Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Ante el fatídico paso de la violencia, de la violencia personal y social, que no respeta rangos, ni credos, ni lugares, ni posiciones, sólo nos queda, como cantores, seguir lanzando al viento de la historia nuestro indestructible arraigo de paz. La paz del propio corazón que luego llega a otros corazones.
Vivimos tiempos tumultuosos, donde los crímenes espeluznantes, el odio, los celos, la envidia, la intolerancia, la ansiedad, la depresión, campean.
Por supuesto que las acciones estatales, son claves y determinantes, no sólo en el combate ante tan terribles flagelos, sino en la generación de condiciones sociales que impidan que la violencia, el narcotráfico, la corrupción, prosperen y se enraícen, ya que donde brilla la justicia, la libertad, la vida digna, el mal difícilmente alcanza monstruosas desproporciones.
Está probado mundialmente que la apuesta por la educación, la cultura, las artes, el deporte, los programas recreativos, constituyen excelentes medios que previenen la violencia y el caos social; pero también, todo esto tiene, como sólido soporte, a la familia, el verdadero núcleo insustituible, de la armonía y del desarrollo del país.
Hace algunas semanas la relativa tranquilidad de mi zona de residencia, se vio interrumpida por el suicidio de una jovencita, quien terminó con su vida ahorcándose en su casa de habitación. La fallecida, una niña a la que habíamos visto crecer, se dedicaba a vender pasteles que ella misma elaboraba. Casi todas las tardes, incluso noches, pasaba en su bicicleta ofreciendo no sólo la dulzura de sus calientes panecillos, sino la de su permanente sonrisa. Procedente de un hogar donde los problemas familiares imperaban, esta criatura, que apenas comenzaba su vida, presa de dolor, de confusión, se colgó. Esta es la escena final, que los vecinos comentaron, pero ¿qué aspectos concretos, desconocidos por todos, la precipitaron al abismo?
Una sociedad donde sus miembros, de muy diversas edades, se quitan la vida, nos está señalando una verdad inocultable. En la obra inmortal de Shakespeare, el príncipe Hamlet escucha al centinela Marcelo decir: “Algo huele a podrido en Dinamarca”, frase que nos remite, fundamentalmente, a la reflexión sobre la matriz del estado de cosas que vivimos.
Que una persona mate a su pareja, a sus hijos, a sus padres, y luego se mate, no es normal ¡No puede serlo nunca! Debemos rechazar esa naturalización que se nos fomenta de la violencia.
Diariamente desaparecen muchas personas, sumiendo en la tragedia a sus seres queridos. Ya no son los desaparecidos, por causas políticas, de los años setenta y ochenta. Ahora las personas desaparecen por otras razones, ya no estrictamente políticas, sino de pura maldad.
La literatura debe anunciar la vida, no es cierto que la infelicidad, la amargura, el dolor, sean los únicos y mejores ingredientes de la gran obra. También la alegría de vivir, la búsqueda de la felicidad, de la paz, de la utopía, han alimentado las extraordinarias creaciones humanas ¡Algo deberá cambiar en Dinamarca!