René Martínez Pineda (Sociólogo, UES y ULS)
Poco a poco, encierro tras encierro, vacuna tras vacuna, peste tras peste, estamos comprendiendo que la nueva normalidad sólo será tal si bota las anormalidades que -para que conviviéramos con ellas creyéndonos felices- fueron normalizadas por los regímenes políticos -la corrupción e impunidad son unas de ellas-, y, además, si no se desprende de las viejas dinámicas sociales que le dan sentido humano a la sociedad y que siempre han estado presentes en la evolución social, pero que han sido silenciadas, sodomizadas o sometidas ideológicamente por la clase dominante de cada fase de la historia, siendo ese sometimiento lo que le heredan a la clase que las releva. En esta coyuntura sociopolítica son los constructos teórico-metodológicos de la sociología crítica los que arrojan luz y señalan coordenadas que permiten comprender la realidad en la que vivimos desde “un día después de la pandemia” y lo que hay que recuperar de ella para que no pierda su carácter sociocultural: las presencias que forman la conciencia social, que es el acto de objetivación-subjetivación más importante de la historia humana y es la premisa de las revoluciones de todo tipo.
Al respecto, hay que responder interrogantes que parecen retóricas, pero que podrían implicar cambios socioculturales importantes, tales como ¿será obligatorio -jurídica o moralmente- el uso de mascarilla en los lugares en los que entramos en contacto con muchas personas? ¿se depredará la educación al reducirla a lo virtual que aísla a las personas, deshumaniza las relaciones sociales y minimiza la socialización que es la que lleva al descubrimiento de uno mismo al ver nuestro reflejo en las aguas de la convivencia presencial? ¿estamos en este momento en un enfrentamiento entre las presencias y las ausencias? Ciertamente, hay muchas dudas sobre lo que va a pasar y cómo va a pasar y, por ello, debemos reflexionar sobre esos hechos desde la perspectiva de la sociología de lo cotidiano que tiene como asidero la epistemología de las presencias, y desde la lógica del capitalismo digital que borra huellas digitales. Las ideas, herramientas y conceptos sociológicos -reinventados con la hermenéutica de lo social que nutre al pensamiento social- nos ayudan a clarificar el contexto en el que estamos; a comprender la situación heredada; a planear un nuevo país que sea nuevo; a diagramar las mejores formas de relaciones sociales basadas en las presencias; y a organizar la política para superar lo vivido.
Y es que los sociólogos, como hicieron los filósofos en la antigua Grecia y en la moderna Alemania, pueden contribuir a pensar de forma colectiva -el conocimiento de lo social a partir de lo social del conocimiento- cómo llevar a un mejor nivel la organización social sin fomentar la desigualdad; qué hay que hacer para construir otra nación nacionalizada; definir hacia dónde se quiere transitar con la democracia electoral; cómo queremos que sea el futuro y cuáles acciones de cultura política democrática hay que realizar para ello ante las condiciones reales en las que nos encontramos y que amenazan con hacer prevalecer las ausencias sobre las presencias. Actualmente, la sociedad se encuentra en un tiempo-limbo, o sea en un tiempo indefinido en cuanto al rumbo que seguirá luego de las cuarentenas y los ensayos de una virtualidad expropiando las casas de empleados y estudiantes, y es un tiempo-limbo porque, en última instancia, serán los pueblos los que definan si triunfan las presencias sobre las ausencias luego de haber visto cómo el capital digital expropia las calles y detiene la vida cara a cara para crear nuevas vulnerabilidades, como la falta de nuestra presencia en las calles, en las oficinas, en las universidades, lugares esos en los que se construye -en el debate de la relación cara a cara- el planeta como propiedad absoluta de los humanos.
Sin exageración, el mundo negoció una pausa que duró muchos más meses de lo previsto, aunque fue una pausa estratificada: suspensión total de las actividades económicas “no vitales”, mientras que en el sector salud se produjo un incremento y aceleración del trabajo por la emergencia sanitaria. Sobre la base de las lecciones aprendidas hay que trabajar para contar con país que pueda hacerle frente de mejor forma a las pandemias por venir, y a la pandemia eterna de la pobreza, y eso implica construir nuevas estatalidades y una nueva normalidad sin las anormalidades de la corrupción, la impunidad y la traición a la esencia de la democracia electoral: cumplirle las promesas al pueblo que vota, y en ello tiene mucho que ver la sociología de lo cotidiano basada en la epistemología de las presencias, porque el conocimiento sociológico es relevante sólo cuando encarna en las personas en su diario vivir; sólo en ellas es conocimiento fértil; y sólo con sus ojos se puede ver el horizonte común de la sociedad como tiempo-espacio de la igualdad social.
Eso es, precisamente, lo que hace y produce la sociología cuando se apropia de la epistemología de las presencias, es decir cuando convierte al ser humano en un informante primario y originario de los constructos teóricos, porque, como ciencia, es y siempre ha sido un esfuerzo colectivo, lo cual se puso más en evidencia en ese tiempo en que suspendieron las relaciones sociales para “ensayar un mundo capitalista de máquinas e intermediarios tecnológicos, un mundo sin humanos”. Para decirlo con una metáfora: la sociología de las presencias es la vacuna para recuperar el tiempo perdido y para desenmascarar, con sus efectos secundarios, a la nueva normalidad que quiere profundizar los viejos males del pasado, siendo el principal de ellos la desigualdad social.