Wilfredo Arriola
Saber del dolor, esa frase tan subjetiva, pero ¿en comparación con quién? Cada uno ha atravesado diferentes umbrales del dolor, físicos y emocionales. Tenemos una libertad para poder contar desde nuestra experiencia como lo transitamos, y qué hicimos ante tales adversidades. Somos dueños de esos pasajes, sin embargo, siempre habrá otros que nuestros dolores les parecerán un mal paso nada más, para lo que ellos han vivido.
Rosa Montero, en una de sus novelas más comentadas La ridícula idea de no volver a verte, comienza hablando del arte del dolor, comenta: “El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra”. Esta situación siempre es apremiante, somos esa luz después del túnel, en quién nos hemos convertido después de lo vivido. Sobre el dolor, a veces es de entrar de puntitas como alguien de nuestra literatura salvadoreña mencionó, pero este se refería a la poesía, opino desde esta plataforma que al dolor ajeno también se debe de entrar así, con cuidado de no dañar lo acontecido. La fragilidad de ese escenario es inopinable. Poniendo en evidencia aquel viejo refrán, de que solo aquel que está adentro del rio sabe hasta adonde llega el agua.
El dolor muchas veces no supera, simplemente se aprende a vivir con el, con una ausencia, con una enfermedad, con la idea solapada del dolor a merced de nuestras vidas, y quizá aparece en las horas más difíciles en lo desprotegido de nuestra soledad, tal como Luis García menciona en uno de sus poemas. “Hablo de ti, como un lugar difícil” esa forma de volver a caminar por lo azaroso del recuerdo y sobre todo, de lo que aun lastima, suponiendo el dolor lo representa una persona en particular. Cada uno determina el dolor como un país, un lugar temeroso muchas veces y cruel, un condicionador de la conducta que con el tiempo pasa y en su defecto se instala como inquilino.
A la hora del hablar del dolor de los demás e incluso del nuestro, hacer una pausa de reflexión nos hará entender más que el veredicto contingencial de la palabra. Muy personal y sobre todo respetado. No lo conoceremos nunca en totalidad, meterse a la piel de otros es un ejercicio de solidaridad y de empatía, y a pesar de esa inmersión, nuestro papel será de espectadores de una película de la cual no somos lo protagonistas, cada uno, tiene la propia y ese guion solo uno lo repasa en las noches de espejo y café.