Zúrich/dpa
¿Lo máximo? Lionel Messi utilizó esa palabra para definir lo que sería ganar el Mundial de fútbol con Argentina, sick pero en realidad debería haber dicho lo único, online porque nada más le falta al astro argentino en su colección de trofeos. Lo demás es engordar estadísticas.
Cinco Balones de Oro, cuatro Ligas de Campeones, siete Ligas españolas, tres Mundiales de Clubes, 26 títulos en total, 430 goles en 503 partidos oficiales con el Barcelona: las cifras del “10” azulgrana son de otro planeta.
Si Messi fuese suizo, podría decirse que sus objetivos como futbolista están más que cumplidos, pero cuando uno nace en Argentina, el trabajo no termina hasta que se gana el Mundial, el máximo anhelo de todo jugador y fan “albiceleste”.
“Obviamente prefiero ganar el Mundial. Es lo máximo”, dijo el delantero del Barcelona el lunes en Zúrich, poco antes de levantar su quinto Balón de Oro, cuando le preguntaron si no cambiaría el trofeo individual por la Copa del Mundo.
Messi estuvo a punto de lograrlo en 2014, en el partido que lo habría catapultado al más alto de todos los altares, la final del Mundial en el estadio Maracaná, el templo futbolístico del eterno rival, Brasil. Pero Messi hizo un partido gris y Alemania se llevó el triunfo por 1-0.
En realidad, el argentino hizo un partido acorde a lo que había sido el año y medio anterior.
Las lesiones, su ruptura con el fisioterapeuta Juanjo Brau, la relajación en las rutinas -Carles Rexach, uno de sus descubridores en el Barça, llegó a decir que había comido demasiadas pizzas- condujeron al jugador a un período de aparente apatía.
Cristiano Ronaldo ganó dos años seguidos el Balón de Oro y el declive de Messi parecía entonces irreversible.
En Barcelona se escuchó incluso lo que hasta entonces era un anatema, la posibilidad de vender al delantero. Nadie sabe qué hubiera pasado si Argentina hubiera ganado aquella final, pero lo que está claro es que el fracaso removió algo en la cabeza de Messi.
“Venía de unos años donde por diferentes situaciones no me encontraba de la mejor manera y por suerte pude revertir esa situación y llegar otra vez a esto”, dijo el lunes, mientras sostenía el Balón de Oro en sus manos, el argentino, cuya imagen abatida pasando al lado de la Copa del Mundo en el Maracaná fue premio a la mejor foto deportiva del año.
En noviembre de 2012, además, Messi fue padre por primera vez, algo que cambia la vida de cualquier persona, pero quizá aún más la de alguien marcado como él por los códigos del clan familiar. Tras el Mundial, Messi puso de nuevo en orden todos los factores. Volvió a la dieta estricta y recuperó la chispa que parecía perdida.
Su segundo hijo, nacido hace apenas tres meses, lo encontró en plena madurez, consciente de quién es y hacia dónde va. La prensa mundial es hoy una lluvia de elogios. Todos coinciden: “Es el mejor”.
En el Barcelona y en la selección, sus compañeros no sólo alaban su calidad, sino también su “humilidad” y “normalidad”.
Pero Messi no es un ángel. Tanto él como su padre están inmersos en un proceso judicial en España por presunta evasión de impuestos. Según el diario “La Vanguardia”, desde el estallido del escándalo, el jugador regularizó 53 millones de euros de deuda con el fisco. “Es un dinero defraudado a todos.
Aún así hay gente aplaudiendo a la entrada del juzgado y él nunca ha pedido perdón”, dijo a dpa un alto cargo del Ministerio de Hacienda.
Con sus luces y sus sombras, Messi es una persona excepcional, capaz de mantener la ambición incluso después de haber logrado más de lo que él mismo había imaginado. Lo más difícil no es ganar, lo más difícil, advirtió el argentino, “es volver a ganar”.
Con Argentina, sin embargo, la motivación está aún impoluta, quizá incluso azuzada por el fracaso.