Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
En mi casa siempre hubo algún libro de Cenizas de Izalco. Allí estuvo entre mis libreras, stuff pero no lo había leído. Vi pasar por mis manos ediciones de la Dirección de Publicaciones e impresos (DPI), seek Editorial de la UCA, etc. Asociaba el título con la balada de Anastacio Aquino, de Matilde Elena López, no sé porqué razón, pero no llegaba a convencerme para devorarlo.
Sin embargo, fue hasta esta nueva reimpresión que ha hecho la DPI que al fin lo leí, y me arrepentí de no haberlo leído antes, este libro elaborado en coautoría por Darwin J. Flakoll y Claribel Alegría tiene lo suyo, además de aunar la historia con la ficción.
Claribel Alegría representa un referente de la literatura salvadoreña, aunque algunas personas la consideren extranjera por haber nacido en Nicaragua, justo como sucede con Horacio Castellanos Moya quien nació en Honduras. Esas cosas no las andan viendo las personas que habitan en New York, para ellos todos los que habitan su ciudad son Niuyorkinos. Claribel es así, totalmente salvadoreña aunque haya nacido en la vecina Nicaragua.
El libro me pareció ligero al principio, pero conforme fuí avanzando en la lectura me sentí atrapado. Tal vez me hubiera agradado que la novela cambiara tipografía o se viera en cursiva cuando cambiaba de voces narrativas, sobre todo por las cartas, pero el sentido común se encarga de irnos guiando para no perdernos.
Existen elementos que me llamaron poderosamente la atención: la inclusión de Farabundo Martí en su etapa anterior a liderar la insurrección y la descripción de la insurrección que vive Frank Wolff, uno de los protagonistas.
Martí es uno de los personajes elementales de nuestra historia salvadoreña, pero es oscuro. Poco sabemos de él. Así que verlo en la novela es algo muy atractivo, aunque no lo veamos liderando protestas o dando discursos logramos ver lo que mejor habla de nosotros: siendo buenos con el prójimo. Luego las referencias, así como en esa sociedad aún ahora sigue siendo motivo de divisón su nombre. Algunos lo ven como un mal hombre, otros lo vemos como un héroe.
La aventura nos atrapa, y eso es lo que más me hizo mantener la atención, el relato de Frank para llegar a Santa Ana en medio de la insurrección, una sofocada. Nos describe cuando se reunieron en la plaza a los indigenas desarmados y el general Calderón ordeno disparar contra ellos, mientras los indigenas morían de pie, misma en la que muere Virgil, un misionero y veterinario amigo de Frank.
Cenizas de Izalco nos trae a la memoria que aún existen tantas historias por contar de nuestra El Salvador y de cómo esa historia puede dar pie a una nueva novela.
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