Luis Armando González
Todo esto sale a relucir en las encuestas de opinión que se hacen en nuestro país. Por eso, algo sumamente complicado es interpretar sus resultados, lo cual puede dar lugar a ligerezas que ponen en la mente y voluntad de las personas tesis y conclusiones que brillan por su ausencia y que solo están en la cabeza de quienes analizan e interpretan los datos.
Un ejemplo de esto, a raíz de una encuesta reciente, es la afirmación de que la gente está “desencantada” con la política. Es posible que sea así, y es una hipótesis que no debe ser descartada.
Pero pudiera ser que la gente, al manifestar su desconfianza hacia los partidos y la política, lo que hace es refrendar algo con lo que es bombardeada cotidianamente: que la política y los políticos no sirven, que son un mal, que son la fuente de todos los problemas, que son fuente de corrupción y de abusos. Y es que las percepciones de las personas, su mundo subjetivo, no surge de la nada, sino que se configura a partir de influjos diversos y muchas veces excluyentes.
De ahí que no haya que extrañarse de que, en contextos en los cuales las percepciones de fraguan en el cruce y confluencia de creencias, valores, intereses y “saberes” diversos, las mismas revistan un carácter contradictorio.
Es el caso de El Salvador. Son muchas las procedencias de los factores que configuran las percepciones de la gente. Afirmar que las percepciones ciudadanas obedecen a que el gobierno hizo o dejó de hacer tales o cuales cosas es demasiado simple. Por supuesto que desde el gobierno se influye en las percepciones de las personas, y no solo por lo que se hace expresamente con ese fin, sino con todo el quehacer gubernamental. Es simplista también afirmar que si hay percepciones negativas en contra del gobierno es porque este tuvo yerros en algunas (o muchas acciones) suyas, y que por tanto si no los hubiera cometido las percepciones le serían favorables.
Este juicio omite dos asuntos importantes. El primero, que una acción gubernamental (acertada o desacertada) no conforma inmediatamente una percepción –positiva o negativa- en la gente, pues para ello se requieren marcos interpretativos que son justamente los que permiten a las personas valorar o convertir en creencia (integrando esas valoración o creencia en su marco cognoscitivo y emotivo) la acción que les favorece o afecta. En otras palabras, las acciones positivas de un gobierno no aseguran automáticamente percepciones (valoraciones, creencias) favorables por parte de quienes se benefician con aquéllas. Entre una y otra cosa están los marcos interpretativos de las personas.
Y estos, segundo asunto, no solo son configurados por el gobierno, sino por otras instancias y actores que también forman percepciones. Medios de comunicación, tradiciones, partidos, entornos familiares, comunitarios y laborales, empresariado, religiones… estas son fuentes formadoras del mundo subjetivo en una sociedad.
Un párrafo aparte merece la pregunta acerca de si, en las actuales circunstancias del país, el gobierno está haciendo lo que le corresponde –según sus recursos, capacidades y oportunidades—para incidir en las percepciones ciudadanas, de forma que éstas le sean favorables.
No acerca de si las políticas públicas, y las acciones del gobierno, están incidiendo favorablemente en la población (o en segmentos poblacionales significativos); tampoco acerca de si se está informando adecuada o inadecuadaente (con las cifras correctas y su difusión) de esas políticas y acciones, sino de si se está ofreciendo a la gente marcos interpretativos mínimos que le permitan entender las acciones y políticas sociales como parte de un proyecto político de izquierda.
O sea, la pregunta que hay que hacerse es sí, desde el gobierno, se está haciendo la comunicación política oportuna –lo cual va más allá de hacer cosas y de informar cuantitativamente de las mismas–, de modo que se impacte a la gente con mensajes que generen simpatías y adhesión política. Es una interrogante que no deba ser respondida a la ligera. Al contrario, requiere una reflexión detenida, que considere –con realismo—todos los elementos en juego. Aquí nada más se plantea la pregunta.
Dicho lo anterior, las percepciones –su configuración, sus fuentes, las distorsión que se hace de la realidad a través de ellas— constituyen uno de los grandes problemas de las ciencias sociales. Y no sólo en El Salvador, sino también en otras naciones, por ejemplo en Estados Unidos, en donde –como destaca Joseph Stiglitz— “aunque los datos demuestren los contrario, los estadounidenses siguen creyendo en el mito de la igualdad de oportunidades. Una encuesta de opinión pública realizada por la Pew Fundation revelaba que ‘casi 7 de cada 10 estadounidenses ya había alcanzado, o esperaba alcanzar, el sueño americano’… Perecía que todos estábamos en el mismo barco; aunque algunos estuvieran, por el momento, viajando en primera clase, mientras que otros permanecían en la bodega… Si echamos un vistazo el mundo, Estados Unidos no sólo tiene el nivel más alto de desigualdad entre los países industrializados avanzados, sino que el nivel de desigualdad está aumentando en términos absolutos… Estados Unidos era el país más desigual de todos los países industrializados avanzados desde los años ochenta y ha mantenido esa posición”1.
Y esto a despecho de las percepciones y opiniones de los estadounidenses, cuya visión distorsionada de la realidad sólo se explica por los influjos culturales a los que están sometidos y que han generado creencias a partir de las cuales, como anota Stiglitz, Estados Unidos evitó “muchas de las divisiones y las tensiones de clase que caracterizaban a algunos países europeos”2.
Idolatrar las percepciones populares es, pues, una gran equivocación. Más bien, de lo que se trata es de analizarlas críticamente, en orden a revelar cuál es el grado de distorsión de la realidad que hay en ellas.
Lo relevante, para un conocimiento social crítico, no es si en las percepciones de la gente se rechaza a un gobierno, sino qué tan distantes están las mismas de la dinámica real de un país.
Y para conocer esa dinámica real las percepciones de la gente no son el mejor recurso, pues si lo fueran hace tiempo se hubiera prescindido de la economía, la ciencia política, la antropología, la demografía y la sociología, lo mismo que de sus ramas y aplicaciones especializadas.
Aunque quizás en El Salvador ya hemos comenzado a aceptar que, para conocer de economía, de política, de medio ambiente o de migraciones, el saber popular es el mejor recurso.
Este es un populismo académico inaceptable por ineficaz para conocer la realidad social, pero que cada día gana más adeptos con la complicidad de quienes, por su formación y responsabilidad profesional, deberían plantarle cara a estas arremetidas populistas que han hecho suyo el lema “Vox populi, vox Dei”.