Rafael Lara-Martínez
New Mexico Tech,
Desde Comala siempre…
II. El modelo de la comunicación
El acto de habla implica un hablante (Yo) que inscribe su huella subjetiva o emotiva en el mensaje (1), sea esta traza el proyecto científico de conocer el mundo y transformarlo, así como el simple hecho de nombrarlo: “Me gusta/Pienso-creo-propongo que…”. El lema clásico reza “hablo luego existo” y “configuro el mundo según la palabra”. Entraña un oyente (Tú) que recibe dicho mensaje, lo interpreta a su manera o lo cumple tal cual un mandato severo (2).
La identidad cambiante del Yo social se acomoda a los diversos encuentros planeados o fortuitos con un Tú, con otro distinto a sí, a saber: Esposa-Marido; Madre-Hija; Ama de casa-Sirvienta; Compradora-Comerciante; Administradora-Empleada. Más allá de lo gramatical, el intercambio lo prescriben una “competencia comunicativa” que establece “la identidad social” de los participantes —su derecho proporcional a la palabra—, una “competencia semántica” que tematiza los tópicos y saberes a tratar, una “competencia discursiva” que organiza la narrativa y la argumentación del discurso, al igual que otra “competencia semio-lingüística” que adapta el registro de lengua a la situación concreta del intercambio (P. Charaudeau). El sentido del discurso no se deduce necesariamente de la lengua, ya que el contexto, la situación y el saber común controlan el paso de la predicación lógica virtual a su problemática de significación real. Ambos participantes activos en el acto de habla interactúan por medio de un “contrato social” presupuesto durante el discurso. La jerarquía social entre el hablante (Yo) y el oyente (Tú) genera un bilingüismo intrínseco al idioma nacional, ya que existe una disparidad entre la norma escolar, administrativa o intelectual y las varias hablas urbanas y regionales (P. Bourdieu). El trecho de lo publicable —lengua normativa— al habla cotidiana marca el acceso a la siguiente función, la cual le proporciona los medios de comunicación de prestigio a quien se adhiera a la norma.
El acto de habla incluye un canal de comunicación que —al acceder por la “competencia legítima” de una institución— el sujeto investido de poder necesita depurarlo para lograr el objetivo de forjar opiniones: prensa, digital, celular, aula, acera, etc. (3). El escenario mediático le otorga un valor semántico diferencial al discurso (P. Charaudeau). Los distintos canales de comunicación resultan tan primordiales al acto de habla como las reglas gramaticales prescritas por el código. Ejemplo de ello son las normas editoriales de todo periódico o revista, popular o académico.
Obviamente también contiene una referencia al mundo (4), aun si esta arista no sea siempre la principal. Según Pizarnik, la lengua “es una naturaleza, una naturaleza muerta”, en un bodegón hablado que la petrifica por una glosa que detiene su emoción: “Still Life”. En R. Jakobson “los monumentos poéticos” los erige “el famoso cementerio de la historia”, “cuando acaba de morir una época”, es decir, ante la ausencia del referente inmediato el presente rescata la evidencia escrita de un pretérito factual derogado, i. e., el 32, sin cuestionar la referencia directa (4) del dicho actual al hecho pasado. A la “ilusión referencial” de la poeta argentina —la distancia entre la palabra y la cosa— la semiótica añade la “ilusión temporal”, al estipular la lejanía entre el significante presente y el significado pretérito. Sea entonces la secuencia “significante presente = significado pretérito (ilusión temporal) => referente extra-lingüístico (ilusión referencial)”. Este “simulacro” prosigue el prototipo de la representación científica cuyo saber sustituye lo Real. Otros ejemplos tal cual la agricultura, la jardinería y la ecología muestran cómo se domestica la naturaleza, al duplicarla en su cultivo o en su cuidado mismo. La naturaleza —natura de natio, “nacer”— ya no nace de sí, sino brota de la cultura que la siembra y guarda, como la del maíz. Si la lengua sólo calcara lo Real, sería una simple taxonomía o nomenclatura en correspondencia estricta con el entorno. En cambio, hasta el modelo de las ciencias naturales implica un “querer-hacer” —un “saber-hacer”— que diseña su objeto al frente del proyecto cognitivo del sujeto para transformarlo (A. J. Greimas). Se insiste en examinar esta función referencial en su espejismo, dada la insistencia cultural en imaginar la lengua como simple instrumento de copia.
Por último, el acto de habla encierra dos funciones puramente lingüísticas que deben analizarse más en detalle. Si por ciencia del lenguaje se entiende la lengua hablando de la lengua, en este atributo auto-referencial —“el español tiene X vocales y W diptongos”— se descubre lo propio del idioma. Estos dos empleos se reconocen como la función poética, la cual inquiere el mensaje (5); y la metalingüística (6) que examina la lengua como código formal. Ambas funciones analizan el lenguaje como si fuese un objeto del mundo real. Con frecuencia se confunden las últimas tres esferas al fusionar el mensaje (5), la lengua (6) y el mundo (4) en un solo círculo de interés para el hablante. Esta amalgama no sólo sucede en los enunciados lingüísticos —“la palabra mango tiene cinco letras / la palabra democracia se ejerce en el voto”— también ocurre en las ciencias exactas y sociales al citar un artículo o libro, o al indagar el significado real de un concepto. “Según este autor, el sentido de “democracia” es el siguiente…”.
En su referencia bibliográfica, la teoría política remite a un mensaje previo antes que al mundo real, esto es, la función poética (5) que recalca la antedicha “ilusión temporal” y su concomitante textual. Una tradición influyente alude a estas funciones en términos de “intertextualidad” y de “interdiscursividad” por el diálogo del discurso actual a su antecesor (M. Bakhtin). En su modesta contribución —la lengua que habla de la lengua— la lingüística la cultiva todo hablante que cuestiona el idioma, sin un monopolio científico, aunque su análisis sea técnicamente más pertinente al crear realidades virtuales como el internet. Por su carácter de código y hecho social, la lingüística se sitúa en la frontera entre la formalización lógico-matemática sin sentido —colorless green ideas sleep furiously (en furia duermen ideas verdes incoloras, N. Chomsky)— y el análisis de su contenido semántico en su interrogante meta-lingüística y social. Además, la metáfora rige muchas expresiones que, de lo material, remite hacia lo afectivo y ético pese a su misma fórmula lógica: I broke your phone/heart/the law. Del examen estructural de la lengua a la apropiación receptiva del discurso, participan las diversas interpretaciones de las personas involucradas en el acto de habla, ante todo, si se trata de una proclama pública. El código mismo —la lengua castellana o española, a nombre político dual— jamás ha sido homogéneo, sino existe en una diversidad estilística, así como ofrece una expresión social y regional divergente.
Las palabras no sólo interpretan, sino a menudo sustituyen los hechos que nombran. Empero, en su ingenuidad, los hablantes de una lengua imaginan que esas palabras calcan el mundo tal cual es, según aquel “rigor de la ciencia” en J. L. Borges. Fácilmente, se cuestiona esta inocencia cartográfica del idioma por medio de un pensamiento crítico que delibere el lenguaje en su complejidad de funciones, aportando ejemplos literarios (Tlön o el universo como designio de la palabra), al igual que dichos frecuentes de la vida diaria (“corre, que te pinto, te traigo un conejo, que no tiene patas, y corre parejo (La culebra) = ¿ataque al interlocutor (Tú)?”). Los nombres de las cosas en absoluto les sirven a los objetos nombrados, sino le resultan útiles al sujeto que les asigna esos apelativos, sea por convención social o por invención personal. De la “hermenéutica clara” —los estudios culturales (Cultural Studies) centrados en los textos literarios distinguidos— a la ”hermenéutica oscura” —análisis conversacional cotidiano y del discurso ideológico— la dimensión política impone su regla en el análisis al vincular el habla a un aspecto tópico del poder: clase, etnia, género, identidad, raza (D. Maingueneau). Del nombre y el enunciado al texto, un “orden del discurso” regula la práctica social, la legitima y anticipa su proyecto porvenir.
El desconcierto que el óleo de Matisse genera lo expresa la sentencia “then what is it? (¿entonces qué es?)”, de las personas entrevistadas (estudiantes universitarios, enfermeras y vendedores de centros comerciales). Al quitarle el nombre acostumbrado, les parece que el objeto pierde una cualidad esencial de sí. De asegurarles que la palabra no designa la cosa sino la actitud del sujeto, el fruncir del ceño resulta la respuesta más obvia, incluso entre técnicos. Tal es el sentimiento cultural en estas comarcas, donde la realidad se evapora al despojarla de sus apelativos inmanentes. “En esta noche en este mundo” (Pizarnik), el idioma no calca nada. En cambio, la exactitud del “lenguaje natural” emana de lo Real, en una fórmula química de sonido y sentido. Fuera del habla, el ser de las cosas se evapora.
El lenguaje no sólo pertenece al orden de la gramática, al discurso sintácticamente correcto, a veces sin sentido. Su actividad también incluye la esfera de la jurisprudencia ya que cada palabra instituye un voto en el cual coincide el dicho y el hecho. La descripción de un evento augura el precepto que “hace existir lo que anuncia” (P. Bourdieu). Si el vocabulario establece una codificación jurídica, el discurso cobra valor por la institución que avala al agente del habla. En nombre de todo el grupo, el representante explaya la representación oficial del mundo. Tal representación no se agota en el simple decir, sino en la acción política que suscita. En su liturgia, “hablar” efectúa una transubstanciación del objeto aludido. Tal es la magia social de la palabra que al describir prescribe el porvenir.
Desde la perspectiva del análisis conversacional, en su interacción social, el acto de habla se inserta en un orden participativo institucional —familia, barrio, mercado, negocio, academia, etc.— cuya práctica le asigna un sentido por medio de “esquemas culturales” de hábitos (A. Duranti). Como secuencia de acciones orientada hacia un objetivo, el intercambio entre los participantes anticipa proyectos concretos a realizar, según normativas sociales rutinarias, ante todo en la “conversación institucional” que netamente se distingue del “habla ordinaria” (J. Heritage). El acto cimienta la intersubjetividad en su enfoque a la acción (P. Drew y J. Heritage). La vida social la organizan las diversas maneras de hablar, en su quehacer cotidiano de otorgarle un sentido en contexto a una serie de canjes recíprocos de la palabra hacia la acción: saludos, bromas, pláticas, regateos, debates, etc. En seguida se desglosa un ejemplo de la manera en que el uso diario de la lengua salvadoreña difiere de las expectativas prescriptivas de toda academia y del canon literario.
A continuar…
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