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Lo que a veces no se entiende

José M. Tojeira

Hay personas que hablan de ética pero no saben de qué va el tema. Otros odian los Derechos Humanos y desconocen la relación de éstos con la ética. La propaganda, los ataques a defensores y defensoras de derechos era ya un problema hace unos cuantos años. Pero en la actualidad, con la animosidad pública de algunos funcionarios estatales contra los derechos humanos, las cosas han tendido a empeorar. Odiar los Derechos Humanos es odiar la ética, pues ambas realidades están profundamente vinculadas. Sus valores fundamentales son los mismos.

La igual dignidad humana es el punto de partida común para la ética y los Derechos Humanos. El machismo, el racismo, el desprecio o desconfianza de los pobres, la marginación y desprecio de los encarcelados, las múltiples formas de abuso de la mujer, todo lo que niega la igual dignidad de toda persona humana está contra la ética al tiempo que daña los derecho a la dignidad igual de toda persona. El dinero, los cargos políticos, la intelectualidad, la fama, el estatus religioso no puede ser fuente de privilegios ni signo de mayor dignidad. La dignidad humana es igual para todos y debe ser respetada por igual.

De la igual dignidad se derivan los otros valores básicos de la ética y de los Derechos Humanos. La libertad como valor humano que posibilita el desarrollo de las capacidades personales es indispensable en la vida social. La pobreza, la explotación, la injusticia social son fruto muchas veces no de la libertad, sino del libertinaje de los ricos y poderosos. La libertad tiene siempre su límite en los derechos a la igual dignidad del prójimo. Tengo derecho a expresarme libremente pero no a calumniar o difamar a otra persona. La privación de libertad es un derecho de la sociedad contra quienes abusan de la libertad dañando la dignidad ajena y sus derechos, sea a la vida, la integridad o la propiedad. Pero la privación de libertad no elimina la dignidad de la persona, que debe seguir siendo tratada y considerada como tal.

Y finalmente la solidaridad. Inicialmente, cuando se comenzó a hablar de los fundamentos de los derechos de la persona humana, se hablaba más de fraternidad. Los procesos de secularización prefirieron cambiar esa palabra por su sabor muy claramente cristiano y sustituirla por la solidaridad. Pero al final se nos termina diciendo lo mismo. Somos de la misma especie, tenemos el mismo valor, estamos vinculados y llamados a vivir y desarrollarnos como especie y nos debemos siempre mutuo apoyo para buscar juntos el bien común.

Son ideas básicas y sencillas, pero en nuestro país hay una cierta proporción de gente que no las entiende. Algunos incluso no las quieren entender. Aunque no a todos, con frecuencia el insulto gusta más que la misericordia, el dinero más que la justicia social, la imposición más que el diálogo, la cosificación de la persona más que la comprensión de la misma, las armas y la fuerza bruta más que la mutua ayuda. Se dicen cosas bonitas en general, incluso coherentes con principios éticos, pero la práctica va por otro lado. Y al que denuncia los abusos del poder se le termina catalogando y a veces tratando como enemigo. Una información que no guste al poder fácilmente puede ser interpretada como apología del terrorismo.

Pero no entender lo que son los Derechos Humanos, no ser capaces de convivir desde una ética cordial, no anulan ni los derechos ni la moralidad de los mismos. El que no entiende, o incluso el que manipula a su favor valores fundamentales, acaba siempre haciéndose daño a sí mismo. Lo hemos visto demasiadas veces como para pensar que los resultados de despreciar derechos básicos van a ser hoy positivos. Retornar al cultivo de los derechos fundamentales de la persona, abrirse al diálogo con quienes piensan distinto, buscar soluciones a los problemas que se conviertan en proyecto común y solidario, es el único camino que conduce a la convivencia amistosa.

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