German Rosa, s.j.
La revolución tecnológica digital ha ido impulsado cambios sorprendentes e inesperados en el mundo de las comunicaciones. La información circula a la velocidad de la luz. Las redes sociales llegan a tal grado que pueden controlar a los ciudadanos sin necesidad de policías, ni de seguridad pública. Este tipo de sociedad virtual se compara a una prisión en donde el habitante está vigilado 24/24 horas, los 7/7 días a la semana y también es víctima y actor a la vez. Podemos decir que hemos entrado en la era de la cultura digital.
Sin embargo, la sociedad digital ha suscitado la sensación de vacío y de insatisfacción inmediata por el estilo de vida que ha creado. Esta sociedad virtual crea una compulsión irrefrenable… Así pasa cuando se tratan distintos temas en las redes sociales, se vuelven momentáneos, eventuales, inconsistentes porque todo pasa y nada es para siempre… Este es el espíritu que se quiere imponer en nuestra época… Así ocurre con las opciones políticas, las profesiones, las relaciones humanas, las distracciones, etc. (Cfr. https://www.diariocolatino.com/la-cultura-digital-y-sus-desafios-para-la-solidaridad-humana/). No cabe duda que ocurrido una gran transformación en la misma psicología humana.
Pero de todos los cambios causados por la revolución digital en la que estamos inmersos, el más importante es el tipo de ser humano que se ha engendrado y está naciendo en este contexto. Está naciendo el ser humano digital o “Big Data”, el “Bebe Digital”. La sociedad de las redes sociales ha aumentado el culto al placer, al cuerpo, es la sociedad de los datos y de las informaciones, es la sociedad del “Big Data” (de los datos y algoritmos) es la sociedad de la “autorrealización” o “referencialidad egocéntrica”. Esta sociedad es producto de la antropología neoliberal (Cfr. Martínez, R. B. 2018. ¿De homínidos a post-humanos? Nuevos retos para una antropología cristiana. Burgos, España: Grupo Editorial Fonte/Monte Carmelo, pp. 71-75).
En las redes sociales muchas veces la imagen sustituye a la realidad, muy frecuentemente no prevalece el sentido social, comunitario, el “amor al prójimo”, sino el amor narcisista del ego y del rendimiento que nos lleva al aislamiento. En el ámbito económico y financiero el sujeto Big Data es el sujeto de la rentabilidad y del mayor provecho, que está convencido de que vive en libertad y se explota a sí mismo. La auto-explotación es más eficaz que la explotación por parte de otro. Además este sujeto digital desarrolla una auto-agresividad, y no pocas veces termina en el suicidio ante sus propias exigencias o de aquellas que le imponen los que le controlan.
Es interesante el enfoque que le da Byung-Chul Han a este tema, calificando a este tipo de masa virtual como la sociedad de la “transparencia”, de la exposición en la que cada persona se convierte en su propio objeto de publicidad. Es una sociedad “pornográfica” vuelta hacia fuera, despojada, desvestida; las personas aparecen como si fueran mercancías, sin secretos, desnudas, de consumo inmediato. Sin embargo, lo pornográfico, lo transparente, lo expuesto, no es ni atractivo ni insinuante, solamente es contagioso y ficticio. El filósofo Byung-Chung Han lo dice así: “La falta de distancia conduce a que lo público y lo privado se mezclen. La comunicación digital fomenta esta exposición pornográfica de la intimidad y de la esfera privada. También las redes sociales se muestran como espacio de la exposición de lo privado” (Han, B.-C. 2014. En el enjambre. Barcelona: Herder Editorial, S.L., pp. 7-8).
Lo “pornográfico” es un término empleado en sentido figurativo, pues no se trata de lo erótico-sexual, aunque podría ser porque este tipo de pornografía no se práctica universalmente. Byung-Chung Han lo expresa así: “no hay ninguna esfera donde yo no sea ninguna imagen, donde no haya ninguna cámara. Las Google Glass transforman el ojo humano en una cámara. El ojo mismo hace imágenes. Así ya no es posible ninguna esfera privada. La dominante coacción icónico-pornográfica la elimina por completo” (Han, B.-C. 2014. En el enjambre. Barcelona: Herder Editorial, S.L., p. 8).
Incluso podríamos decir que lo pornográfico en las redes sociales se refiere a mostrarse sin honestidad, sin límites y sin criterios de autenticidad ni verdad en la relación con los demás. Un ejemplo de esto son las múltiples “fake news” (noticias falsas) que se publican con fines políticos. El volumen de información no necesariamente engendra verdad ni autenticidad, sino que muchas veces muestra la falta de humanidad.
En muchas ocasiones la red digital no está sometida a ningún imperativo moral y carece de corazón. La transparencia digital no necesariamente es “cardiográfica” también puede ser “pornográfica”, y en este caso lo que se impone en las comunicaciones es la búsqueda del máximo provecho, de la máxima ganancia o el mayor beneficio en las relaciones humanas y sociales a través de las imágenes y mensajitos enviados a través de las redes sociales. Este estilo de vida convierte a la persona en narcisista-intimista, porque solo se busca y se encuentra a sí misma, prescindiendo del otro. En las redes sociales la híper-información no siempre proyecta luz en la oscuridad, solo ofrece el efímero “me gusta/no me gusta”. La pregunta: ¿cuántos de los que estamos imbuidos en el universo de las redes sociales practicamos de manera consciente o inconsciente la pornografía digital a la que nos estamos refiriendo?
En este tipo de “sociedad de la transparencia” no existen comunidades sino una suma de individuos aislados, que se agrupan en torno a una marca, construyen comunidades de marcas, pero son incapaces de una acción común y política que sea creada y realizada como “un nosotros”. Los vínculos sociales en las redes son con frecuencia temporales y no permanentes.
Podríamos decir que fácilmente ocurre una separación o se establece una frontera entre la sociedad real y la sociedad virtual. Sin embargo, en momentos específicos o de interés particular se intersectan. Obviamente que el proyecto de constituir esta masa social virtual tiene implicaciones y finalidades claramente políticas.
No obstante esta realidad, al mismo tiempo, paradójicamente, hay una inmensa masa de internautas cuya prioridad no es la práctica de la “pornografía digital”. Existen multitudes de internautas que emplean las redes sociales de una forma totalmente distinta, que transitan por autopistas virtuales de múltiples carriles con una circulación de alto tráfico a la velocidad de la luz intercambiando información, cuya prioridad es mostrar el camino hacia Dios, con una creatividad desbordante, tanto en contenido como en la forma. Hay un sinnúmero de personas que construyen constelaciones virtuales globales de movimientos que luchan por los empobrecidos, los descartados del mundo, los vulnerados en su dignidad, que buscan la justicia, la paz y la reconciliación. Hay innumerables personas que han hecho de las redes sociales un tejido de vínculos electrónicos para transferir conocimiento, realizar procesos educativos en línea y acompañar a los jóvenes en su sano crecimiento ético y cultural con el sueño de construir un futuro esperanzador. También hay movimientos globales de internautas que han dado prioridad al cuidado de nuestra “casa común”, el medio ambiente y la ecología. Y existen muchas otras causas dignas que se promueven a través de las redes sociales.
Ignacio Ellacuría en alguna ocasión dijo que en el mundo hay y existe el mal, pero el mundo no es malo. Parafraseando esta expresión de Ellacuría, podríamos decir que en las redes sociales hay y existe el mal uso de las mismas, pero estas no son malas, pues ofrecen tantas posibilidades extraordinarias para hacer el bien a través de estos medios desarrollados por la revolución digital, que no podemos determinar su impacto positivo, cuantitativa y cualitativamente a priori. Seguiremos reflexionando sobre este tema de transcendencia global y sobre su impacto en nuestro contexto.