Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
A inmediaciones de la casa de mi niñez y juventud, allá en la trece calle oriente de San Salvador, entre la avenida España y la segunda avenida norte, hace muchos años, junto a la tienda de la Niña Tina (mujer catoliquísima, cuyos nacimientos españoles eran maravillosos), un buen día, a un vecino de gruesos bigotes, a lo Pancho Villa, se le ocurrió romper la triste monotonía imperante, para establecer un flamante negocio.
De la noche a la mañana, apareció, un soberbio rótulo, donde se apreciaba una enorme copa, rodeada de las más tropicales y suculentas delicias. Ahí papayas, piñas, zapotes, guineos, zanahorias, naranjas… El lugar fue bautizado, evangélicamente, como: “Jugos, Levántate Lázaro”. Y es que, según don Mostachón, su negocio ofrecía verdaderos elixires, capaces de recuperar los más ardientes ímpetus de la viril juventud.
Mi padre, incrédulo, negaba fervientemente tal publicidad, asegurando, por el contrario, que lo mejor para esos casos, era el bien comer, el bien dormir, y naturalmente, los traguitos a tiempo. Aunque en verdad nunca desestimó las conchas con suficiente cebolla morada, tomate y abundante limón y salsa Perrins (por supuesto, la original y oscura salsa inglesa “Lea and Perrins”), los huevos de tortuga, y de iguana en alguashte (ambos ahora prohibidos en nombre de la ecología); y por supuesto, las criadillas de toro, afortunadamente, aún triunfantes (¡y colgantes!) en los mercados.
Quien pronto se convirtió en asiduo cliente del sensacional negocio de don Mostachón, fue don Abelino Rojas, un ventrudo prestamista, viudo, y propietario de varios mesones y talleres de mecánica, ubicados en el Barrio de San Miguelito, quien no perdía día, ingiriendo esas prometedoras bebidas, muy favorables, en su opinión, para su notable carrera de don Juan empedernido.
Tanto fueron los nuevos bríos que los jugos “Levántate Lázaro” produjeron en don Abelino, que una madrugada, la paz del vecindario fue interrumpida por unos despavoridos gritos que al parecer provenían de su casa de habitación. Alertada la policía echó abajo la puerta. La escena parecía sacada del cine de Almodóvar. El señor Rojas se encontraba ya inerte, pero sus poderosos brazos donjuanescos, a la manera de un obeso monstruo marino, sujetaban enérgicamente, el cuerpo delicado, bellamente rosáceo, de una linda jovencita, que no hallaba modo de liberarse de las terribles tenazas de ese Barba Azul municipal.
La historia es cierta, ¡lo juro!, y la he recordado, entre risas, al repasar el menú de un carrito (¡más bien carrote…!), estacionado en plena arteria principal, y que ofrece al viandante “exóticos jugos”. Veamos las especialidades: “Levántate Lázaro” (¡Una lágrima nos corre por el finado don Abelino!), “Tres Camas”, “Quiebra camas recargado”, “Piñón de montaña”, “Marimba cuscatleca”, “Poderoso” y “Kamasutra”. Además de los tradicionales: jugos con ginseng, con piquete, con proteínas musculares; y los infaltables, quema grasa.
No hay duda, en esto de jugos y de esperanzas por nuevos combates, hay que tener fe y poner los medios, pero no olvidando la suerte del simpático don Abelino, un verdadero bandido romántico.