Francisco Herrera
… pero fracasó. Y por lo que se observa, no puede menos de seguir fracasando. Nos referimos a Guaidó, de él hablaremos aquí, en dos entregas, hoy la primera, mañana la segunda. Guaidó, cara visible de la contrarrevolución en Venezuela.
Lo conectaron en el 2005, siendo estudiante universitario todavía. Ese mismo año lo enviaron a Belgrado (Yugoslavia) a un cursillo sobre acciones de calle. Dos años después, en el 2007, terminaba sus estudios y era enviado a Washington a un curso servido por un economista muy experto en doctrina neoliberal. Antes de partir a ese curso entraba a formar parte de lo que se llamó “Generación 2007”, con un objetivo: forzar al gobierno de Chávez a la represión. En noviembre de 2010 varios dirigentes de Voluntad Popular participaron en un cursillo de 5 días celebrado en la ciudad de México. Ese cursillo era secreto, con el tema “los cambios de régimen” en el mundo. Para los asistentes venezolanos en particular la tarea encomendada era desestabilización, y un encargo máximo: asesinar a Chávez. Guaidó estuvo en ese cursillo.
Dentro del espectro de la ultraderecha venezolana es Voluntad Popular, el partido más decidido a desmantelar los programas sociales realizados durante los últimos veinte años. Fue fundado por Leopoldo López, y si como persona a López le fue mal, con Guaidó a la cabeza Voluntad Popular sigue activo.
Diferencia entre López ayer y Guaidó hoy: el método. Método de López: violencia en los centros populosos del área metropolitana de Caracas, bajo el mismo esquema operativo, garrote en mano, cubrirse el rostro, y a la señal convenida bajarse de los vehículos, romper vitrinas, saquear, maltratar peatones. En ese esquema la intervención de la policía era inevitable. Pero no era inevitable asesinar policías. Se calcula que entre el 2014 y el 2017 alrededor de 150 jóvenes fueron asesinados, muchos de ellos policías; además de una cuarentena de simples peatones.
Acompañando a los engarrotados, pero rostro descubierto, varios fotógrafos se encargaban de cubrir la “protesta” y de mandar sus fotos a un medio, esto a fin de atraer a reporteros acreditados, quienes constatarían en el lugar, no el inicio del disturbio sino el disturbio en curso. Era ese el cálculo con López, disturbios sorpresivos cada tres o cuatro días por semana buscando involucrar a periodistas reales cubriendo un hecho no real que debía terminar real. López, para esas acciones, contó con holgada ayuda (50 millones de dólares) por la vía de una ONG muy conocida en nuestra América.
2019, Guaidó de cuerpo entero en la palestra. Línea de trabajo: que se plante claramente contra Maduro, ya no como agitador rostro cubierto por un pañuelo sino como funcionario investido de institucionalidad suficiente como para disputarle su función. Esa institucionalidad se consiguió haciéndolo diputado y una vez hecho diputado elevándolo a presidente de la Asamblea Nacional. Cálculo de Washington: llegaría el momento en que una interpretación del artículo 233 de la Constitución sería clave en la estrategia definida. Ese momento tenía que llegar este enero pasado.
No es difícil valorar que el recorrido de enero hasta hoy ha sido errático; conviene subrayar sin embargo un error incomprensible: lanzarlo a disputarle frontalmente a Maduro su función, ¿por qué? Porque en la República es el ciudadano quien otorga esa función, casi es ocioso recordarlo. Y en Venezuela es a Maduro que el ciudadano se la otorgó, en elecciones celebradas en mayo 2018 en las que participaron todos los partidos debidamente instituidos; y observadas por el pueblo mismo organizado a este efecto; y observadas también por representantes de instancias extranjeras de reconocida autoridad en la materia provenientes de numerosos países, y acreditados como tales ante el Consejo Nacional Electoral. ¿Qué más pedir, en términos de exigencia de legalidad a la fecha de realización de una elección popular en un país con más de 25 elecciones de diversa dimensión en 20 años? Es a él, nominalmente, a Nicolás Maduro Moros, que el ciudadano venezolano entregó por mayoría la presidencia de la República en mayo pasado, no a Guaidó. Para nada a Guaidó, puesto que ni siquiera compitió.
Segundo error de Washington, derivado del primero: haber creído que Guaidó, a pesar de no tener en su bolsillo un solo voto popular y por consiguiente no poder reivindicar legitimidad de presidente entrante; haber creído que podría conseguir sin embargo respaldo fuera de las fronteras venezolanas y plantear –sotto voce desde afuera– la conveniencia del golpe de Estado a Maduro, suave, medio suave, o brutal militar.
Nótese al respecto el discurso mediático de Washington, en dos matices que en apariencia se contraponen pero que al final se juntan: matiz de Trump: “Todas las opciones están sobre la mesa”, lenguaje que significa “no descarto la más extrema”. Matiz de los fascistas del Departamento de Estado, más claro: Que el alto mando del ejército venezolano se levante contra Maduro. Durante un tiempo Guaidó hizo suya la opción del Departamento de Estado, lo que le creó discrepancias en su flanco burgués. Un poco al lado de esas dos opciones, la de algún personaje políticamente insignificante del mundillo yanqui, de esos muy radicales ante el micrófono de un reportero, y que exponía él también su fórmula: “ataquemos nosotros”. Nadie lo escuchaba pero él hablaba…
Con todo, cabe preguntarse qué pasaría si Washington entrara de lleno a una acción violenta, armada evidentemente. Asistiríamos, por primera vez en la historia de la República, a un golpe de Estado anunciado. En Chile (1973) el mundo descubrió impotente, la mañana del 11 de septiembre, el golpe militar contra el presidente Allende organizado discretamente desde los confortables sofás de los salones de la Casa Blanca; y si tiempo después uno se enteraba de los pormenores de los fríos preparativos para llevar a cabo ese crimen, el más sangriento hasta hoy en la historia del Continente, fue gracias a las memorias escritas por su organizador, el propio Secretario de Estado.
Continuamos mañana.