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LIBERTAD DE PENSAMIENTO EN UNA REPÚBLICA LAICA

Alberto Romero de Urbiztondo
@aromero0568

En los últimos días nuestro país se ha visto sacudido por prácticas políticas que han exacerbado la confrontación social y el desconocimiento de la pluralidad de pensamiento. Producto de las últimas elecciones parlamentarias, se ha conformado una Asamblea Legislativa con amplia mayoría de un solo partido. Independientemente de los análisis sociopolíticos que se hagan de este comportamiento de la sociedad, esa amplia mayoría unipartidista tiene una base legal que le otorga gran capacidad para tomar decisiones, pero también una fuerte responsabilidad para ejercer ese poder dentro del marco de la institucionalidad democrática que tiene el país.

Uno de los principios de una República democrática y laica, es reconocer el derecho de todas las personas a tener y defender las creencias y convicciones que libremente elija, sean estas filosófica, políticas o religiosas y poder expresarlas tanto en los espacios de participación democrática, como la Asamblea Legislativa o los Consejos Municipales, como en medios de comunicación o la acción social y publica. Por ello, está generando mucha preocupación en diversos sectores el discurso descalificador, en ocasiones llegando al insulto personal, que se escucha desde ámbitos del Estado, con la negación de espacios para expresarlas, el ataque a medios de comunicación no afines al gobierno e incluso el acoso a personas que expresan posiciones disidentes con el partido mayoritario.

La intolerancia, el insulto en vez del razonamiento, la violencia verbal y el uso amenazante del poder, están proyectando en nuestra sociedad una cultura intolerante, dogmática e irrespetuosa a las diferencias. La niñez y juventud que se está desarrollando actualmente va a tener como referentes y modelos, estas actuaciones confrontativas, que no buscan una causa y raíz a los problemas de nuestra sociedad, sino que construyen enemigos imaginarios a quienes responsabilizar de todos los males y carencias que padecemos, lo que genera una cultura de descalificación y agresión contra esos presuntos enemigos, reacciones viscerales y emocionales, en vez de debates racionales y basados en análisis y evidencias. Junto a expresiones de fundamentalismo religioso ya presentes en nuestra sociedad, estamos amenazados por el desarrollo de una cultura política fundamentalista y excluyente que erosiona la democracia.

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