Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Karl Otto Apel se hacía precisamente la pregunta de si debía la filosofía del lenguaje asumir la función de la filosofía trascendental en el sentido kantiano, es decir la función de ser prima philosophia. Para Apel, este problema constituía una cuestión fundamental para la relación entre el lenguaje y la filosofía. La filosofía del lenguaje, (filosofía del lenguaje ordinario), va originándose a partir de los primeros trabajos de Ludwig Wittgenstein: En su famoso Tractatus Logico-Philosophicus, el famoso «Tractatus», hace ya énfasis en el Principio de Verificación, (una proposición muestra un hecho). En sus últimos trabajos, aparecidos póstumamente, (Investigaciones Filosóficas, El Libro Azul, y El Libro Café), aparece ya su filosofía del lenguaje, con la cual la Filosofía Analítica sufre una sacudida profunda. Esta filosofía del lenguaje, para los finales de la segunda guerra mundial, se traslada gradualmente desde Cambridge hasta Oxford, universidad esta última en la que se hacen denodados esfuerzos por esclarecer los conceptos desarrollando expresiones lógicas. Los filósofos del lenguaje de Oxford parecen considerar al lenguaje ordinario como la cura de todos los problemas filosóficos, en tal forma que reducen estos a problemas lingüísticos. Para ellos, la metafísica es «un abuso del lenguaje ordinario».
No es realmente nuevo el intento de la filosofía de considerar al lenguaje como parte de su quehacer. Estos intentos vienen, como siempre suele suceder, con los griegos, esos hombres fantásticos y raros que habitaron la tierra de los helenos entre los siglos VII y II a.C. Lo que sucede es que para la filosofía griega inicial, el lenguaje fue sólo una cosa secundaria dentro de su filosofía, y esta posición se sostuvo hasta Descartes mismo y la filosofía moderna. Es bueno siempre hacer recorridos rápidos dentro de la historia, y en este caso, examinar cómo los filósofos primeros veían al lenguaje dentro de la filosofía. Ahora, por supuesto, la posición del lenguaje es esencial y única, no sólo en la filosofía sino en todos los ámbitos de las ideas. Veamos un poco de esa historia:
Para Heráclito de Éfeso, el gran creador del logos, lo primero, lo esencial, es la razón, que posee en sí misma la unidad y mismidad. En cambio, decía, hay diversidad de lenguajes, diversidad de nombres y signos. El lenguaje es, entonces, lo secundario, lo complementario. El fenómeno lingüístico se encuentra críticamente devaluado, reducido a funciones de significación y designación. En Platón, el lenguaje se devalúa en función de las ideas. A pesar de que en aras de las ideas se descubren los significados lingüísticos, a la vez se oculta el fenómeno lingüístico. El pensamiento no es una función de la comunicación intersubjetiva, sino más bien mera expresión secundaria o instrumento del pensamiento. Sin embargo, Platón supera ya la pregunta por la conformidad de los nombres y la sustituye por la pregunta por la verdad del enunciado sobre algo, con lo que descubre la intencionalidad del juicio, pero se ignoran todavía los significados lingüísticos que la median. Se mantiene, pues, en Platón, la diversidad del lenguaje ante la unidad y mismidad de las ideas; estas son lo esencial, aquél, lo instrumental, lo secundario. Aristóteles confirma la devaluación del fenómeno lingüístico, reducido a funciones de significación y designación al mantener el concepto de la diversidad del lenguaje ante la mismidad de las ‘afecciones’ del alma. El discurso oral y escrito es un mero símbolo de las ‘afecciones del alma’, dice el estagirita; y estas, imágenes de las cosas reales, que también son las mismas. Aquí es lo psíquico, no ya las ideas como en Platón, o la razón en Heráclito, lo que ocupa el lugar de los significados lingüísticos, con lo cual el fenómeno lingüístico continúa reducido a una diversidad de sonidos y signos producidos por convención. El lenguaje tiene, pues, una función convencional de designación, con lo cual se encubre su dimensión hemenéutico-trascendental. Esta dimensión sigue, así, encubierta.
Hasta la Ilustración se mantiene el concepto del lenguaje de los griegos, y de Aristóteles en particular. El problema aquí es que, aun siendo la única preocupación el establecimiento del origen del lenguaje, de hecho se reflexionaba sobre el hecho de que para crear el lenguaje, así como para enseñar su divinidad originaria, ya siempre se presupone un lenguaje. Y esta es precisamente una reflexión hermenéutico-trascendental.
Ya en la filosofía moderna, Descartes parte de la idea de la evidencia prelinguística del conocimiento o certeza. Es evidente que para el pensamiento, como acuerdo argumentativo consigo mismo de quien duda radicalmente y busca la evidencia, puede reflexionar en cierto modo al margen de todos los vínculos del lenguaje y de la tradición. Descartes interpreta y evalúa el resultado de su duda prescindiendo de las implicaciones significativas del lenguaje.
Hay, pues, podemos decir, un origen y una destrucción del concepto del lenguaje, propio del sentido común, en la filosofía tradicional. Hasta Descartes, el lenguaje es lo secundario, lo accesorio, lo instrumental. Peo ya hay, desde los griegos mismos y el logos heracliteano que fundó el pensamiento filosófico relegando al mito, una reflexión sobre el mismo. Hay una filosofía del lenguaje, todo lo primitiva que sea, pero que de alguna manera sustenta a la actual, que muchos consideran la filosofía misma, la base de todo el problema filosófico, o al menos, aquella en la que estos problemas se encierran en su totalidad.
El enfoque de la palabra «lenguaje» en el siglo XX es diferente: El lenguaje es ya no más un mero objeto empírico de las ciencias, sino un problema fundamental de la ciencia y de la filosofía. Lo aspectos filosóficos relevantes de este fenómeno lingüístico son: La Sintaxis, la Semántica, y la Pragmática de la comunicación; los presupuestos antropológicos de la competencia lingüística; los aspectos científicos relevantes del fenómeno lingüístico, que se dan en casi todas las ciencias humanas. A tal grado importantes estos aspectos, que los filósofos del lenguaje sostienen que la «filosofía primera» no es, en la actualidad, la investigación de la naturaleza, o de la esencia, o de las cosas, o de la ontología, o de la conciencia, o de la razón,……sino más bien, la reflexión sobre el significado y el sentido de las expresiones lingüísticas. Es, pues, un «análisis sobre el lenguaje»; y este es un problema de una magnitud kantiano-trascendental.
¿Qué hacer para lograr transformar la filosofía a efecto de hacer de ella una «reflexión y un análisis sobre el lenguaje, dándole una magnitud kantiano-trascendental a dicha reflexión y a dicho análisis»? Pues, destruir y reconstruir críticamente la historia de la filosofía del lenguaje; y reconstruir críticamente la idea de la filosofía transcendental. Así se demostrará que el lenguaje, si bien es instrumento de designación y comunicación, no es, filosóficamente, nada más que eso; y además, que concreta el concepto de «razón» mediante el concepto de «lenguaje».
El lenguaje es la lengua, el idioma. El hombre lo utiliza para comunicar sus sentimientos y sus ideas. Es decir, lo utiliza para comunicarse, utilizando un conjunto de caracteres y símbolos que permiten expresar instrucciones. Pero el lenguaje se somete a reglas, propias estas del lenguaje de una comunidad, de un individuo. La lengua materna es la lengua viva, la que uno aprende. Por ello, el lenguaje es una expresión de la cultura, producto de la historia de las comunidades. Mantener viva una lengua, en su pureza, en su belleza, en los significados de sus expresiones, es fundamental para sostener la identidad de un individuo, de una comunidad, de un pueblo. Negar la lengua es un peligro, desnaturalizarla igualmente, y tratar de sustituirla más aun. Por eso, aquellos que pretenden, en un afán transculturante, negar la lengua, o desnaturalizarla faltando a las reglas que la rigen, lo que hacen es provocar un estado de alienación cultural del hombre y de los pueblos.
Nuestra lengua es el español.