A muchos les sorprenderá que el presidente Nayib Bukele mantenga casi los mismo niveles de popularidad, pese a lo que los politólogos llaman “el desgaste natural” de la gobernanza. A lo anterior debería sumársele la confrontación que el mandatario mantiene no solo con la Asamblea Legislativa, a la que ha sumado en las últimas semanas a la Sala de lo Constitucional.
Lo segundo debe destacarse porque la llegada del presidente Bukele a la primera magistratura del país -en tanto que El Salvador es un país presidencialista- iba a liderar un nuevo espacio de armonía en la nación, que iba a terminar con la polarización que mantuvieron ARENA y el FMLN tras finalizar la guerra civil.
Hoy la polarización, incluso, ha dejado de ser entre los dos partidos mayoritarios -el que gobierna y la oposición- y, a través de las redes sociales, ahora se ha involucrado a grandes sectores de la población.
A menudo, el propio presidente Bukele y sus funcionarios enarbolan y se jactan de que al mandatario los sigue el 97 %, y que estos, en cuanto mayoría, deben aplastar al 3 % que son ‘los mismo de siempre’.
Mantener una guerra mediática y en redes sociales contra ese 3 %, atacando a su “cabeza” en la Asamblea Legislativa, no es sano ni políticamente, ni socialmente.
Esta nueva polarización del 97 % contra el 3 %, sin bien tendrá frutos electorales en 2021, está generando una polaridad más profunda que la que zanjaron ARENA y el FMLN, pues, si antes había “odio entre clases sociales”, hoy se está generando odio entre pueblo; porque este 3 % al que se pretende “aniquilar” políticamente puede ser aniquilado físicamente, si se sigue alimentado el odio.
Varios de los repetidores de los mensajes de odio, incluso, posan en sus redes sociales con armas de fuego al cinto. Uno de ellos, incluso, fue capturado cuando en un pequeño video dijo tener a un pelotón dispuesto a defender al presidente Bukele de ese 3 % que lo rechaza o simplemente porque no está de acuerdo con algunas actuaciones del presidente Bukele.
Y no están de acuerdo con el lenguaje de odio, con desconocer el marco constitucional, no solo cuando anunció que iba eliminar la Asamblea Legislativa, el 9 de febrero, y al manifestar que no va a obedecer las resoluciones de la Sala de lo Constitucional, si no se está de acuerdo con esta. O la utilización de la Fuerza Armada y la PNC, entre otras críticas.
El presidente Bukele, sus familiares, sus consejeros, sus amigos más íntimos deberían inducirlo a que se convierta en el estadista que El Salvador necesita para salir adelante en lo político, económico y social, pues el país lo necesitará, luego de que disminuya la pandemia del COVID-19 y las secuelas de las tormentas tropicales, que apenas ha pasado una y ha dejado no solo 16 pérdidas humanas, sino hasta hoy incalculables pérdidas económicas.
El presidente Bukele, en tanto estadista, debe también pensar en la salud mental, no solo del 97 % que se alimenta con su discurso de confrontación; sino también, del 3 %, pues ambos serán alcanzados y desmejorados de la salud mental si se sigue sembrando odio.
Invitamos al señor vicepresidente, Félix Ulloa, que citando al jurisconsulto y filósofo italiano Norberto Bobbio, le haga ver al presidente que, en la teoría democrática contemporánea, “las minorías son tan importantes como las mayorías” y se debe gobernar bien para ellas. Y que no es lo mismo ser el más popular -el más cool, se dice ahora- que un ESTADISTA. Lo popular pasa de moda, el estadista supera la historia.
*En el próximo editorial hablaremos de los logros en el primer año del gobierno del presidente Bukele.