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LEYENDA MISTERIOSA DE PEDRO PORTILLO

Álvaro Darío Lara

El final de los años setenta y el inicio de los años ochenta, fue en El Salvador, explosivo, no sólo por toda la carga histórica, social y política que pesaba ya demasiado en nuestro ambiente, sino también por un movimiento cultural y artístico muy pleno y vital, donde los jóvenes de abundantes cabelleras, eran la punta de lanza, de un contestatario y vigoroso discurso.

Recuerdo, particularmente, por mi estrecha cercanía hacia mi primo materno, el actor y luego director teatral, Edwin Pastore, esa intensa actividad dramática de aquel tiempo, desde el trabajo del recordado Maestro Eugenio Acosta Rodríguez (1929-2011), quien dirigía el Teatro del INFRAMEN, hasta la actividad que aún desarrollaba el querido y gran director español don Edmundo Barbero (1899-1982), con el Teatro Universitario, quien recibió, por cierto, de parte de la Universidad de El Salvador, en 1980, un justo homenaje por su larga y legendaria trayectoria, que contaba, en su haber, su participación en “La Barraca”, el teatro del inmortal Federico García Lorca, y en la célebre compañía de Margarita Xirgú.

El Teatro Universitario pasa, posteriormente, a convertirse en el Taller Libre de Teatro, bajo la coordinación de Mario Tenorio, y finalmente lo asume Edwin Pastore.

En los últimos años de la década del 70, surge en San Salvador, un centro cultural y artístico que se convirtió pronto en un verdadero espacio que congregaba a un público amante de estas manifestaciones y a una generación de jóvenes creadores. Me refiero a Actoteatro, que nace por la feliz iniciativa de Roberto Salomón, en el centro de San Salvador, en un antiguo inmueble, ubicado sobre la 1era calle poniente, y donde más tarde, tendría su asiento, por varios años, la Casa de la Cultura de la ciudad capital.

Y fue, precisamente, en Actoteatro, en esa bella casa de principios del siglo pasado, restaurada a la sazón, donde mis inquietas pupilas de adolescente, presenciaron una extraña muestra, que jamás he vuelto a ver en el país, se trataba de una “Exposición de brujería”, organizada y montada por el pintor Pedro Portillo, un ser humano extraordinario, multifacético en sus oficios, libre, libérrimo; y por supuesto, un auténtico hippie, quien partió rumbo a ese misterioso más allá, recientemente.

En esa oportunidad, los asistentes nos encontramos frente al milagroso San Simón, con su infaltable puro; y delante del rostro joven y mítico del Hermano Santos con su poderosa oración; además de herraduras, rojos corazones atravesados por alfileres, cruces de Caravaca, yerbas, amuletos, talismanes y conjuros al gato negro, al cadejo, y a las benditas ánimas del purgatorio, entre lo que mi memoria guarda.

Y, desde luego, era un Pedro Portillo, siempre con esa sonrisa a flor de piel, y con esa mítica y sonora carcajada. Edwin me lo presentó, y, debo decir que, Pedro, sobre todo en aquellos tiempos salvadoreños, definitivamente llamaba la atención del común, no sólo por su actitud desenfadada sino por su atuendo: caites, aretes, collares, ropas multicolores, barbas y larga cabellera entrecana. La sonrisa franca de Pedro y sus vivaces ojos estrecharon mi mano, produciéndome una espontánea simpatía que me acompañó cada vez que nos encontrábamos, ya sea en un acto cultural o en la calle misma.

Una leyenda viva era Pedro, con su rico anecdotario, desde sus juveniles años en los Estados Unidos, en medio de la floración del movimiento del amor y paz, hasta su retorno al país mitológico, de vida y de muerte.

Fundamental es, en Pedro, su reencuentro con Mesoamérica, particularmente con el Popol Vuh. Esa cosmogonía y cosmología dejaron fuerte huella en su ser de artista y produjeron una obra plástica muy simbólica, imaginativa y colorida.

Sin duda su trabajo artístico y sus múltiples incursiones en distintos ámbitos de la cultura y el misticismo, lo inscriben junto a otros personajes nacionales, en ese movimiento renovador de los años sesenta que tuvo como grandes protagonistas a los jóvenes, y que sacudió al mundo entero, dejando una huella perdurable en la historia del arte y de los movimientos sociales.

Suenan tambores a lo lejos, refulgen misteriosos fuegos, es de nuevo la danza del tigre y del venado, mientras beben los seres de los árboles y de los ríos; pero aparecen los Señores de la Vida y de la Muerte, reclamando un alma. Se ahúman las cuatro esquinas de la habitación de las Criaturas, Pedro, chamán y artista, es llamado para emprender, una vez más, su indetenible vuelo.

 

 

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Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024