Gloria Silvia Orellana
@SilviaCoLatino
El terreno polvoriento con maleza seca cubre superficialmente la naturaleza del suelo que recorre Rosa Miriam Méndez, la huella de la temporada lluviosa del año pasado, que ha dejado como testimonio pequeños retoños que surgen como dedos, a la superficie. Son las raíces de mangle blanco, que reclama su sitio, en los contornos de la playa El Monzón, Acajutla, Sonsonate.
Rosa, se acerca a los restos que quedan de un árbol de Madre Sal, que no pasa de ser un tocón quemado y talado, para dar paso al uso de pastizales de ganado en la estación de lluvias o simplemente con cultivos de bananeras; estas actividades forman parte de las técnicas para arrebatarle al bosque salado su espacio y afectar su ecosistema .
“Vivo aquí, desde que nací aquí, hace 47 años, en la comunidad El Monzón.
Y en este lugar, en que estamos mis padres me traían para agarrar cangrejos o punches, recuerdo era un lugar poblado de árboles de botoncillo (Mangle Blanco) había muchos punches, cangrejos y hasta leña de los palos que caían, para cocinar, era muy bonito en su totalidad, aún nos los habían destruido”, reseñó.
Rosa Méndez, es del grupo de pobladores que habitan en la zona costera de Occidente, y su comunidad integra a la Asociación Pro-Bosque y de la Mesa Territorial del Foro del Agua en Ahuachapán, que junto a otras organizaciones comunitarias y la UNES, realizan esfuerzos en mantener la barrera del manglar y restaurar su ecosistema.
“Todo esto era manglar aquí había madre sal, el botoncillo que nosotros le nombrábamos así, pero con lo que hemos aprendido, sabemos que es mangle blanco y mangle rojo, que es la candelilla que nosotros sembramos en el invierno, todo esto desde hace diez años, venimos trabajando en esto, pero la gente siempre (cañeros, ganaderos) lo ha destruido, nunca lo han cuidado”, expresó.
Andrea Padilla, facilitadora de la UNES, externó la preocupación de las comunidades por la expansión de la frontera del monocultivo de la caña, que vulnera al manglar por el uso indiscriminado y sin control de uso del agua dulce, que desequilibra la salobridad (agua dulce y salada) con la que debe contar el manglar, para generar su biodiversidad de especies por las áreas de pesca.
A esa situación se suma el manejo de agrotóxicos de la industria azucarera, que utiliza el herbicida Glifosato, pero como madurante, conocido en la región latinoamericana como el “milagro agrícola”, sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo calificó de cancerígeno.
“El cultivo de caña compromete el recurso agua, la pesca y el abastecimiento y consumo humano.
Se necesita una ley de cambio climático, cuyo principal compromiso es precisamente restaurar todos estos ecosistemas sobre todo, los manglares, que tienen una visión importante en el tema de absorción de carbono y el clima, y es obligación de los distintos países hacerlo cumplir, en beneficio del planeta”, sostuvo.
La cifra oficial del ministerio de medio ambiente y recursos naturales (MARN) reporta que se ha perdido alrededor del 60 %, de la barrera del manglar, en los últimas décadas y en un contexto del cambio climático, aumenta las posibilidades de mayor vulnerabilidad en territorio nacional o regional.
“El aumento de la temperatura afecta también la temperatura dentro del agua y esto genera, que se vayan secando las fuentes de agua dulce. Y si dejamos La frontera agrícola avanzar de manera desproporcionada, estamos ante un panorama difícil, debemos parar que miles de hectáreas se les cambie su uso de suelo, respetar los 25 metros de distancia de ese cultivo y no más quemas de rastrojo que contaminan la atmósfera, con gases de efecto invernadero”, indicó.
Sobre su visión a futuro del manglar Rosa Méndez, expresó que será un trabajo extenso, “si vamos a recuperar esta zona debe ser una labor profunda, porque el cambio aquí, ha sido drástico para la vida del manglar y si dejamos esto así, otros años más ya no existirá todas este manglar, debemos luchar porque esa expansión de la caña, es año con año y lo destruye todo”, concluyó.
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