Luis Armando González
La región latinoamericana, en su conjunto, se encuentra inmersa en un contexto de esfuerzos de integración y cooperación, que involucran aspectos sustantivos para el desarrollo de cada una de sus naciones. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) –cuyo objetivo es la concertación política y el diálogo intergubernamental— expresa varias de las dinámicas de cooperación que abarcan a América Latina y El Caribe.
El Sistema de Integración Centromericana (SICA), en un plano más cercano, realiza esfuerzos no solo para avanzar hacia una integración regional firme, sino para coordinar acciones estratégicas que permitan hacer frente a problemas graves como el narcotráfico, la inseguridad y las migraciones.
Por último, los países del Triángulo Norte –El Salvador, Honduras y Guatemala— realizan un trabajo conjunto para atender problemáticas comunes –no ajenas a las preocupaciones del SICA— como el crimen organizado y la violencia de las pandillas.
En cada uno de esos ámbitos regionales de diálogo, concertación y cooperación, el Gobierno de El Salvador, bajo la conducción del Presidente Salvador Sánchez Cerén, juega un importante papel no solo en el debate sobre los principales problemas que aquejan a las sociedades de la región sudamericana, centroamericana y caribeña –desigualdades socio-económicas, inseguridad, deterioro ambiental, migraciones, seguridad alimentaria, pobreza, baja calidad educativa, entre otros—, sino también sobre el mejor enfoque y las mejores estrategias para solucionar esos y otros problemas.
La presidencia pro témpore de la CELAC, otorgada a Salvador Sánchez Cerén, en enero de este año, es el reflejo del reconocimiento a su liderazgo regional por parte de sus homólogos de América Latina y El Caribe.
En esta instancia, al igual que en las otras instancias de cooperación regional, la visión humana y política del Presidente Salvadoreño se hace presente, animando la búsqueda de las mejores soluciones para los sectores sociales más vulnerables de nuestras naciones.
Hacia América Latina y El Caribe, Sánchez Cerén proyecta su compromiso con el Buen Vivir, la democracia, los derechos humanos y la lucha por la justicia. Al hacerlo, también proyecta positivamente a El Salvador en el plano internacional, lo que hace posible tener una palabra propia en los espacios de diálogo y cooperación latinoamericanos y caribeños. Su espíritu dialogante y concertador –que marca su estilo de gobierno en El Salvador— está en sintonía con una dinámica regional que requiere de consensos para alcanzar la meta común de crear sociedades más prósperas, justas e inclusivas.
En el momento actual de América del Sur, Centroamérica y El Caribe se hacen necesarios nuevos estilos de liderazgo: favorecedores del diálogo, prudentes y tolerantes. El Presidente Salvador Sánchez Cerén es un líder para los tiempos que corren, en los cuales son necesarias las soluciones concertadas para los graves problemas que afectan la vida de millones de personas.
Su modo de ser, como político y como ser humano, concuerda con el impulso que está dando el papa Francisco a liderazgos eclesiales concertadores, prudentes y comprometidos con la justicia, como lo ejemplifica la consagración como Cardenal de la Iglesia de Mons. Gregorio Rosa Chávez.
Liderazgos como los señalados son lo que mejor puede ayudarnos a contrarrestar el empuje de quienes, apelando a mecanismos de poder tradicionales –basados en la riqueza o inspirados en ella como meta esencial de la vida— promueven actitudes y comportamientos (políticos, económicos y sociales) que conducen a la exclusión de los sin poder, es decir, de la mayoría. Se trata, en este último caso, de liderazgos que, complacientes con la lógica del mercado y con un conservadurismo trasnochado, no solo se ponen de lado de los privilegiados (de los ricos más ricos), sino que son intransigentes con quienes proponen soluciones más justas y equilibradas a los problemas que afectan a la sociedad.
Para quienes se ponen del lado de la riqueza, el diálogo político y la búsqueda de soluciones negociadas en favor del bienestar colectivo son una amenaza para el sistema de privilegios que sostiene su poder económico y sus influencias políticas.
Se tiene que ir en contra de lo anterior, definitivamente. Tal como lo evidencia Estados Unidos en la actualidad, un liderazgo renuente a la concertación, intolerante, xenófobo y prepotente –pues eso es lo que emana del mandato presidencial de Donald Trump— es un riesgo para la humanidad. En Europa y en América Latina se escuchan voces de alarma al respecto.
Pero Trump no es el único en el mundo que abandera una visión política agresiva en contra de lo distinto. En diferentes lugares del planeta, tiranozuelos en potencia –vestidos con ropajes de empresarios exitosos o de presentadores de televisión de sonrisa encantadora— promueven valores y actitudes semejantes a las de Trump.
Una vía para contrarrestar estas influencias –no la única— es la promoción de nuevos liderazgos. Es lo que hace la Iglesia católica de la mano del papa Francisco, cuando promueve a figuras eclesiales como Mons. Gregorio Rosa Chávez.
Es lo que hace la región latinoamericana y caribeña, en su apuesta por figuras políticas –como es el caso de Salvador Sánchez Cerén— comprometidas con la concertación y el diálogo como mecanismos para la solución de los problemas regionales y nacionales.