-yo, las cosas, los objetos, esto es, el nivel talitativo, que es, por cierto, diverso. Y hay también el ‘yo puro’, que se enfrenta al ‘yo empírico’ y lo supera ‘trascendiendo’. Por lo tanto, el ‘yo puro’ es un ‘yo trascendental’, y está por encima del ‘yo empírico’. Es el ‘yo’ que busca el conocimiento, situándose sobre lo meramente talitativo. En una palabra, pues, para Zubiri, y esto hay que entenderlo bien: “Trascender es ir del de suyo al suyo pero en propio”. Eso es.
Otra palabra que es de uso frecuente en nuestro medio, sobre todo en los círculos intelectuales y políticos, es la palabra “Dialéctica”. Probablemente esta palabra tiene su origen, al menos desde la filosofía, en los eleáticos, en Sócrates, y por supuesto en Platón. Para “el Maestro de los que saben”, la dialéctica es el método de la filosofía, en el sentido del saber reflexivo que se encuentra después de haberlo buscado. Es la autodiscusión que permite al hombre pasar de la apariencia a la verdad, de la mera “doxa” a la “episteme”, del saber de lo sensible al saber de lo inteligible. Aristóteles retoma básicamente el sentido del término que le da su maestro; pero ya en la evolución filosófica, la dialéctica adquiere un sentido muy diferente, particularmente con Kant, con Hegel, y luego con Marx. Kant la define como “la lógica del parecer”, el arte que pone la falsedad en el parecer de la verdad, el método para descubrir la argumentación sofística. Para Hegel, la dialéctica es aquella figura del pensamiento que dentro de ella incluye la contradicción, (la negación), de un pensamiento o de una idea. El método dialéctico muestra cómo cada concepto, o tesis, puede revertirse a su contrario, antítesis, y cómo de la contradicción entre los dos se llega a un concepto más alto, más rico, la síntesis. Para Marx, la lógica dialéctica es aquello por lo cual progresa la historia universal. Pero como quiera que sea la dialéctica continúa siendo el arte del diálogo y de la discusión, del razonamiento y de la argumentación.
Las palabras son pues, lo que quien las usa quiere que sean. Y como las usan diferentes pueblos en diferentes momentos y en diferentes contextos de sus propias culturas, las palabras no son siempre lo mismo. Sí, la estructura del idioma, y sus reglas, les confieren un significado específico, que se debe respetar y sostener; pero ello no objeta que este significado se amplíe, enriqueciendo su contenido y la belleza de su expresión.