Por Tania Primavera
Regresé por un día a Santa Ana. Caminé por las aceras del centro. Vagos recuerdos en mis primeros años. Es el Centro de Artes de Occidente frente al parque Libertad.
Después. Al medio día, la hora del sol en cenit, hora del almuerzo frente a un jardín, escuché la nueva palabra, al menos para mí. Sonaba el jazz de Chet Baker, y dijeron las plañideras. ¿Qué es eso? Una plañidera es una mujer a quien se le pagaba para ir a llorar al funeral de una persona. Palabra que viene de plañir o sollozar. O sea, a armar berrinche si era necesario, todo por mostrar drama, ante la muerte o frialdad familiar, ¡estaban las plañideras! Las lloronas.
Después del almuerzo, en Quattro Estaciones, pasta con salsa de acelgas, dije que sí, ante el llamado a probar el café de la finca La Montañita, la antigua finca de los Interiano, de Ernesto Interiano. Estaba en Santa Ana por él, por Ernesto. Por el libro Los Mendigos me Amaban, sobre su vida (1917-1943) que se presentó durante esa mañana de 2016.
En ese lugar de la comida, había pinturas colgando con motivos indígenas y modernos sobre el Tata Marcelino de Tacuba. Me encontré de repente, en medio de una tertulia inusual.
Las sombras se volvieron claridad. Olvidé los trajines cotidianos y lo no importante. Fue llenándose la mesa con seres raros, diferentes, que tenían en común esa pasión de amar la historia. Con ojos brillantes, gestos sutiles, amables, cada quien, tomando la palabra, se iba el tiempo.
Un bouquet para mis sentidos. Conozco cada calle, cada avenida, los parques, edificios antiguos. Busco y veo a los ojos. Memorias, personajes, historias, paisajes, comidas, libros antiguos. Me veo caminar en esas calles. Muestran un libro, que el título me pareció raro e interesante “Hombres y cosas de Santa Ana” crónicas históricas documentadas de hechos u obras notables de la ciudad y rasgos de la vida de sus hijos más ilustres, de Juan Galdames Armas, edición 1955. Pero un contacto me informó que hay un registro que la primera edición es de 1843, otra en 1943.
Apenas puede hojearlo. ¡Todos querían verlo! Es un libro de crónicas, pero decía “Hombres”, bueno las mujeres aún contaban ahí cuando decían “Hombres”, mmmm, dije. Época de hombres. Registra cosas que normalmente no aparecen en libros. Ni idea quien era el autor. No logré más que verlo segundos, que no me bastaron.
Entre los personajes, había unas mujeres llamadas “Las Plañideras”. Me sentí ignorante. Pero mejor preguntar a ignorar. Las plañideras, en Santa Ana, jugaban un papel especial.
Eran contratadas, sobre todo por familias de alcurnia para llorar en los velorios y funerales, y hacer “más dramático” el asunto. Pensé, hubiera sido plañidera, ¡hubiera tenido bastante trabajo! Amena manera de compartir de las personas con las que estaba, con gracia, conocimiento, sin egoísmo, con alegría. ¿Cómo es que saben tanto de Santa Ana?
Así es que el doctor, historiador, me relataba que, en los funerales, había que hacer el trato: Rumbo al Cementerio Santa Isabel, después del Molino de Los Álvarez antes de subir la cuesta estaba el taller de Mr. Chin, era la seña. Porque si se pasaban, era otro el trato. Era el momento de decir el dicho.
Con: ataques, berrinche, tirándose del dolor, llorando.
Sin: sin nada de lo anterior solo llorar.
Entonces la rima era:
Con, hasta el pantión
Sin, hasta donde chin
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