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Lo que debemos imitar y tropicalizar

El domingo pasado, el pueblo chileno acudió a las urnas, como parte del plebiscito constituyente, para decidir si se hacía o no una nueva Constitución. Al final, los chilenos votaron por el “aprobado”. Las elecciones del domingo en Chile fueron producto de largas jornadas de lucha social iniciadas por los adolescentes y jóvenes en 2019, cuando protestaron por el alza al precio del metro en Santiago, la capital Chilena. El Gobierno de Sebastián Piñera respondió con represión, al viejo estilo de la actitud autoritaria de los gobiernos de derecha en el país del cono sur, heredadas de la dictadura de Pinochet.

La protesta contra la represión de los estudiantes de secundaria llevó a que otros sectores se unieran a la lucha, y aquello que inició como una protesta contra el alza al metro se convirtió en una verdadera acción revolucionaria en contra del neoliberalismo del Gobierno de Piñera. No había día y noche que no hubiese protestas en la capital, y que se fueron extendiendo a lo largo del territorio chileno.

Los protestantes, entonces, comenzaron a exigir, además, volver a la educación pública, no solo en la secundaria, sino en la universitaria. También protestaron contra la privatización de las pensiones, y otros aspectos estructurales que el modelo neoliberal afecta a los chilenos. Al final, los líderes de la lucha convencieron al pueblo que, además, era necesaria una nueva Constitución, renegando así de la constitución que heredaron del dictador Augusto Pinochet. En abril, el parlamento aprobó el plebiscito para votar si los chilenos aprobaban o no una nueva constitución.

El domingo 25 de octubre es histórico, pues los chilenos acudieron a las urnas y votaron para que se elabore una nueva constitución. El plebiscito constituyente de Chile registró la mayor participación en términos de votos absolutos en la historia del país sudamericano, donde se impuso mayoritariamente la opción “apruebo” redactar una nueva Constitución, según el balance emitido el lunes 26 de octubre por el Servicio Electoral (Servel).

“Estamos frente a la mayor votación de la historia de Chile desde el punto de vista de votación en votos absolutos y, además, rompimos la barrera (de participación) que no esperábamos desde el año 2012 con voto voluntario, de 49.2 %”, señaló Patricio Santamaría, presidente del Consejo Directivo del Servel. La jornada del domingo, de acuerdo con el último boletín oficial, registró 5.886.421 millones de sufragios favorables al “apruebo” elaborar una nueva Constitución, que equivalen a un 78.27 % de los votos.

Sin lugar a duda, lo sucedido en Chile es lo más encomiable en una democracia, pero para llegar a ello, Chile volvió a desangrarse, los carabineros revivieron su naturaleza represiva, pero no pudieron detener a un pueblo unido y decidido a luchar por una patria distinta, a favor de los y las chilenas.

Y cuando recibimos estas noticias, en el marco de un grupito élite al mando del vicepresidente Félix Ulloa, empeñado en estudiar la constitución para reformarla, no deja de dar tristeza, porque lo ideal es que sea el pueblo el que se decida o no por una nueva constitución. Y es que decidir por una nueva carta magna no debería ser producto de una decisión de un pequeño grupo de abogados “constitucionalistas”, sino una propuesta del pueblo, que es el que al final quien goza o sufre de una mala carta magna.

Lo sucedido el domingo pasado en Chile debe darnos luz a los salvadoreños de cómo hacer las cosas bien, y que dejarle una tarea tan importante a un pequeño grupo es el peor error en las democracias. Si el pueblo es el que debe decidir al final de cuentas, debe decidir desde el principio, esa es la lección que nos dejan los chilenos. Son estas acciones las que debemos imitar, pero, por supuesto, habrá que “tropicalizarla”, es decir, adecuar aquella lección chilena a la realidad de El Salvador.

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