LAVANDA EL dolor Florece
Por: Nathaly Campos
Intentamos que todo lo que hacemos cobre sentido, y con ello, nos cierre. Ese cobrar sentido, ese impulso por dotar las cosas de algo más que su mera presencia, es amor.
Dario Sztanjnzrajber
Margo decía que la felicidad viene acompañada de olores y sabores: cuando compras una bella Calathea para que adorne el interior del hogar, el aroma del café recién hecho por las mañanas o el misterioso gato negro que te visita todas las noches, son solo partículas de tiempo, de intervalos donde el dolor nos da tregua. Unas constantes ganas de apagarse o encenderse como diría Cortázar.
Cuando Margo decidió irse a un viaje muy largo por el mundo, mi necesidad de tenerla conmigo siempre desató el impulso desmedido de comprarme una lavanda; quedé estupefacta de tanta hermosura y de lo elegante que se veía con sus vestidos púrpura-violáceo. Y es que se parece mucho a Margo.
Mi lavanda no florece y Margo no está más.
Hace un tiempo dejó de florecer, aunque sigue siendo muy hermosa con su follaje verde, algo pasaba y no sabía si era mi culpa; quizá era el resultado de mi descuido por sentirme siempre cansada de fingir ser fuerte, de tratar de sostener el puente de la cordura que se vuelve cada vez más insostenible. Era evidente que estaba bien, porque nadie aún tiene acceso a los más íntimos de mis estados anímicos. Esta vez era diferente, esta vez deje que los recuerdos, la memoria y la vida misma jugaran mi suerte. Era tiempo de sentarse, escuchar las Suites de Bach y nada más.
Comprendí que el dolor y la soledad son en sí mismos una caricia necesaria, porque la vida se mueve dolorosamente, pero se mueve. Nadie escapa del dolor, nadie puede vivir en un constante encenderse porque de vez en cuando necesitamos bajar las manos y desaparecer de todo el caos. Mi lavanda me lo decía cada mañana que decidí observarla, cada mañana que me dedique a aprender su lenguaje.
Tiempo y espacio, leí que necesitaba para que floreciera. Entendí que al igual que mi lavanda; necesito tiempo y espacio; dejar que el dolor haga su magia, como me diría Le Breton: -el dolor no se deja aprisionar en la carne…unas horas después, el dolor se esfuma y la herida desaparece, a menudo sin dejar la menor cicatriz. –
Y es que el problema es la sociedad en la que vivimos, que nos ha enseñado a no aceptar el dolor como parte de nuestra estructura y es que el sistema cultural, cumple una función de proporcionar a especie humana las normas y los valores que les motivan para la adaptación y vinculación con el otro, que están internalizados en nuestro sistema de personalidad y el dolor no forma parte dentro de este sistema.
Está bien no sentirse bien, está bien aceptar la temporada de follaje verde; donde el dolor es un catalizador de nuestras emociones y un mediador para los días de bailar bajo el sol.