ADL
Así se titula un volumen de cuatro relatos que llegó a mis manos hace unos meses y que se encontraba en la cola de mis textos a leer.
Este libro no quise revisarlo de forma inmediata. Deseaba hacerlo con más detenimiento, puesto que sus elementos paratextuales me parecían sugestivos: encabezamiento principal y secundarios, y desde luego, su portada. Hombre visual, siempre he encontrado gran placer en estas características, muchas veces al margen del contenido.
“Las tumbas de Achichilco y otros relatos” (Dos Alas Editorial, Primera Edición, El Salvador, 2021), cuyo autor es el profesor Manuel Antonio Hernández Mendoza, se encuentra integrado por las siguientes piezas narrativas: “Las tumbas de Achichilco”, “Mercaderes del alma”, “Paco pueblo” y “Reivaj Sala el poeta per-verso imitador”. Consta además de un prólogo y de una nota biográfica final.
Dice el periodista Iván Escobar, en un fragmento de las palabras introductorias: “El autor en estas narraciones nos da elementos históricos, nos regala racimos de versos en sus escritos, describiendo y cargando con detalles cada texto, definiendo con cabalidad los entornos y vivencias de sus personajes. Nos relata en cada historia, con la brevedad propia para el lector, dejando a la vez inquietud e intriga, así como la necesidad de seguir explorando. Este libro nos lleva de la ficción a la realidad de una sociedad en la cual aún hay vicios crueles, y nos recuerda el pasado para entender el hoy”.
Sin caer en la fría y catalogadora preceptiva literaria, podemos afirmar que los cuatro textos constituyen ejemplos muy evidentes de relatos. Lo son por el tono y la atmósfera anecdótica que manejan, las características estilísticas de sus personajes, la voz narradora, su alusión a temas cotidianos e históricos, y, sobre todo, porque no se preocupan de un acabado desenlace, sobre todo en “Mercaderes del alma, “Paco pueblo” y “Reivaj Sala el poeta per-verso imitador”, donde la historia se detiene sin mayor preocupación formal por un cierre, al contrario del cuento o la novela, que generalmente son concluyentes. Pero en estos tres casos, el argumento fluye como en las historias, muchas veces espeluznantes, que de niños escuchamos de los amigos mayores; o en casa, de labios de nuestros padres, hermanos o abuelos.
Probablemente el texto que más logros ofrece es el que da pie al volumen “Las tumbas de Achichilco”, donde personajes históricos como los líderes indígenas Anastasio Aquino y Feliciano Ama retornan de la muerte y vuelven a rememorar sus gestas revolucionarias de los siglos XIX y XX. La ambientación geográfica y paisajística a la que el escritor alude es sólo el pretexto, el soporte de una ficción que, por la magia de las palabras, se nos vuelve creíble: “En noviembre, al caer la noche, en días estrellados, de cuartos de luna creciente, brotan de las tumbas, luces como luciérnagas, pero que realmente son espíritus de difuntos que salen de las tumbas. Todos se reconocen, están como en los mejores días de su vida terrenal, dialogan sobre diferentes temas: revolución, amor, odio, naturaleza, vida, muerte, mas, en el discurso siempre terminan hablando de esos días tan especiales: los de la libertad, de la emancipación a lo largo de la historia épica del país”.
Así se transfigura Anastasio Aquino: “De cuerpo atlético, mirada adusta, recia, músculos de jaguar, pómulos salientes, nariz achatada, pelo liso, negro, como la mayoría de indios, rojizo, como el ladrillo quemado, el color de su piel; bastante alto, para sus compañeros indígenas; al acercarse al candil-farol, fue fácil ver la fisonomía de rasgos pronunciados, que denotan su cara de indígena. Sobre el carrillo derecho traza su rasgo una cicatriz profunda. Baja su frente estrecha, sinuosa y abultada brillan dos ojos sumamente pequeños y penetrantes. Se diría que sus radiantes pupilas podrían muy bien, taladrar la oscuridad. Lo que ponía una extraña característica al sujeto, era el montón de pelo lacio caído sobre la frente, dando la impresión de un rancho pajizo y acentuando perfiles de fiereza en su rostro”.
Feliciano Ama es vuelto la vida: “…con cara de felino, que infundía miedo, pelo liso e hirsuto, un cuerpo musculoso, formado y oscurecido por los bosques tropicales de la campiña, era un indio náhuatl; Usaba pelo corto, bigote y barba bien recortada, vestía camisa y pantalón de manta blanca, como se dijo arriba, caites de cuero de res y sobrero de palma, hombre de carácter humilde, respetuoso, de voz apacible, firme y convincente, pero que respondía cuando se trataba de luchar por sus derechos que estaban siendo pisoteados por los oligarcas. En su comunidad se comunicaban más en náhuatl que en castellano. Cierto, era devotamente cristiano, querido y apreciado por los demás indígenas”.
Sugestivo resulta su relato “Mercaderes del alma” por el tema del terror y lo sobrenatural. El autor nos sitúa en una ceremonia de magos negros, que llevan a su víctima sacrificial al altar del demonio. El texto abunda en referencias a textos y autores esotéricos y oscuros.
“Paco pueblo”, en la voz del prologuista Iván Escobar, es: “la historia que relata la vida del desamparado y el explotado, del marginado que no duda en tomar sus decisiones para lograr salir del último escalón de la pobreza…”. Es un relato desnudo, donde la tragedia recorre la vida del personaje y se vuelve fatalidad finalmente. La malograda existencia de tantos y tantos connacionales, donde pareciera que la luz salvífica nunca llega, y donde la predestinación al sufrimiento, parece una maldición ineludible.
Tragicómico es el relato final de Reivaj Sala, un escritorzuelo arribista, feo como el que más, y más feo del alma, de muy mala entraña. Es el clásico buscón y truhan literario de una república de marioneta, que aborrece lo propio y babea por lo cosmopolita, pero cuyos pies, cual gigante bíblico se hunden en el barro del cual proviene. Reivaj Sala es un arquetipo humano y literario: traidor, jactancioso y miserable, que representa un personaje clásico en la narrativa de todos los tiempos.
Uno de los epígrafes que antecede a este relato, no pudo ser mejor escogido por el autor Hernández Mendoza: “Y vi entonces, un monstruo diminuto y terco, no llegaba al metro y medio, su aliento era nauseabundo y bramaba enloquecido, porque además de haber perdido toda pelambre en la cabeza, era incapaz ya de tener la más mínima erección. Además, alguien malévolo, le había regalado un hermoso y dorado espejo”. (Apocalipsis Apócrifo de San Malaquías).
“Las tumbas de Achichilco y otros relatos” es la primera publicación literaria del profesor Manuel Antonio Hernández Mendoza. Su entusiasmo y esfuerzo por llevar al plano de lo literario nuestra historia nacional y cotidiana es plausible. La práctica sistemática del oficio de escribir; la incesante corrección, la autocrítica implacable, serán, en nuestra opinión, las fórmulas precisas que producirán a mediano o a largo plazo, una obra más decantada. Su vocación para la pluma, por el momento, está evidenciada en “Las tumbas de Achichilco”, obra a la que deseamos el mayor de los éxitos editoriales. Hay que leerla.