Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua
El lema de la Academia de la Lengua, “Limpia, fija y da esplendor”, ha tenido variadas interpretaciones y se le ha asignado a su vez muchos significados. Para algunos, hay simplemente que entenderlo preceptivamente; para otros, se debe agregar a ello muchos matices. Julián Marías, el filósofo de la Escuela de Madrid, (Gaos, García Morente, Zubiri, María Zambrano), alumno de Ortega, quien le consideró siempre de forma muy especial, (el joven Marías, como le solía llamar), cultor exquisito del idioma español, y sobre todo, del español filosófico, hacía del lema una lectura más completa, digamos:
“Limpiar no quiere decir forzosamente desechar, eliminar, proscribir, vedar. Significa más bien depurar, distinguir, aclarar y sobre todo limpiar la lengua significa ejercer la creatividad porque la pasividad destruye la verdadera vida del lenguaje, y es menester sustituirla por la exploración, el ensayo inteligente desde el fondo secular del idioma, la invención individual, el peso de la autoridad personal o corporativa, la eliminación, hasta donde es posible, del azar. Fijar requiere crear el suelo lingüístico desde el cual se pueda ejercer esa acción creadora, desde el que instalarse para seguir creándola; y dar esplendor se refiere a buscar la plenitud de la lengua: El esplendor es necesario para la plenitud de la lengua, porque se trata de presentar las innumerables facetas de la realidad, sus múltiples escorzos, posibilidades, virtualidades, haciéndolos brillar al sol. Esta es, por otra parte, la función de descubrimiento que corresponde a la verdad entendida como alétheia”. Así expuso el gran filósofo español el lema de la Academia, en su discurso de ingreso a la institución el 20 de julio de 1965. En el mismo, decía: “La lengua es la primera interpretación de la realidad; o si se prefiere, una de las formas radicales de instalación del hombre en su vida….Cada lengua revela, y en cierto modo realiza, un temple vital…..La historia de cada lengua es el depósito de las experiencias históricas de un pueblo, precisamente en cuanto ser vividas e interpretadas desde ese temple originario, que es el núcleo germinal o principio de organización de la lengua”.
Limpia, fija y da esplendor es el lema de la Academia de la Lengua Española. Y como dice Marías, ello significa, explorar, inventar, crear, preparar el suelo para que la lengua ejerza su acción creadora, buscando su plenitud, en el cual se la podrá ver en todo su esplendor. Innovar la lengua es el principio dinámico que la sabe sostener en el tiempo y que le va dando existencia propia y propia individualidad; esa dinámica innovadora es la que permite a la lengua ser lo que es en su propio aquí y ahora. Y eso lo hace posible el hablante, el hombre de la calle que hace de la lengua la pluma de su mente, como decía Cervantes; el hablante de todos los colores y de todos los matices; no sólo los exquisitos del lenguaje, que la nutren con su erudición, sino los sencillos que también la nutren con su sabiduría. Decía Don Alfonso Reyes, que “…si a los cultos estuviera confiado dar el aliento a los idiomas, todavía estaríamos hablando en latín”.
La lengua española ha llegado a su esplendor, aunque no a su máximo esplendor, porque a este nunca podrá llegar. Acercamientos sucesivos, cada vez más infinitesimales, porque cuando se crece mucho, se progresa mucho, el salto se hace más cuántico. Pero el esplendor actual de la lengua española es ya iluminante, lo bastante como para que ese suelo que fija, se haya nutrido de simiente limpia y suficiente. Nuestro idioma dice cosas, habla de historias, recuerda hechos, que hacen a veces vibrar el espíritu y solazar el alma. Fray Luis de León, expulsado de su cátedra en la Universidad de Salamanca por la Santa Inquisición, es restituido en la misma muchos años después; al regresar, el fraile poeta reinicia sus clases con la famosa frase: “Como decíamos ayer”. Hermosa lección de moral, y además, fino aporte al lenguaje, de hermoso corte académico y de largo alcance ético. Don Miguel de Unamuno, varios siglos después, retoma la frase de Fray Luis cuando, en similares circunstancias y en la misma Universidad, luego de haber sido destituido de su cátedra y exiliado por la dictadura de Primo de Rivera, es restituido en la misma y en su cargo de Rector, y reinicia sus actividades diciendo a sus alumnos: “Como decíamos ayer”. ¿Qué habrán querido decir Fray Luis de León y Unamuno, con esa preciosa frase? ¿Qué la afrenta está saldada? ¿Qué se ha olvidado el rencor y el odio? ¿Qué todo sigue igual y que nada ha cambiado? ¡Cuántas veces nuestros países, en condiciones menos saludables, habrán tenido que decir “como decíamos ayer” para reiniciar sus vidas y las de sus pueblos!
El idioma español es rico en matices y en belleza. Es tanto más bello cuanto más simple. Entre el español que se habla en el norte de México y el español que se habla en el sur de Chile y Argentina, se dan miles de modalidades que lo enriquecen. El Caribe es una inagotable fuente de novedades terminológicas. La misma España siente la diversidad de expresiones que se dan en sus diferentes regiones. No hay un español; hay muchos españoles; pero esos muchos españoles hacen que haya un solo español. Así, el idioma se vuelve uno en la diversidad. Tanto lo han enriquecido sus cultores, que son sus pueblos, que podríamos decir que ya no necesita más; pero sigue creciendo, y cada vez, más limpio, más fijo, y más esplendoroso.
Cervantes decía que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Hay que leer, pues; y hay que caminar.