Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Frente a una venta de usados, don Marlon Chicas, descubre, una reliquia, una vieja cocina de gas. Sus ojos se humedecen y su memoria viaja, hasta el mítico barrio. He aquí su testimonio: “Este tecleño recuerda cómo se elaboraban los sagrados alimentos en los humildes hogares del Barrio El Calvario, utilizando diferentes medios, con el único propósito de que la comidita llegara calientita al centro de la mesa, único momento del día, para compartir con la familia, aventuras y desventuras de la jornada.
No era raro encontrarse, en aquellos años de mi infancia, con doña Fidelina Burgos o con doña Catalina Chicas, entre muchas aguerridas mujeres, que se avocaban a las fincas adyacentes en búsqueda de ramas, chiriviscos o trozos de copinol, chaperno, cedro o cafeto, para hacer arder la lumbre. Azuzaban el poyetón para calentar una jarrilla de café. El comal de barro subía la temperatura, y estaba listo, para echar las benditas y deliciosas tortillas, bien palmeadas, por supuesto.
Eran tiempos en que los calvareños colocaban un triángulo de varillas de hierro y platina de base, sobre pequeños carbones encendidos, para que toda suerte de cazuelas, hicieran aparecer los deliciosos platanitos fritos, los huevitos con tomate, chile verde y cebolla, o los infaltables frijolitos molidos.
En la década del setenta se popularizó el uso de cocinas a base de kerosene. Viene a mi memoria la vieja cocina de mi madre, de color verde, con dos quemadores; perillas color blanco, a lado derecho un tubo conectando a los quemadores, en cuya base descansaba de manera invertida un bidón de vidrio que contenía el peligroso gas.
Otros, con mayores posibilidades, utilizaban hornilla eléctrica, la que llegaba, en minutos, a la naranja incandescencia, como la de don Chico Chile, famoso cantinero de la época. Pero todos poníamos la jarrilla del café a las cuatro de la tarde, acompañando el negro líquido con una semita alta o pacha, peperechas, Marías Luisas, u otras exquisiteces.
Más tarde aparecieron las cocinetas de tres quemadores, en las que se incluía el uso de cilindros de gas propano, pero esto ya exigía otras condiciones económicas. Recuerdo al precursor de su venta, en Santa Tecla, el apreciado amigo, don Alfredo Torres Zelada, propietario de la extinta casa comercial que llevaba su apellido.
Posteriormente se comercializarían masivamente, las cocinas eléctricas, digitales, con horno, microondas, entre muchas, facilitando la realización de los bastimentos; sin embargo, no puede dudarse que aquellos tiempos fueron mágicos. Ya que muchos aprendimos a freír un par de huevos, llevándonos de recuerdo una buena quemada. O se nos ahumaron los ojos, por la combustión de la leña, o por el tóxico kerosene.
Sea como sea, la cocina es y será, la compañera fiel que, en el rincón de la casa, espera silenciosa a que el ama de casa o el aventurado aprendiz de cocinero, active sus flamantes llamas azules, a fin de saborear las sabrosas viandas del gourmet nacional ¡Buen provecho amigos y amigas!”