Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
La muerte de Felipe Ayala fue una sorpresa. Mientras leía la noticia en estados de Facebook de algunos de mis contactos mi mente comenzó a reproducir algunas escenas que compartí con él.
Felipe era un fotoperiodista originario de Cojutepeque y que a mi llegada a El Diario de Hoy tenía más de veinticinco años en el matutino, primero como parte del departamento de revelado y posteriormente en las calles con su cámara atrapando la historia.
Lipe, como le llamábamos, siempre estaba sonriendo. Veía la vida con calma. Contaban que era tan natural que en los tiempos de la guerra cubría las manifestaciones y se acercaba a los manifestantes a preguntar los nombres. Obviamente no se los daban o le brindaban alguno falso
Ese Lipe era leyenda, el que conocí era un tipo que se daba a querer por su transparencia. Tuvimos varias aventuras cubriendo historias en el Oriente del país. Lo recuerdo abrazando el maletín negro donde cargaba su equipo, y su infaltable sonrisa coronada.
Un viernes del 2003 nos fuimos en busca de La laguna de San Juan. Después de muchas vueltas dimos con ese lugar que más parecía un pastizal húmedo en donde las vacas, la hierba y el agua lo inundaban todo. Pero, no lo veíamos hondo. Sin embargo, me quedé en la orilla.
—¿Ahí te vas a quedar?
—Sí, ya tengo la nota.
El avanzó, quería fotografiar de cerca una vaca que se veía del tamaño de una moneda. Así vi a Lipe empequeñecerse en la distancia cuando de pronto la laguna lo chupó. Se lo había tragado. Afortunadamente el equipo y él no sufrieron daños. El resto del camino se fue en la cama del pickup para secarse con el viento.
En otro viaje terminamos perdidos en Quelepa, San Miguel, buscando las ruinas. Cometimos la imprudencia de partir y jamás pedir el auxilio de un guía. Pasamos horas perdidos, sin agua. Hasta que decidí sentarme en un bordo. Lipe me dijo que continuaría para ver si encontraba a alguien, hasta el momento una vaca era el único ser vivo que habíamos encontrado. Al rato venía gritando mi apellido y con un balde mohoso lleno de agua, la cual nos supo a gloria. Después alguien nos ayudó a volver al lugar donde se había quedado esperando el motorista.
Nuestra jefe había solicitado una nota sobre el parque de San Francisco Gotera, que tenía el gran problema de ser utilizado como inodoro público. Así que fuimos, hablamos con la gente y Lipe se encargó de tomarle foto a todo personaje evacuado sus mayores en la zona. Tanto era su compromiso que le tomó fotos a las deposiciones. Una foto que hasta asustó a nuestra editora. Pero, así era Lipe de natural.
Con Lipe aprendí a comer sin lavar los mangos cerezos, el copinol y toda fruta que nos encontráramos en nuestras aventuras en el campo. Después me tocaba tomar desparasitantes. Con Lipe aprendí a darle vuelta a la vida para gozar el viaje. No trabajábamos, nos divertíamos y nos pagaban por ello. Esa es la magia de trabajar haciendo lo que nos gusta.
Ahora Lipe descansa en paz, pero sigue vivo en cada uno de nuestros viajes. Tanto, que lo figuro saliendo hoy por la madrugada rumbo a oriente.
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